Dom 02.06.2013
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Vientos

› Por Mariano Kestelboim *

El ingreso extraordinario de divisas al país, proveniente de la revalorización y del aumento de la producción de recursos naturales, contribuyó significativamente al crecimiento de los últimos años. El llamado viento de cola –expresado también en el resto de Sudamérica en el abundante crédito internacional y en el gran aumento de la IED (Inversión Extranjera Directa) recibida– alejó temporalmente los crónicos problemas de balanza de pagos y, para buena parte de los analistas, fue el principal motivo que impulsó el período de suba más pronunciada del PBI de la historia nacional (80 por ciento entre 2003 y 2011). No obstante, la relevancia que les atribuyen a las condiciones internacionales como factor explicativo de ese dinamismo es exagerada.

En primer lugar resulta llamativo que, siendo el viento de cola una variable tan importante, los intentos de medición sean muy poco rigurosos. Sólo se advierte el mayor ingreso de dólares por las exportaciones de soja sin identificar en qué medida, al menos aproximada, el incremento de las ventas externas se debería al viento de cola. Tampoco se hacen análisis respecto de su incidencia, ni cuánto impactó en otros países de la región. El efecto de este fenómeno aumenta en la misma medida en que sube el precio de la soja, sin más análisis.

Una forma simple de estimar el incremento de los recursos derivado de la mejora de los términos de intercambio podría ser en base al alza de las exportaciones de los complejos oleaginosos y cerealeros. El valor promedio anual exportado por ambos complejos en el período 1996-2001 (la serie disponible comienza en 1996) fue de 7891 millones de dólares. La sumatoria de las diferencias anuales entre el promedio de ese lapso y las ventas externas registradas entre 2003 y 2012 ascendió a 116.630 millones de dólares. Esta cifra equivale a 2,7 años de importaciones, de acuerdo con el promedio anual de compras al exterior de 2003-2012.

Una parte de ese monto corresponde a la mayor oferta agrícola, y su estímulo no obedeció sólo a la mejora de los precios. Provino especialmente del desarrollo tecnológico y de la expansión de la superficie cultivable, tendencia iniciada a fines de los años ’60 que se dinamizó notoriamente desde mediados de los ’90. Por lo tanto, el referido cálculo sobreestima en alguna medida el fervor del viento de cola.

Ahora bien, debería ser imprescindible advertir que ese ingreso de divisas, adjudicable al viento de cola, fue una brisa en relación con los recursos que llegaron al país por la vía de las privatizaciones y del endeudamiento de los ’90. La liquidación de activos públicos (23.851 millones de dólares) y el aumento, entre 1992 y 2001, sólo de la deuda estatal (80.972 millones de dólares) equivalieron a 4,8 años de importaciones (en base al promedio de importación de esa década). Así, esos recursos, medidos en años de importación de cada período, significaron cerca del doble que los aportados por el viento de cola reciente. Desde ya, la creciente necesidad de mayor endeudamiento para pagar intereses hacía que el modelo de convertibilidad fuese insostenible.

El actual esquema productivo, en cambio, se apoya en una plataforma genuina. Sin embargo, haber partido de una estructura fabril atrasada, y en gran parte desmantelada por políticas antidesarrollistas, requirió de una importación intensiva en máquinas e insumos, sobre todo desde que se fue agotando la capacidad instalada ociosa. La administración comercial, con todos los límites que la Argentina se autoimpuso por seguir en el pasado las “recomendaciones” de organismos internacionales de crédito, debió explotar al máximo las reglas de la OMC para preservar el mercado interno de las importaciones que pudieran afectar la recuperación. Esta administración, englobada en una firme política en materia de negociaciones internacionales, implicó un drástico cambio de criterio en relación con la anterior actitud complaciente a intereses externos.

Otra severa restricción al de-senvolvimiento de la política económica de los últimos años fue el hecho de que gran parte de los recursos, derivados del viento de cola, debieron orientarse al pago de la deuda contraída antes de 2003. A su vez, las pobres perspectivas de largo plazo, en una economía que padeció crónicas crisis, fue un factor de desaliento de grandes inversiones; a pesar de ello, la dinámica de crecimiento activó progresivos niveles de inversión hasta 2011 que llegaron a representar el 24,5 por ciento del PBI (el valor más alto en casi cuatro décadas).

De todos modos, las mejoras tecnológicas introducidas no alcanzaron para lograr una transformación estructural que soportara los incrementos generales de costos internos, medidos en dólares. Asimismo, el bajo grado de control del flujo de capitales, heredado de la extrema liberalización financiera, implicó que, en un escenario local de tasas de interés reales negativas, shocks externos como la crisis subprime, la caída de Lehman Brothers y el colapso de la deuda en Grecia aceleraran la fuga.

