Dom 30.06.2013
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La crisis...

› Por Néstor Restivo

Europa sigue preocupando. En un contexto recesivo, las tensiones sociales son vivas en Portugal, donde la huelga de profesores y maestros suscitó gran adhesión; en Grecia, tras las manifestaciones desatadas por el cierre de la televisión pública, y en España, a pesar de que el gobierno se esfuerza por hacer progresar la idea de que una inflexión puede producirse pronto en el proceso de caída de la actividad y de incremento del desempleo, advierte a Cash por vía telefónica el economista de origen argentino Carlos Quenan, residente en Francia, donde es profesor de La Sorbona y del Instituto de Altos Estudios de América Latina.

El verano y los datos de turismo quizá disimulen, pero España atraviesa una grave crisis con altísimos índices de desempleo que potencia, por un lado, tensiones políticas e institucionales asociadas al descrédito de la clase política y de la monarquía y, por otro, el riesgo de endurecimiento de los conflictos con las comunidades o nacionalidades, que completan un cuadro muy difícil de manejar. Puede ser una situación explosiva, sostiene Quenan.

Al hablar sobre la actual etapa de la crisis europea, señala como un factor gravitante a Alemania y su arraigada idea sobre la responsabilidad de los deudores en una situación de polarización de déficit y superávit y del déficit publico como generador de inflación, resultado en gran medida de la huella que dejó en la conciencia colectiva la crisis de las años ’20 y ’30 del siglo pasado. En este marco, las políticas de austeridad que se están implementando enfrentan movimientos de rechazo que son débiles y los que los capitalizan son movimientos “antipolítica”, que podrían ser muy volátiles. como el de Beppe Grillo en Italia o el mucho más consolidado partido de extrema derecha, el Front National de Marine Le Pen, en Francia, dice Quenan.

La crisis en la Unión Europea, recuerda, constituye una manifestación de la crisis global que arranca en 2007 en Estados Unidos. Los años siguientes impactó la recesión y se paralizó el crédito. Frente a ello se adoptaron políticas anticíclicas, es decir, mayor gasto público, pero a su vez esas políticas volvieron a elevar los déficit presupuestarios y el endeudamiento estatal, lo que afectó principalmente a los países más frágiles de Europa y llevó a la llamada crisis de la Zona Euro.

La situación de riesgo creciente en varios países, en especial del sur de la UE, se tradujo en un problema de cesación de pagos en el primer semestre de 2010, con Grecia a la cabeza de las tensiones. Tras el primer plan de rescate de ese país, sostiene Quenan, se impusieron políticas de ajuste y austeridad que no fueron suficientes para resolver el problema, y por el contrario afectaron el crecimiento y potenciaron la posibilidad de una “triple crisis”: que la crisis de deuda soberana en la Zona Euro se conjugara con una crisis bancaria (los bancos europeos son importantes acreedores de los países endeudados) y que ésta se pudiera extender al resto del mundo y que se produjera una desconfianza generalizada en el euro y sobreviniera una tercera crisis, la monetaria, incluso con la hipótesis del fin del euro, en especial entre fines de 2011 y mediados de 2012. Se evitó lo peor –afirma–, por la decisión del Banco Central Europeo (BCE), fuertemente impulsada por su presidente, Mario Draghi, en septiembre de 2012, de anunciar que se haría todo, incluida la monetización de la deuda pública, para alejar el peligro. Así se redujo considerablemente la amenaza de triple crisis. Se atenuó el retiro de depósitos y se recuperaron los mercados en la medida en que el BCE asumió –no sin polémicas y resistencias– prerrogativas que no tenía. A diferencia de los bancos centrales de Estados Unidos y Japón, el BCE no tiene originalmente la función de prestamista de última instancia.

