EL CICLO POLíTICO POPULISTA Y EL RIESGO DE LA RESTAURACIóN LIBERAL-ORTODOXA
El desafío más relevante para el desarrollo nacional deriva de la imposibilidad en el país de completar un ciclo político de matriz popular, dado el marco de correlación social de fuerzas.
› Por Roberto Schunk *, Elena Riegelhaupt ** y Leandro Rodríguez ***
En las páginas de este diario, y en otros ámbitos, se ha generado un interesante debate sobre el final o no del actual ciclo político kirchnerista. Es un tema de máxima importancia que no refiere sólo a la continuidad de un gobierno o de un partido. Por el contrario, se trata de un problema muy profundo en el desarrollo de la Argentina: nada menos que de la dificultad histórica de los gobiernos populares para sostener en el tiempo, hasta hacer irreversible, un proyecto político transformador. Justamente, tal como argumentamos en un texto publicado en la revista Realidad Económica, quizás el dilema más relevante para el desarrollo nacional deriva de la imposibilidad en el país de completar un ciclo político de matriz popular, dado el marco de correlación social de fuerzas.
Los gobiernos populares deben su legitimidad política a la implementación de lo que puede llamarse un “modelo económico distributivo”. Ese modelo se asienta en la promoción del consumo popular, las mejoras en el empleo, en los ingresos del trabajo y en el gasto público social. Este se ha verificado en los gobiernos peronistas, con excepción del menemismo, que han propuesto una economía de claro sesgo distribucionista, en especial si se lo compara con otras experiencias políticas en la Argentina, e incluso en diversas naciones de América latina.
Sin embargo, este tipo de propuestas populares legitimadas en el proceso de crecimiento con inclusión, en un país periférico como la Argentina, encuentran obstáculos estructurales que se deben resolver en el largo plazo. La restricción externa, las dificultades de arbitrar la puja distributiva, la reticencia inversora (rentismo), los “cuellos de botella” (energía e infraestructura), la escasa articulación del sistema de innovación y la heterogeneidad estructural, son algunos de estos escollos de cara al desarrollo. Ahora bien, los problemas estructurales irresueltos, en una economía en crecimiento, provocan una acumulación de desequilibrios macroeconómicos que finalmente dificultan la senda de la expansión con equidad. Esto se aprecia con claridad en los últimos tres años en la Argentina (2011-2013).
Lo peor del caso, paradójicamente, no estriba en la persistencia de los problemas estructurales de índole económica. En rigor, gran parte de los países que han encarado exitosamente un proceso de desarrollo (como Japón o Corea del Sur) han tenido que vencer sus propios problemas estructurales, y lo han hecho con éxito mediante políticas públicas bien orientadas y sostenidas en el tiempo. En verdad, el mayor obstáculo al modelo de crecimiento con equidad en la Argentina reside en el vínculo entre los problemas estructurales irresueltos y la continuidad del ciclo político de matriz popular. Los gobiernos populares tienen dificultades para remover los obstáculos estructurales en un plazo relativamente corto. De allí se deriva que las políticas de crecimiento con equidad, siendo exitosas en sus inicios, necesariamente producen una acumulación de desajustes macroeconómicos. Pero la cuestión es que estos dese-quilibrios, que provocan malestar social, constituyen terreno fértil para la ofensiva del poder económico-mediático. Frente a las dificultades reales, el establishment, de mucho poder en la Argentina, suele generar una operación perversa: identificar las tensiones económico-sociales con la acción “populista”, demagógica y hasta “irracional”, del gobierno de turno. Luego, temas sensibles a la población, como la “inflación”, el “cepo cambiario”, la “falta de empleo” (para ponerlo en términos actuales), e incluso cuestiones económicas importantes como el “déficit público” o la merma en las inversiones, son imputadas sencillamente a las políticas erróneas, caprichosas y/o animadas por la “corrupción”.
El debate público-mediático logra entonces responsabilizar al gobierno por los grandes problemas, pero evitando cuidadosamente ahondar en el cuadro estructural que esos fenómenos expresan. La solución que el establishment generaliza, por lo tanto, pasa por un camino muy sencillo: cambiar al gobierno. Con ello se interrumpe el ciclo político de matriz popular y se propicia un retorno a la ortodoxia liberal. Vuelven entonces las políticas orientadas por el mercado, incapaces de promover un proceso de desarrollo. De tal modo, se resigna la posibilidad de resolver los obstáculos estructurales y se abre un nuevo ciclo político caracterizado por el ajuste, la deuda externa ligada a la especulación financiera, la retirada del Estado, la desregulación y la plena liberalización comercial y de capitales.
En ese sentido, el avance de la derecha política en los últimos años y la fuerte ofensiva económico-mediática contra el gobierno nacional es un claro signo de la puja del establishment por frenar la continuidad del ciclo político kirchnerista y retornar a la ortodoxia liberal. Sin hacer un paralelismo con los primeros gobiernos peronistas, cuyo contexto era muy distinto, no hay dudas de que están buscando repetir el año 1955 en el siglo XXI.
En consecuencia, el gran desafío es lograr la acumulación de poder suficiente para darle continuidad democrática al actual ciclo político populista, profundizando las líneas políticas de los últimos diez años y tendiendo a resolver los problemas estructurales que se presentan. Todo gobierno necesariamente tendrá errores, retrocesos e incluso contradicciones, pero la cuestión es mantener en el tiempo el rumbo populista, es decir, la industrialización y la distribución del ingreso.
En ese sentido, se necesitan conductores políticos comprometidos y una conciencia militante clara de los problemas actuales para generar mecanismos de acumulación de poder. Celso Furtado sostenía que el desarrollo “requiere creatividad en el plano político”, la cual se manifiesta “cuando a la percepción de los obstáculos a superar se adiciona un fuerte ingrediente de voluntad colectiva”.
Por lo tanto, tenemos un dilema recurrente en la historia argentina: el intento hasta ahora exitoso del establishment de interrumpir el ciclo político de los gobiernos populares. Sin embargo, la historia bien puede cambiar. Hoy contamos con una base militante comprometida y con líderes capaces de encabezar exitosamente la continuidad del kirchnerismo. En nuestra opinión, como parte del proyecto político, entendemos que Sergio Urribarri es el que mejor expresa la profundización del modelo iniciado por Néstor Kirchner. Lo avala la trayectoria, la gestión y la capacidad de construcción política.
Finalmente, está claro que en los próximos años seremos testigos de nuestra capacidad como argentinos para romper con la fatalidad histórica y mantener un proyecto político de matriz popular. Si logramos que el ciclo político populista continúe, seguramente las transformaciones sociales serán irreversibles. Por ello no hay dudas de que estamos transitando un momento clave de nuestra historia
* Ministro de Producción de Entre Ríos.
** Docente de la Ftsuner.
*** Secretario de Producción Primaria de Entre Ríos.
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