El aumento de la remisión de utilidades complicó más la situación, aun cuando el país consiguió en los últimos años multiplicar por cuatro el monto de exportación promedio anual de los años ’90. La media de ventas anuales al exterior de esa década fue de 20.600 millones de dólares y, tanto en 2011 como en 2012, se superaron los 81 mil millones de dólares, de los cuales, a lo sumo, sólo una cuarta parte podría explicarse por el viento de cola.

Este proceso tuvo que lidiar, además, con el deterioro de la capacidad de intervención estatal, secuela no resuelta de la degradación del aparato público sufrida en el último cuarto de siglo pasado. Los problemas de gestión provocaron cortocircuitos en la relación entre el sector público y el privado. La situación se agravó cuando, desde fines de 2011, ante la crisis de Europa, se decidió ajustar los controles de importación para evitar que las economías en crisis exporten su desempleo al país y el mercado local sirva de refugio de la mercadería rechazada por otras naciones.

El viento de cola tuvo muy poco que ver con la recuperación. Los precios de los bienes agrícolas y en especial de la soja se despegaron en una apreciable medida de los valores registrados en los años ’90, cuando la economía ya estaba plenamente activa. En el caso de la soja, su valor medio entre 1990 y 2001 había sido de 225 dólares por tonelada, y el salto fuerte llegó recién en 2007, cuando promedió 318. Los recursos acumulados entre 2003 y 2006 vía exportaciones de los complejos agrícolas, atribuibles al viento de cola, apenas equivalieron en esos cuatro años a un tercio de la exportación de 2006.

En el resto de Latinoamérica, entre 2003 y 2011, el crecimiento fue menor que en la Argentina, pese a que los precios en general de sus principales recursos de exportación subieron mucho más. Mientras que, desde el ingreso de China a la OMC (2001) y hasta 2012, en la Argentina el precio promedio anual de exportación de soja trepó 217 por ciento, el hierro de Brasil aumentó 406 por ciento, el cobre de Chile un 407 por ciento y el oro de Perú, 873 por ciento.

Además, el hecho de que los recursos naturales de exportación en la Argentina estén vinculados con la producción de alimentos implicó severas tensiones distributivas, sobre todo a partir de 2007. El resto de las economías regionales no enfrentó ese nivel de disputa por tres motivos. En primer lugar, sus más importantes productos de exportación (mayoritariamente minerales) no son de consumo popular o, como la soja, no desplazan áreas de cultivo de alimentos. Segundo, sus obreros no están tan organizados como los locales. Y por último, los socios regionales adoptaron una política de estabilidad y lucro financiero sobre la base de altas tasas de interés y una sostenida apreciación cambiaria, en detrimento de sus industrias. Un caso emblemático es el brasileño, que no sólo reprimarizó su estructura productiva sino que con una política fiscal conservadora creció mucho menos, y desde 2011 desaceleró fuerte su crecimiento. Hasta 2006, más de la mitad de sus exportaciones era de productos industrializados y el último año sólo fueron el 30 por ciento.

La cosecha local, desde la temporada 2006/7, no creció sustancialmente y, dependiendo de factores climáticos, osciló en torno de las 100 millones de toneladas. El mayor peso de la economía, derivado del proceso de crecimiento con inclusión social, sin una transformación integral del complejo productivo y con graves desequilibrios estructurales en infraestructura, requirió niveles de importación superiores y achicó el saldo de exportación. Así, a pesar de los aumentos de las cotizaciones de los granos de los últimos años, el peso de los agrodólares tendió a estabilizarse en términos de lo que representó como porcentaje de las importaciones en sectores altamente demandantes de divisas como el autopartista, el de bienes de capital y el energético.

Por eso es tan importante aprovechar el contexto favorable para diseñar un esquema de incentivos e intervención estatal que provoquen transformaciones estructurales, y así destrabar cuellos de botella en crecimiento se apoyó en cuatro pilares fundamentales:

1. En el sostenimiento de un tipo de cambio competitivo compensado con retenciones y subsidios.

2. En las políticas de ingresos que estimularon una reparación del poder adquisitivo de la población.

3. En una integración internacional más agresiva e inteligente que potenció el proceso de sustitución de importaciones en un escenario de acelerado crecimiento de la exportación de países asiáticos que no respetan condiciones laborales mínimas y poseen una política estatal deliberada de captación de mercados a cualquier costo.

4. En una firme negociación de la deuda que resultó en la mayor quita para una economía moderna.

El viento de cola fue una condición necesaria del proceso de crecimiento que fue aprovechado para recuperar las facultades de administración de la economía. Sin embargo, la estrategia soberana también tiene grandes costos, como los límites de acceso a los flujos internacionales de crédito y el menor ingreso de IED en relación con el resto de la región. Las condiciones externas abrieron una oportunidad trascendental. Pero debe quedar claro que por más intensidad que tenga el viento de cola, lo más importante es el diseño y la implementación de un conjunto de políticas capaces de profundizar la orientación de los recursos a un proceso de crecimiento con inclusión social y mayor capacidad productiva.

* Coordinador del Departamento de Política Económica de SIDbaires - @marianokestel.

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