› Por Natalia Aruguete
Las primeras elecciones multirraciales en Sudáfrica pusieron punto final a casi cincuenta años de apartheid (1948-1994). Con más del 60 por ciento de los votos, el Congreso Nacional Africano (ANC) ganó los comicios y designó a Nelson Mandela como presidente. La gran negociación iniciada entonces se concentró en la modalidad de la democracia, la unificación de Sudáfrica y la desracialización de la sociedad. Sobre ese piso legal, la Comisión por la Verdad y la Reconciliación actuó como una justicia restaurativa, contra las violaciones a los derechos humanos. La utopía de Mandela era alcanzar la reconciliación nacional: que Sudáfrica perteneciera a todos los que allí viven, negros y blancos. Sin embargo, hay problemas profundos que el postapartheid no logró resolver. La gran negociación intentó “satisfacer a la sociedad, pero sin molestar al capital”, señaló Premesh Lalu en una entrevista con Cash. Invitado por el Programa de Estudios Sur Global de la Universidad de General San Martín (Unsam), el director del Centro de Investigación en Humanidades de la Universidad de la Provincia Occidental del Cabo hizo fuertes críticas al postapartheid y advirtió sobre las cuestiones estructurales que quedaron pendientes. Fundamentalmente, la consolidación de la racialización en el ámbito económico y la falta de un debate público tendiente a politizar a una gran parte de la población, que manifiesta una profunda frustración.
¿Qué cuestiones cree que han quedado pendientes de resolución en Sudáfrica, particularmente en el ámbito económico, después del apartheid?
–El apartheid fue pensado como un proyecto económico que definía la distribución del trabajo a lo largo de diversos sectores de la economía. La explotación minera en Sudáfrica siempre dependió del sistema de trabajo migrante. No sólo migración de las zonas rurales hacia las urbanas dentro de Sudáfrica, sino que desde la región Sur de Africa venían personas a trabajar a las minas de oro. Hubo, además, momentos de industrialización masiva e industrialización secundaria. Incluso, la urbanización masiva previa y posterior a la Segunda Guerra Mundial funcionó a la par del desarrollo del sector industrial en Sudáfrica. La agricultura, por su parte, fue históricamente un ámbito de reclamo sobre la distribución del trabajo. Cuando se piensa en la historia de Sudáfrica, se piensa en cómo el apartheid funcionó como un mecanismo económico. Sin embargo, las luchas en contra del apartheid no se enfocaron en el problema de la economía.
¿Dónde pusieron el foco?
–La negociación que tuvo lugar en 1990 giró alrededor de la cuestión del establishment político. El gran debate se orientó hacia la Asamblea Constitucional, hacia la modalidad de la democracia y del sistema electoral. Se estableció un piso legal, en ese marco surgió la Comisión por la Verdad y la Reconciliación (que actuó como una justicia restaurativa, donde testificaron las personas identificadas como víctimas de violaciones graves a los derechos humanos). Algunas de las dificultades no resueltas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación forman parte central del postapartheid.
¿A qué cuestiones se refiere?
–En el marco de la negociación no hubo lugar para debates sobre la problemática económica. La cuestión económica fue resuelta de manera separada de la gran negociación, y estuvo subordinada a los intereses internacionales de la explotación en minería.
¿Por qué fue negociada en forma separada?
–Porque la ANC (Congreso Nacional Africano) ingresó en esa negociación con la convicción de que concretaría la idea –incluida en la “Carta de la Libertad” (Freedom Charter)– de que Sudáfrica pertenezca a todos los que viven allí, negros o blancos. Y se involucraron en un proyecto político tendiente a desracializar a la sociedad.
¿En qué consistió ese proyecto?
–Intentaron juntar las distintas piezas del rompecabezas, satisfacer a la sociedad, pero sin molestar al capital. Procuraron que la dinámica política – una política de desracialización liderara la relación entre el Estado y las instituciones. Pero el terreno económico sigue completamente racializado.
¿Qué consecuencias trajo en términos de equidad económica y social?
–Durante la presidencia de (Nelson) Mandela (1994-1999) se intentó avanzar con el proyecto de empoderamiento de la economía negra. Eso significaba que había emergido una nueva elite. Pero las discrepancias eran enormes y la lucha por dicho empoderamiento fue visto de una forma limitada, sólo se apuntó a un pequeño sector de la clase media negra en ascenso. Por eso, creo que ese intento de empoderamiento de la economía negra fue ciertamente inefectivo.
¿Por qué cree que el postapartheid se topó con esas limitaciones?
–Creo que hubo tres cosas que no se dieron después de 1994. La primera es que no hubo una negociación entre el Estado y las instituciones. El apartheid no fue sólo un proyecto de represión desde el Estado, también funcionó a nivel de las instituciones: desde las escuelas hasta las universidades pasando por los hospitales; sus infraestructuras se han multiplicado a través de una ramificación racial.
¿Cuál es la segunda cuestión no resuelta?
–Que la esfera económica creó un campo de privilegios muy particular. Se esperaba que la recomposición posterior al ’94 iniciara un proceso de desaprendizaje de ese privilegio, pero no fue así. En realidad, el sector económico se consolidó y se cerró en sí mismo.
