Domingo, 13 de octubre de 2013 | Hoy
EL CICLO POLíTICO Y ECONóMICO EN AMéRICA LATINA
Por Alfredo Serrano Mancilla *
Muchos economistas siguen fascinados por el Equilibrio de Nash como una muy buena solución en la Teoría de Juegos, en la que ningún jugador tiene incentivos para modificar individualmente su estrategia. Algo así como un escenario en el que todos están contentos sin deseos de seguir disputando un cambio sobre el acuerdo establecido. Este desarrollo, que gozó hasta de un Premio Nobel, ha sido puesto en uso para muchos fines: en resolución de conflictos, en acuerdos laborales, en arbitraje internacional. Quizás, ahora este pacto de todos felices, de una década ganada-ganada, para los unos y para los otros, para las mayorías populares y para las transnacionales (y burguesías nacionales cada vez más relacionadas transnacionalmente) es lo que desea-anhela buena parte de los poderes económicos dominantes para América latina. Un pacto que implique implícitamente una promesa de no disputa en el futuro. Quizás así, el capital esté buscando su nuevo punto de equilibrio de Nash posneoliberal, entendiendo que de esta forma, a través de este nuevo estadio estable propuesto desde sus posiciones aún dominantes en la región, se pueda lograr un escenario muy favorable para sus tasas de ganancia sin tener que dejar de ser positivo para las mayorías. El objetivo puede que sea un nuevo círculo virtuoso que concilie posneoliberalmente los intereses inter clasistas.
Durante el capitalismo, en todas sus etapas históricas, siempre se impuso estructuralmente un reparto desigual del pastel: la tasa de ganancia del capital siempre ha prevalecido sobre cualquier retribución a la fuerza de trabajo. Esas son las condiciones fundacionales del sistema capitalista, y mucho se ha esmerado éste en dejarlas intactas a pesar de los vaivenes coyunturales que haya podido sufrir. El neoliberalismo se caracterizó en América latina por la imposición de un consenso desde afuera con la ayuda de adentro. No hubo ningún pacto; sólo se trató de pura coerción política a través de aparatos comunicacionales dominantes, instrumentales técnicos al servicio de una determinada correlación de fuerzas económicas y una hegemonía nacional estadounidense disimulada en calidad de comunidad internacional. Este imperialismo planificado ocasionó tantas décadas fallidas para las clases subalternas como décadas doradas para las transnacionales: una suerte de década lost-win.
No sólo se implementó una matriz primaria distributiva injusta y tremendamente polarizada, sino que no hubo en modo alguno ninguna política pública redistributiva que amainara el temporal neoliberal sobre el empobrecimiento de las condiciones sociales de las mayorías populares. El mito de la inversión extranjera directa justamente permitía lo opuesto a lo prometido: una elevadísima fuga de capital por la vía del envío de remesas de exageradas utilidades netas a su casa matriz. En conclusión, el neoliberalismo logró un capitalismo altamente expropiador, por desposesión, practicado en una democracia aparente, sin necesidad de democratizar la economía, sino todo lo contrario. Y todo ello, sin hacer desaparecer el Estado como dicen muchos, sino que lo achicaron hasta el mínimo indispensable para garantizar la seguridad jurídica que permitiera privatizaciones, firmas de tratado bilaterales de inversión, acuerdos de libre comercio, y fuerzas represoras que no dejaran brotar cualquier protesta del viejo topo en las calles.
El rechazo a ese régimen de acumulación desigual fue notorio en buena parte de América latina. Fueron muchos los pueblos que decidieron elegir otra opción, otros gobiernos que propusieron otro pacto, en lo político, en lo económico y en lo social. Un pacto más de verdad donde las mayorías sí contaban como tal en la toma de decisiones. Chávez es fruto de ello. Evo y Correa también. Los tres propusieron nuevas constituciones, seguidas de novedosas políticas que procuraron a velocidad forzada revertir el patrón, capitalista neoliberal, tan concentrador de riqueza como distribuidor de pobreza. Otros países en la región también se sumaron a esta fórmula pero en versión light, sin salirse de la estructura heredada, sin disputar el estado originario.
