Dom 27.10.2013
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Avances y...

› Por María Alejandra Fernández Sacarano y Guillermo Merediz *

Durante los diez años de gobiernos kirchneristas la industria transitó por un período de fuerte crecimiento, con creación de empleo y mejoras en la productividad. En este contexto, los alcances y las características de la reindustrialización se volvieron objeto de intensos debates. La discusión sobre el sector industrial se recupera a partir de su avance en la posconvertibilidad, dado que había estado ausente durante la hegemonía neoconservadora que estuvo signada por el estancamiento económico y la desindustrialización.

Un debate serio, abierto y profundo requiere dejar de lado aquellas posturas que sostienen que nada ha cambiado en la estructura productiva luego de una década de crecimiento económico. Al mismo tiempo, tampoco resultan razonables los planteos que señalan que hubo un cambio estructural en la matriz productiva industrial que modificó todo el legado de la etapa previa. Por ello, es imprescindible señalar las continuidades y rupturas de la industria de la posconvertibilidad para saber en qué aspectos se debe avanzar para consolidar una estructura productiva diversificada que garantice altas y sostenidas tasas de crecimiento de la producción y el empleo.

Neoliberalismo

Desde mediados de la década del setenta y hasta el fin de la convertibilidad se impuso un proceso de profundas transformaciones estructurales que interrumpieron el modelo de sustitución de importaciones. El régimen de acumulación que puso en marcha la última dictadura cívico-militar estuvo centrado en la valorización financiera. Todo bajo la instrumentación de políticas inspiradas en los postulados básicos del pensamiento económico ortodoxo: apertura, desregulación y fuerte apreciación cambiaria. La consecuencia de estas políticas fueron la desindustrialización del entramado productivo, consolidando de esta manera la primarización, extranjerización, centralización y concentración de la economía argentina.

Todo esto acompañado de la profundización de dos procesos –íntimamente vinculados entre sí– característicos del desenvolvimiento industrial a partir de 1976: una fuerte disminución de los obreros ocupados y una creciente regresividad en materia distributiva. En los años noventa, el magro desempeño sectorial en materia de generación de valor agregado es explicado por la significativa desintegración de la producción fabril local. La estructura manufacturera que se consolidó durante esos años quedó asociada a la explotación de ventajas comparativas naturales (como la producción de alimentos y bebidas y, en menor medida, las industrias química y siderúrgica) y/o “institucionales” de privilegio, tal el caso de la industria automotriz, cuyo notable crecimiento estuvo directamente asociado al régimen de promoción y protección con el que fue favorecida.

Recuperación

Con el colapso del régimen de convertibilidad se pone fin al patrón de acumulación sustentado en la valorización financiera. A partir de la superación de la crisis económico-social que tiene su punto más dramático durante el año 2001/2002 se produce un importante proceso de recuperación de la economía. La política económica conducida por Néstor Kirchner que se pone en marcha a partir de 2003 logra la fase de crecimiento económico más importante de las últimas cuatro décadas. El nuevo esquema económico permitió, a partir de una política económica heterodoxa, una fuerte recuperación del aparato productivo, de la actividad económica y de la creación del empleo.

El desenvolvimiento que muestra el PBI durante la posconvertibilidad expresa claramente la ruptura en relación con la etapa previa, dado que el Producto muestra un crecimiento sostenido durante toda la etapa. La tasa anual promedio fue del 8,8 por ciento durante 2002-2007 y del 5,1 por ciento durante 2008-2012. En ese contexto, la industria no sólo logró recuperar, a partir de 2003, la impactante caída que había experimentado durante la etapa final de la convertibilidad, sino que se consolidó como uno de los sectores más dinámicos de la economía. La actividad industrial exhibió un crecimiento del 87 por ciento entre el piso al que había llegado en 2002 y el 2010.

PBI industrial

En la posconvertibilidad los sectores productores de bienes crecieron a una tasa anual acumulativa del 6,5 por ciento (cuando en la década del ’90 lo hicieron al 0,7). Esta expansión estuvo impulsada por la industria (7,5 por ciento) y la construcción (11,7). Pese a esto, debe destacarse que si bien el ritmo de crecimiento de la industria manufacturera marcó un punto de inflexión respecto de las décadas anteriores aun, en términos relativos, no alcanzó los niveles de participación en el Producto de la etapa sustitutiva. En 2012, el PBI industrial representó el 18 por ciento del PBI, cuando en 1974 representaba el 28 por ciento.

La creación de empleo industrial también muestra una dinámica estructuralmente diferente. Durante el período 1976-2001, la industria pierde sistemáticamente empleos, comportamiento que se revierte completamente en la posconvertibilidad. Al inicio de la gestión de Néstor Kirchner el desempleo ascendía al 25 por ciento. Luego de diez años de políticas que favorecieron la creación de empleo, permitiendo que se incorporaran más de 5 millones de trabajadores, el índice de desempleo cerró el 2012 con un índice del 7,2 por ciento. Esto en un contexto mundial signado por las significativas tasas de desempleo que muestran los países europeos.

