Domingo, 31 de marzo de 2013 | Hoy
REFLEXIONES SOBRE CONSUMO Y CRéDITO
Por Andres Asiain y Lorena Putero
Suele escucharse que para invertir, primero hay que ahorrar. Este principio, que pareciera aplicarse tanto a una empresa como a un país, es utilizado para analizar críticamente la situación de la economía argentina en los últimos años. Austeros comentaristas señalan que la vigencia de tasas de interés por debajo de la inflación estimula el consumo sin permitir el ahorro y, de esa manera, “no hay con qué invertir”. ¡Basta de consumo, es tiempo de ahorro e inversión!, sería la máxima para evitar un futuro ruinoso para nuestros hijos.
Como punto de partida para analizar la validez del mito, comencemos señalando que un empresario individual puede invertir sin haber ahorrado. Para ello basta con que pueda acceder a un crédito. Al respecto, el economista austríaco Joseph Schumpeter señalaba que “el talento de la vida económica cabalga sobre el corcel de sus deudas”. En ese sentido, la necesidad de financiar las inversiones con las propias ganancias es síntoma de un sistema financiero que no funciona correctamente y raciona el crédito a quien debería ser su destinatario por excelencia: el empresario. La solución difícilmente pase por incrementar el costo financiero de las empresas aumentando la tasa de interés, pero bien puede pasar por una mayor regulación del Estado, creando y direccionando el crédito hacia proyectos productivos de inversión.
Se objetará que para que un empresario se endeude, alguien debe haber ahorrado. Por lo que, si analizamos la economía en su conjunto: para invertir, primero hay que ahorrar. Pero lo cierto es que vivimos en una economía monetaria, donde los bancos (públicos y privados) crean dinero y generan créditos. Con ese dinero, el empresario puede contratar trabajadores desocupados o empleados en sectores informales de baja productividad, demandar ladrillos y maquinarias a empresas que gozan de capacidad ociosa (o que la amplían mediante inversiones) para montar, por ejemplo, una fábrica de zapatos. De esa manera, es la inversión la que genera el ahorro, ya que la nueva fábrica es producción no consumida, esto es, ahorro.
Tampoco el consumo desfavorece a la inversión, ya que los empresarios invierten sólo si ven que no dan abasto para atender la demanda. Es más, si el mercado financiero no funciona correctamente y restringe el crédito a los empresarios, el consumo debe preceder necesariamente a la inversión, ya que ésta se financia con las ganancias obtenidas de las ventas. Así que sin consumo no sólo no hay estímulo a la inversión, sino que tampoco hay medios financieros para llevarla adelante. La Argentina de los últimos años es un buen ejemplo al respecto, pese a que las tasas de interés fueron sistemáticamente negativas y el crédito a la inversión brilló por su ausencia, la inversión y el ahorro alcanzaron un promedio del 22 por ciento del producto entre 2007 y 2012. Para comparar, en los últimos años de la convertibilidad, cuando las tasas de interés eran fuertemente positivas y el consumo se encontraba restringido por los planes de ajuste y el desempleo, la inversión y el ahorro eran tan sólo el 15 por ciento de un producto mucho menor que el actual.
La aparente paradoja ya fue explicada hace mucho tiempo por el lord británico John Maynard Keynes: “El ahorro, de hecho, no es más que un simple residuo. Las decisiones de consumir y las decisiones de invertir determinan conjuntamente los ingresos. Suponiendo que las decisiones de invertir se hagan efectivas, una de dos, o restringen el consumo o amplían el ingreso. De este modo, ningún acto de inversión puede evitar que el residuo o margen, que llamamos ahorro, deje de aumentar en una cantidad equivalente”.
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