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Domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Utopía reaccionaria o molinos de viento?

La explotación de hidrocarburos no convencionales mediante la técnica de la fractura hidráulica provocó un intenso debate en las páginas de Cash. A favor y en contra del fracking, qué tipo de desa-rrollo, la posición de los ecologistas y las restricciones económicas a partir de la pérdida del autoabastecimiento energético son temas que se expresan en los tres textos que se suman al debate y se publican hoy como aportes a la comprensión de una de las cuestiones cruciales del corto y mediano plazo de la Argentina.

 Por Erica Carrizo *

Si bien es una tarea bastante sencilla, en estos tiempos de la política, (des) calificar de “reaccionario” a todo aquel que expresa una opinión diferente a la propia, intentaré continuar aportando a esta discusión sin caer en este lugar común, tan poco desafiante.

No deja de resultar llamativo cómo el autor del artículo “Utopía reaccionaria” se detiene a describir en detalle la conocida estrategia de “estigmatización del disidente”, que paradójicamente utiliza como eje de su argumentación, cayendo en una autodescalificación constante, cuando pocos desconocemos esta regla básica del análisis del discurso: mientras más sutil sea el dispositivo lingüístico utilizado para persuadir sobre el contenido ideológico a transmitir, más efectivo.

Otra de las contradicciones en la que reincide es intentar “trasladar linealmente” a nuestro contexto el concepto hegemónico de “de-sarrollo” que Estados Unidos difundió globalmente en la segunda posguerra, asociándolo estrictamente a la noción de crecimiento económico ilimitado, en ausencia de una interpelación sobre cuáles serían las implicancias de este proceso para esta región del mundo. Esta reproducción acrítica resulta, por lo menos, desactualizada dados los conocidos debates que los intelectuales latinoamericanos identificados con las Teorías de la Dependencia iniciaron en la década del ’70, al constatar los límites de las “políticas desarrollistas”, según las cuales los problemas económicos y sociales de América latina resultaban de una insuficiencia en su desarrollo capitalista y su aceleración bastaría para hacerlos desaparecer. Estas discusiones fueron profundizadas a fines de los ’80 y principios de los ’90, cuando al mismo concepto se lo calificó de “sustentable” pretendiendo, en palabras de Edgardo Lander, vestir al lobo con piel de cordero. En la actualidad, alimentan fuertes debates, donde inclusive se evalúa la conveniencia de hablar en términos de “alternativas” al desarrollo, dados los supuestamente insalvables vicios ideológicos que caracterizan el paradigma original del “desarrollo”.

A pesar de tan contundente trasfondo, se omiten estas discusiones y mediante una construcción inverosímil de la historia del movimiento ecologista mundial, se pretende culpabilizar a ecologistas intangibles de “trasladar linealmente”, a nivel local, una problemática supuestamente propia de los países centrales: la del cuidado de los recursos naturales. No obstante, este juego retórico se destaca por su ineficacia al constatarse que la gestión de estos recursos no sólo no constituye un problema exclusivo de las sociedades industrializadas, muchas de las cuales deben su “desarrollo” a la explotación irracional de las riquezas naturales de América latina, sino que fue, es y será un tema de vital importancia regional y nacional. Por el simple hecho de que somos nosotros los mal llamamos subdesarrollados, y no ellos, los dueños de este patrimonio.

Este supuesto traslado que realizan los “molinos de viento” construidos en el artículo, en realidad constituye un síntoma inconfundible del agotamiento del paradigma hegemónico del “desarrollo”, frente al cual resulta imperante recuperar sus históricamente marginados aspectos sociales y ambientales. Así, hablar hoy de “desarrollo” implica ser conscientes de que pretender subordinar lo ambiental a lo económico, que en última instancia redundaría linealmente en bienestar social, es entrar en un círculo de contradicciones infinitas, porque si algo nos ha enseñado la historia reciente es que lo económico sólo se justifica en lo social, de lo que lo ambiental resulta ya indisociable.

Por esto mismo, es totalmente falaz la dicotomía expuesta al afirmar que “no existe peor enemigo de la ecología que la pobreza”, dado el innegable vínculo que de modo perverso articula la desigual distribución de la riqueza con la desigual distribución del riesgo ambiental, por lo que no debería extrañar que precisamente sean los países más pobres los más propensos a experimentar las catástrofes ecológicas, esas regiones condenadas a sacrificarse para posibilitar el “desarrollo” de las que detentan el poder.

Esta redefinición del patrón de poder mundial, en palabras de Aníbal Quijano, vuelve a encontrar en la explotación voraz de los recursos naturales, de la mano de multimillonarios desarrollos tecnocientíficos, una nueva oportunidad para reproducir el conocido derrotero del capitalismo mundial: que los pobres sigan siendo más pobres y los ricos sigan siendo más ricos. Es precisamente esta lógica de “acumulación por desposesión”, que enunciara David Harvey, basada en la apropiación privada de los bienes comunes de la naturaleza, una de las mayores trampas que enfrentan las democracias latinoamericanas, que en la legitimidad que les otorga su responsabilidad de avanzar en el camino de la inclusión pueden ser víctimas de políticas económicas cortoplacistas, las cuales no tienen forma alguna de asegurar “objetivamente” su indiscutida conveniencia en términos sociales y ambientales.

Ahora bien, si hay un lugar en el mundo que por el legado de su larga y sufrida historia colonial está en condiciones de hacer frente a este desafío, y marcar un rumbo diferente, ese lugar es América latina. Una región que hoy ya no puede desconocer la enorme diversidad de modos de vida alternativos que la integran y que nunca nos preocupamos por encajar en nuestra concepción importada de “desarrollo”.

En este contexto, la explotación de hidrocarburos no convencionales en Neuquén no puede abordarse como un hecho aislado, que unos pocos “opositores al progreso” se empeñan en obstaculizar por simple capricho. Muy por el contrario, se enmarca en un proceso histórico complejo donde hasta hace unos pocos años era impensado que el ciudadano común tuviera la posibilidad de volver a debatir cuestiones asociadas a la autonomía, la soberanía o la integración regional. De hecho, el alto grado de maduración que estas discusiones encarnan en los movimientos de las Madres de Ituzaingó, Famatina, Esquel y quom entre otros, transparenta que no se trata de simples espejismos ecologistas, sino de nuevos movimientos sociales que sobre la base de sus luchas cotidianas progresivamente adquieren una importancia político-social inusitada. Los múltiples y delicados procesos de toma de decisión que próximamente ocurrirán en el plano político, social, económico, ambiental, sanitario, regulatorio y científico-tecnológico en el marco de esta explotación, hablarán por sí solos. Argentina reúne todas las condiciones para definir qué tipo de “desarrollo” quiere, para qué y para quién, pero solamente el devenir de los acontecimientos, que esperemos seguir construyendo democráticamente, dirá si aprendimos algo de nuestra historia

* Magíster en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA). Investigadora de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).

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