Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
THE ECONOMIST Y THE NEW YORK TIMES
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En un artículo publicado hace unas semanas en la revista inglesa The Economist se afirma que la Argentina lleva 100 años de declive económico. Similar planteo puede leerse en una reciente editorial del The New York Times, donde a un periodista de ese medio le alcanzó una breve parada de crucero en Ushuaia para dar lecciones de historia económica argentina. Tanto el refinado análisis del británico como la vulgar columna del norteamericano comparten la idea de que la Argentina viene en declinación desde los tiempos del “granero del mundo”, cuando teníamos un Producto por habitante superior al de muchas economías hoy consideradas más prósperas.
El análisis parte de reducir la prosperidad o decadencia económica al Producto por habitante. Vale señalar que Argentina no contó con estimaciones precisas y continuas de su producción y sus habitantes hasta la creación del Consejo Coordinador de Investigaciones, Estadísticas y Censos, en julio de 1946. Una estimación posterior hecha por la Cepal reconstruyó las estadísticas de producción desde el año 1900. El fallecido economista británico Angus Maddison, de quien se suele tomar los datos, indicó que utilizó una versión no publicada de ese trabajo de la Cepal y luego “asumió que el crecimiento anual del Producto por habitante entre 1870 y 1900 fue el mismo que entre 1900 y 1913” (Maddison, Monitoreando la economía mundial, 1995). Un heroico supuesto que pasó por alto acontecimientos como la crisis de 1890.
Más allá de lo endeble de la información utilizada para medir el Producto por habitante, éste no es indicador de desarrollo económico. La elevada renta por habitante de los tiempos del granero del mundo era similar a la que muestran hoy algunos emiratos petroleros, como resultado de la explotación de una gran riqueza natural en un país de escasos habitantes. Así como Qatar, pese a tener el mayor Producto por habitante del mundo, no es considerado en la actualidad una potencia económica superior a Estados Unidos, Alemania o Japón; de la misma forma, la Argentina del granero del mundo, pese a tener una renta por habitante similar a la de algunas naciones industriales de esos tiempos, no era una potencia.
Siguiendo con esa similitud, el impacto que tuvo el proteccionismo agrícola de las potencias a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial, con el consiguiente derrumbe del precio de nuestras materias primas de exportación, fue similar al que tendría una baja del precio del crudo para un emirato petrolero. La tardanza en realizar políticas de protección industrial de una oligarquía que se resistía a admitir el agotamiento del modelo agropecuario exportador fue señalada por intelectuales de la época como la causa de retraso de nuestra economía frente a países como Australia, Canadá, Brasil, Japón, India y Sudáfrica (Bunge, La economía argentina, volumen II, 1928).
Como indica Eugenio Díaz-Bonilla en un artículo del 27 de febrero de este año publicado en ecomonitor, durante la etapa de industrialización 1945-1975, nuestra economía creció a un ritmo similar o algo superior al de economías como Estados Unidos, Australia y Uruguay. La declinación real de la economía argentina, comparada con cualquier otra del mundo, surgió con el último golpe militar, realizado por quienes, compartiendo el mito de la larga declinación, quisieron reimplantar el granero del mundo. A fuerza de liberalismo económico y autoritarismo político lograron replicar genocidio y miseria dignos de un Mitre o un Roca. Pero en el mundo no había lugar para graneros sino para especulación financiera, hecho que derivó en una deuda externa que recién empezó a ser saldada en los últimos años
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