La Argentina de la posconvertibilidad muestra un cambio estructural en materia de empleo, dado que si bien no se llegó a los niveles de la etapa sustitutiva, se revirtió de manera profunda la situación del mercado de trabajo. El 18,5 por ciento del total de empleo asalariado privado formal creado entre 2002 y 2010 fue generado en la industria, lo que representa unos tres puntos porcentuales más que la participación de la industria en el PBI durante la etapa neoliberal. Como una continuidad en materia de empleo queda la precarización laboral que aún se mantiene en niveles altos.

La inversión

En el nuevo patrón de acumulación, el papel de la inversión fue clave. Durante el período 2006-2008 la tasa de inversión fluctuó entre 23-24 por ciento, reduciéndose al 20-22 por ciento del PBI durante el período 2009-2012. Estos períodos fueron fuertemente influidos por la crisis internacional e igualmente muestran resultados muy favorables en relación con la década del noventa cuando la tasa de inversión alcanzó el 18 por ciento del PBI. Incluso en 2011 llegó al 24,5 por ciento de inversión respecto del PBI. Durante esta etapa, la tasa de interés se mantuvo en niveles cercanos a cero o negativa en términos reales con el objetivo de promover las inversiones productivas.

El proceso de reindustrialización de la posconvertibilidad fue sorprendente en muchos sentidos. El crecimiento industrial no estuvo limitado solamente a los sectores basados en la explotación de ventajas comparativas naturales. También crecieron de manera pronunciada algunas ramas metalmecánicas y/o intensivas en ingeniería, como la fabricación de maquinaria y equipos, los instrumentos médicos junto a algunos sectores intensivos en trabajo como la producción textil. A su vez, la recuperación industrial se expresa en la dinámica creciente que muestran las exportaciones de manufacturas de origen industrial (MOI).

Este desempeño de la actividad económica y de la industria en particular es el resultado de una política macroeconómica que impulsó la demanda agregada y el reordenamiento de precios que favorece la producción interna de bienes. Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner le devolvieron al salario el rol que había tenido en los gobiernos peronistas: un factor de demanda dinamizador de la economía. Se recuperaron las paritarias, ausentes durante los años ’90. Se promovieron los incrementos en el salario mínimo, la ampliación de la cobertura previsional, la recomposición de los haberes y movilidad jubilatoria y se puso en marcha el programa social más amplio de Latinoamérica como es la Asignación Universal por Hijo. Un rol clave tuvieron las políticas de infraestructura pública, la estatización de las AFJP, la obligación a las entidades financieras a que destinen parte de sus depósitos a la inversión productiva, el programa Pro.Cre.Ar y la administración del mercado cambiario y de las importaciones.

El Estado

En definitiva, la propuesta más transformadora que vino a promover el kirchnerismo fue la recuperación del rol del Estado en un lugar central en la vida económica del país. Este es un punto trascendental, porque se había institucionalizado que toda participación del Estado era negativa y debía ser rechazada. El Estado pasó a tomar a su cargo empresas que habían sido vaciadas y que no contaban con la mínima inversión. Siendo los casos más paradigmáticos los de AySA, Aerolíneas Argentina y el de YPF.

Por lo tanto, luego de una década, la industria se recuperó de manera sostenida. Sin embargo, los grandes problemas y limitaciones estructurales que aquejan hace décadas a la industria están lejos de haber sido superados. Aunque resulte obvio remarcarlo, 25 años de destrucción sistemática no pueden revertirse fácilmente.

Pese a los significativos avances cuesta revertir la dependencia a las importaciones industriales de bienes de capital e insumos productivos. Este comportamiento es típico de una economía en pleno proceso de desarrollo industrial, donde la clave reside centralmente en cómo financiar estas importaciones y su paulatino reemplazo por producción nacional.

De esta manera, el Gobierno viene implementando diversos instrumentos para controlar variables sensibles de la balanza de pagos y evitar el resurgimiento de la restricción externa, que es un escollo histórico que ha sufrido la industrialización en nuestro país por la falta de divisas para expandir la producción fabril.

Es mucho lo que se ha avanzado, pero los desafíos no son menores, dado que para proteger el mercado local y fomentar la industria nacional el Estado debe intervenir a través de la inversión pública y la administración de divisas. Sin embargo, estas medidas son fuertemente criticadas por los sectores dominantes y sus voceros domésticos.

Es necesario comprender que para continuar con el desarrollo industrial se debe apoyar un proyecto político con un Estado promotor de políticas económicas que profundice la sustitución genuina de importaciones que resuelvan definitivamente el estrangulamiento externo y generen empleo y con él inclusión social.

* Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

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