Quenan, también vicepresidente del Instituto de las Américas de Francia, usa una metáfora: se evitó una “crisis cardíaca”, pero el paciente sigue enfermo. En el contexto de la austeridad fiscal, el enfermo sigue afectado de anemia crónica, que otra vez puede debilitar la economía y las finanzas públicas.

¿Por qué, entonces, se insiste con la receta?

–Hay diferencias. El presidente francés François Hollande tiene en cuenta el crecimiento, y puso este tema en la agenda del debate europeo. Ha habido tensiones entre Francia y Alemania. Y se habla cada vez más de un nuevo “mix” entre consolidación fiscal (es decir el objetivo de reducir los déficit fiscales a través de la austeridad) y crecimiento.

Pero en Francia hay de nuevo recesión.

–Hollande quería modificar el marco regional, con nuevas iniciativas de crecimiento a escala europea. Pero al mismo tiempo busca seguir accediendo a financiamiento barato y no ser sancionado por los mercados. El ajuste a nivel nacional persiste y se profundiza. Francia le apuntó más inicialmente a subir impuestos que a cortar gastos, ésa es otra diferencia con otros socios del euro. Pero es cierto que no se ha logrado mucho con las iniciativas propuestas a nivel de la UE.

Quenan agrega dos elementos para la caracterización de la crisis en la Zona Euro. Uno es la propia ineficacia del método, ya que en lugar de consolidación fiscal lo que se advierte en muchos casos es un aumento de las deudas y de los déficit, lo cual lleva a que se adopte una flexibilización de las metas a cumplir, por ejemplo en España y en Francia. El 3 por ciento del PBI como tope máximo para los déficit presupuestarios, que debía alcanzarse en 2013, se pospone como objetivo para 2015. Y el otro elemento es el frente electoral. En Italia el nuevo gobierno de Letta se acerca a las ideas de Hollande. Pero entre tanto –dice–, ambos siguen bajo la presión de los mercados financieros. Y está Berlín. En su opinión, Alemania impregna con su visión la orientación general, a pesar de que en la troika (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) no todo es coincidencia. En Alemania, indica, no sólo hay, como ya se señaló, razones históricas que explican las posiciones adoptadas por este país. También razones electorales: la actual mandataria Angela Merkel buscará en septiembre quedarse en el cargo y afirma con que Alemania ya hizo su ajuste y que el contribuyente alemán no debe aportar dinero para “ayudar” a los países que gastaron de más. Y si ganara el PSD –improbable–, las cosas no cambiarían mucho.

¿Cómo sigue la historia?

–Hay ideas de flexibilizar, pero limitadas. Por ejemplo, que los países profundicen las reformas estructurales, por ejemplo en el plano del mercado de trabajo, contra una atenuación de la austeridad. Pero es probable que eso no alcance y que, si la austeridad y la recesión persisten, las reformas sean contrariadas, como pasó hace unos años en América latina, por movimientos sociales y políticos que rechacen el ajuste. Hoy hay resistencias pero su alcance es limitado, e incluso no se trata principalmente de propuestas para lanzar un nuevo ciclo de crecimiento con un nuevo mix “disciplina-solidaridad” a la escala europea, sino más bien de movimientos que preconizan “menos Europa”, es decir un repliegue retrógrado. Es lo que expresa el movimiento de Grillo en Italia o el Front National en Francia, que registró muy buenos resultados en las elecciones locales o parciales que se han efectuado en los últimos meses.

Entretanto, tras seis semestres consecutivos de retroceso del PIB en la Zona Euro, la esperanza de que haya pronto un rebote de la actividad podría decepcionar. Quizá la postergación de la exigencia de respetar objetivos de reducción de déficit fiscales o la reconstitución de inventarios van en el buen sentido. Pero la reducción de la inflación no se acompaña de un incremento de los salarios reales, las bajas tasas de interés y alza de la rentabilidad no logran hacer que rebote la inversión; el ajuste en el mercado laboral no ha terminado en muchos países y la coyuntura mundial sigue siendo mediocre

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