¿En qué se evidenció los privilegios a nivel económico?
–Por ejemplo, cuando el Estado intentó promover el empoderamiento de la economía negra, desde el mercado se argumentó que se trataba de un racismo inverso. Hay una tercera cuestión: durante la lucha contra el apartheid, hubo vastas redes de movimientos políticos en las ciudades, que con el tiempo se volvieron cáscaras burocráticas. Tenían ambición y deseos, y un programa sobre algunas cuestiones económicas enfrentándose a cláusulas creadas por el Estado. Pero no es posible formar parte de un movimiento de masas y pasar al proceso de negociación al mismo tiempo. Esos procesos se fueron vaciando durante el intento de crear un nuevo concepto de pertenencia nacional en el marco del proyecto del postapartheid.
¿Cuán estructural es la problemática que observa en Sudáfrica?
–Pienso en una estructura de relaciones de raza y de política racial. Desde este punto de vista, el neoliberalismo se ve distinto. No se trata de una racionalidad económica externa que tiene efectos sobre la población. El neoliberalismo, en sí mismo, es un elemento constitutivo que mantiene la dinámica racial de las cosas.
¿Qué opina acerca del Brics como posible alianza alternativa? ¿Qué efectos tendría para Sudáfrica?
–Las iniciativas que hemos visto a través del Brics abarcan muchas formas, pero creo que todas confluyen en una misma dinámica.
¿A cuál se refiere?
–En el sentido de producir un tipo de futuro poscolonial, algo que creo que todavía es un deseo pendiente. Propongo una forma de pensar que se ubique fuera del tipo de relaciones de colonialidad. Por eso, incluso, propongo pensar el neoliberalismo de manera distinta: no ubicado como una cuestión política o económica, sino como una problemática racial. Porque creo que el neoliberalismo está tratando de redefinir la biopolítica. El neoliberalismo es el apartheid del futuro. En nuestros países, el neoliberalismo se apoya en dinámicas de gobierno local, segregación étnica y prácticas de exclusión del mundo del trabajo que se asemejan a modelos de décadas pasadas.
¿Cree que están dadas las condiciones en Sudáfrica para hacer frente a este escenario?
–En el Sur de Africa tuvimos la oportunidad de cambiar radicalmente el discurso a la salida del apartheid, pero no lo hicimos. Ahora la pregunta debe versar alrededor del postapartheid. Pero no pensando que el primer apartheid era una cuestión solamente sudafricana, sino que fue más allá. Se debe extender la discusión a la crítica del liberalismo en general, como una especie de teoría de la raza y un intento de componer los términos de la biopolítica. Y creo que eso es lo que no estamos logrando aún en Sudáfrica.
¿Cómo ha enfrentado Sudáfrica la crisis mundial?
–El presupuesto fue lanzado recientemente por Pravin Gordon, un activista surgido de la ANC que estuvo involucrado en las luchas de los años ’80. Ahora es el ministro de Finanzas. Con Gordon estaba el anterior ministro de Finanzas, Trevor Manuel, que proviene también de la UDF, un movimiento interno de izquierda de la ANC. Ambos crearon el Plan Nacional de Desarrollo a partir de una recorrida por el país en la que intentaron ver cuáles eran las necesidades de Sudáfrica para concebirse como un Estado más democrático, con una infraestructura que pudiera sostener las demandas de la población. Desde los movimientos sindicales, por ejemplo, plantearon que ese plan “no era suficiente”. La recesión ha sido dura y los efectos llegaron tiempo después.
¿Cuáles fueron los sectores más afectados?
–Hay una significativa preocupación por el crecimiento del desempleo y el aumento de las diferencias entre ricos y pobres. Hace pocos años, se realizó un estudio desde el programa de investigación de los sindicatos para cuantificar cuántos años le llevaría a un obrero sudafricano ganar lo que un CEO sudafricano cobra en un año. La respuesta era ridícula.
¿Cuántos?
–Mil cien años aproximadamente. El problema es la cantidad de años de crisis acumulada que llevamos.
¿Desde la crisis de 2007 o se refiere a los shocks previos a ese año?
–Incluso antes. Los objetivos de tener un crecimiento económico rápido se han convertido en enormemente problemáticos.
Con un alto impacto en el mercado de trabajo.
–Sí. En ese sentido, el problema fue la inversión extranjera directa, que se ha convertido en una gran preocupación para el Estado. Hubo debates sobre la posibilidad de que el Estado permitiera a Walmart venir a Sudáfrica. Esas argumentaciones dañaron la confianza de los inversores. Al mismo tiempo, hay una enorme insatisfacción en distintos sectores de la economía. Tenemos que repensar qué significa para nosotros el neoliberalismo, especialmente en un lugar como Sudáfrica. No podemos pensarlo simplemente desde una racionalidad económica, sino como una teoría de la raza. Y el problema es que eso no ha sido debatido adecuadamente. Ese fue el motivo del inicio de la ANC en 1955: el deseo de desracializar la sociedad, una visión utópica que significaría generar una sociedad basada en la igualdad
* Con la colaboración de Laura Efron, Sección de Estudios de Asia y Africa, UBA.
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