Tanto para unos como otros gobiernos progresistas (uno más radicales que otros), el nuevo pacto en el corto plazo tenía un nítido objetivo: desendeudar socialmente a gran parte de la población, esto es, lograr una década ganada para los mismos que sufrieron la fallida.
Ahora bien, la pregunta es si esta década ganada se hace en connivencia con una década ganada para las que también habían ganado mucho en los años anteriores. En caso de respuesta afirmativa, hay otra segunda pregunta: ¿quién gana más en esta nueva década ganada en América latina? El último informe de la Cepal sobre inversión extranjera deja un dato tan interesante como preocupante sobre este aspecto: se ha pasado de 30.000 millones de dólares anuales en los primeros años de los 2000 a 143.000 millones en 2012. Detrás de esto, hay una cifra aún más provocadora: en la llamada década ganada para los pueblos, se multiplicó por más de cinco la utilidad neta de las transnacionales en la región.
¿Es que estamos frente a un pacto de década win-win, ganada para todos? Es muy probable que no sean Venezuela ni Bolivia los países de la región en los que más ganan las transnacionales. No hay duda que en estos países, como también sucede en Ecuador, el régimen acumulador ha cambiado drásticamente por el nuevo rol del Estado, que no sólo es más regulador y redistribuidor, sino que es controlador de sectores estratégicos, y en muchos casos, propietario de ciertos medios de producción. Argentina y Brasil puede que sean los paradigmas en los que más se percibe esta década win-win. En otros países, pro TLC, agrupados en la Alianza Pacífico, continúan con sus décadas pérdidas reeditando los pilares del neoliberalismo en versión siglo XXI.
Este cambio de época es real en la región; haber logrado saldar la deuda social-económica-política a favor de las mayorías, en muchos países de la región, en modo coyuntural o con intentos estructurales, no puede ser rechazado porque siempre sea susceptible de mejoras. Sin embargo, ahora cabe preguntarse si se quiere más, o si la disputa está algo más fatigada, y por ende, algo a la retaguardia.
Lo que no hay que olvidar es que el capital jamás descansa; sigue genéticamente en disputa, yendo cada vez que puede a por más. Cualquier parálisis de las fuerzas progresistas del cambio significará pérdida de poder fáctico para seguir repartiendo el pastel a favor de los que menos tienen a pesar de que hayan mejorado mucho. Más poder para los que más tienen, siempre significará no salir de esta camisa de fuerza que reparte desigualmente.
Por ello, son tiempos en los que cada proceso de cambio, con sus variadas vicisitudes internas, han de decidir si continúan ese pulso estratégico de modo que una vez que se ha superado una primera etapa de urgencias, democratizando una importante porción de la economía, ahora se ha construir la siguiente etapa en la que puje por lo que resta en manos de los que siempre ganan.
Son momentos para actualizar los desafíos frente a novedosos escenarios en medio de una transición geoeconómica, y buscar nuevas preguntas para volver a reinventar respuestas. Es hora de encontrar:
1. cómo hacer sostenible, ecológica y productivamente para satisfacer un notable reenclasamiento positivo de muchas clases populares,
2. qué hacer con la emergente burguesía compradora, fruto del auge de las importaciones,
3. cómo seguir transformando el Estado para una administración más eficaz,
4. para alterar los términos de intercambio en la inserción nacional/regional en el mundo, y último, y no por ello menos importante,
5. cómo seguir ilusionando a partir de las renovadas demandas de los pueblos.
La región vuelve a necesitar de otro reimpulso de la mano del eje más revolucionario, y por qué no, también del progresismo más blando, para que la década sea sólo ganada para las mayorías. Si la década ganada-ganada es de transición para seguir disputando en una siguiente etapa, se podría llegar a aceptar; pero si es definitivamente un equilibrio de Nash sine die, las transnacionales volverán a romperlo en cuanto puedan, y acabaremos perdiendo
* Doctor en Economía.
@alfreserramanci
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