Domingo, 9 de marzo de 2014 | Hoy
PAUL KRUGMAN Y LAS POLíTICAS DESARROLLISTAS
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En un reciente artículo, Paul Krugman sostuvo que en Argentina “retornó la macroeconomía del populismo”. Contradiciendo una columna suya publicada en The New York Times a mediados de 2012 en la que elogiaba el rápido crecimiento de nuestro país, el Nobel de Economía cambió repentinamente su opinión, atribuyendo los problemas económicos a políticas populistas. Más allá de que la columna de Krugman parece inspirada en un oportunista intento de no quedar pegado a una eventual crisis, es una buena excusa para analizar algunos lugares comunes de la ortodoxia frente a los problemas económicos nacionales.
La teoría del “populismo macroeconómico” fue formulada a comienzos de los años noventa por el fallecido Rudi Dornbusch junto al chileno Sebastian Edwards. Según los economistas ortodoxos, las crisis de los años ochenta en varias economías latinoamericanas se debían a que los gobiernos democráticos emitían moneda para financiar gastos y subsidios, generando excesos de demanda que terminaban en inflación, déficit comerciales y fuga de capitales. Al final del camino, se terminaba en un plan ortodoxo de estabilización compuesto por devaluación, aumento de tarifas, caída de los salarios reales, en el marco de un acuerdo con el FMI para obtener financiamiento internacional.
Vamos a evitar discutir las causas de las crisis en los años ochenta, vinculadas con el excesivo endeudamiento externo en un contexto de bajos precios internacionales de las materias primas, para centrarnos en la validez de la hipótesis de la macroeconomía populista como causante de la inflación y falta de divisas en la Argentina del presente. Comenzando por los aumentos de los precios, el salto en las tasas de inflación se produjo entre 2006 y 2008 (pasaron del 10 al 26 por ciento anual, según estadísticas provinciales). A contramano del argumento ortodoxo que atribuye la inflación al déficit público financiado con emisión, en ese período las cuentas públicas eran superavitarias y la emisión decreciente. Pasando al faltante de dólares, la fuga de capitales fue el resultado de presiones internas de grupos económicos exportadores, sectores con activos en dólares y medios opositores con afán desestabilizador. Los errores de política económica para contenerla no necesariamente respondieron a objetivos “populistas”. A modo de ejemplo, las bajas tasas que los bancos pagaban por los plazos fijos no se tradujeron en crédito abundante y barato, sino en elevados márgenes de rentabilidad bancaria.
Respecto de la reducción del superávit comercial, se explica mayormente por la necesidad de importación de hidrocarburos, junto con las abultadas compras de autopartes y componentes de electrónica. La mayor necesidad de energía, como las elevadas ventas de automóviles y electrodomésticos, son consecuencias del “populismo”, si así calificamos las políticas de mejoras de ingresos de la población que permitieron un sostenido incremento del consumo y la producción.
La solución ortodoxa a esos cuellos de botella es la aplicación de políticas contractivas que derrumben el consumo, la actividad económica y las importaciones, ya que, para ellos, el empleo y el ingreso de las mayorías son variables de ajuste. Para quienes, en cambio, defienden un proyecto económico que incluya a las mayorías, el superávit comercial no puede obtenerse a costa de desempleo e infraconsumo, sino con políticas desarrollistas, como las que comenzaron a implementarse en el sector de hidrocarburos y las que deben implementarse sobre las industrias electrónica y automotriz
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