Dom 19.07.2015
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Un paquete

› Por Martín E. Lafforgue *

Las secuencia de decisiones del gobierno de Alexis Tsipras de las tres últimas semanas, a primera vista, lucen contradictorias: la convocatoria a un referéndum sobre las políticas de austeridad desafiando al conjunto de la dirigencia europea y a los organismos de crédito internacionales; el abrumador triunfo del OXI en rechazo a esas políticas neoliberales; la negociación con el Eurogrupo de un nuevo paquete de medidas de austeridad cuyos costos económicos y políticos son todavía difíciles de evaluar, pero que, en principio, guarda más semejanzas que diferencias con los que aplicaron quienes le precedieron en el Ejecutivo y con los que su propio gobierno llamó a votar en contra hace apenas dos semanas; y la elección de Euclid Tsakalotos, un economista de irreprochables credenciales izquierdistas, como nuevo ministro de Finanzas. El desafío es dotar de inteligibilidad al conjunto de estas opciones a través de un hilo conductor: la línea estratégica y económica dominante al interior de Syriza cuya síntesis, slogan y promesa es “la otra Europa”.

En mayo de 2010, Grecia aceptó el ahora famoso Primer Memorándum con la Troika, abriendo el camino al conjunto de los países de la periferia europea al régimen de economía política de la austeridad. En términos económicos, Grecia enfrentaba dos opciones: a) la política de devaluación interna (ante la imposibilidad de ganar competitividad mediante una devaluación, se procura obtenerla en base a la reducción de los “costos” del país, en primer término los salariales y las prestaciones sociales); y b) “el camino argentino” o el grexit controlado, como se la popularizó en Grecia (en síntesis: adopción de una moneda nacional, devaluación y reestructuración de la deuda).

El ciclo de gobiernos (socialistas, de unidad nacional, tecnocráticos, conservadores) que se sucedieron entre 2010 y 2014 apostó a la primera. El diagnóstico no era novedoso: las causales de la crisis eran las excesivas regulaciones, las rigideces del mercado de trabajo, el clientelismo, el gasto público desbocado y el poder sindical. Según esta narrativa, las coaliciones redistribucionistas y populistas habrían bloqueado a las productivas y modernizadoras. La crisis era percibida como una oportunidad de implementar las medidas que hace mucho debían haberse tomado. Los resultados sociales y políticos y económicos son conocidos. En Grecia, la segunda opción no contó con apoyos sociales relevantes (nunca recogió más del 20 por ciento de las adhesiones, según las encuestas de 2010-2014, ni hubo grupos organizados que la sostuvieran) o político (sólo el ala izquierda de Syriza, pequeños grupos de extrema izquierda o nacionalistas).

En el debate económico fue apoyada a nivel internacional por algunos académicos de diversas orientaciones: Paul Krugman, el más notorio (aunque luego revisaría su posición) y, en Grecia, por un conjunto de académicos heterodoxos y marxistas. La formulación más articulada la realizó el profesor de la Universidad de Londres y hoy diputado Kostas Lapavitsas, un conocedor de la experiencia argentina. En su esquema la construcción de la eurozona está concebida de forma tal de favorecer sistemáticamente a un centro (Alemania, Austria, Holanda) que acumula superávit fiscales y preserva su estructura productiva en detrimento de la periferia (España, Grecia, Portugal, Irlanda) que, a la inversa, acumula déficit y degrada su estructura. Sólo el endeudamiento elevado de estados, como Grecia, o el boom inmobiliario, en España e Irlanda, habrían hecho sostenible esta situación entre la entrada en vigor de la moneda única a fines de los 90’ y la crisis mundial que irrumpe en 2008. El manejo de estos superávits genera condiciones de dependencia política de los países que requieren financiar sus déficit.

El grupo dirigente de Syriza y quienes diseñaron su programa económico –Tsakalotos fue su principal armador– entendieron que a esta opción dicotómica (euro y austeridad o Grexit) se le podía responder con una tercera posición. “Estamos en una línea delgada; tenemos que combatir a quienes conciben a una Europa irreformable y los que optan por una Europa per se sin analizar su contenido, el balance de fuerzas internas”, escribió Tsakalotos en el diario Avgi. “La otra Europa” sería la línea estratégica y de política económica con la que Syriza enfrentaría esta dicotomía. Nunca del todo explicitada, esta “otra Europa” implica, según el contexto, la reconstrucción de los estados sociales, mayor control democrático de la opaca institucionalidad europea, políticas industriales masivas bajo la forma de un nuevo New Deal o la apelación a unos vaporosos valores europeos.

Para Tsakalotos el programa del Grexit (devaluación, nacionalización de la banca, políticas industriales) conspira contra los objetivos centrales que deben guiar a Grecia: regionalizar el tema de la deuda externa, impulsar un New Deal para la eurozona y reorganizar el entramado político e institucional de la UE. La izquierda para el grupo dirigente de Syriza debe jugar su gran apuesta en y por Europa (esa “otra Europa”): un cambio en la correlación de fuerzas al interior del continente, que permita el avance de los movimientos populares y los partidos de izquierda, en el marco más amplio de creación de una esfera pública europea y una institucionalidad democrática. La preferencia por la salida del euro es vista como una vía nacional perimida, con el aditamento de que potencia una dinámica nacionalista y, en lo económico, un retorno a las carreras devaluacionistas.

Con agudeza, Tsakalotos escribió a fines de 2014: “Por la ruptura que trae su programa es muy improbable que un gobierno de Syriza pueda sobrevivir sin una fuerte solidaridad internacional. Su búsqueda de internacionalizar el problema de la deuda y de una nueva reconfiguración de la arquitectura económica y financiera de Europa debe analizarse bajo esta luz”. En este marco, los acuerdos de la última semana se inscriben para el gobierno griego en una nueva dilatación (ya hubo un acuerdo entre el gobierno griego y la troika que rigió entre febrero y junio) a la espera de dos instancias claves que podrían reequilibrar la mesa de negociaciones en Europa: las definiciones electorales en España, a fines de 2015, e Irlanda, principios de 2016.

Tsakalotos es un estudioso de los tres últimos grandes intentos de la socialdemocracia europea de implementar programas económicos de izquierda: la Estratégica Económica Alternativa del laborismo inglés de los 70, el Programa Común de Izquierda de Miterrand en Francia y los primeros experimentos del gobierno de Andreas Papandreou a principios de los 80. A su juicio, la derrota de estos programas implicó no sólo el descrédito de la izquierda, su pérdida de hegemonía en el campo de las ideas sino, y lo que es más grave, la incapacidad de pensar e influenciar los procesos entonces en ciernes de integración europea y de globalización.

Para Tsakalotos la salida de la crisis en curso no va a ser el retorno al neoliberalismo pre 2008, pero tampoco es posible el consenso keynesiano de posguerra. Las opciones que se abren son el de democracias autoritarias o régimenes que creen dinámicas sociales con espacios para la innovación política y social que comiencen a trascender la lógica del mercado. “La experiencia griega es altamente reveladora de ambas trayectorias. La experiencia griega dará respuestas. Y es por eso que es tan importante”, dijo recientemente.

Su crítica al socialismo griego (y extensible a la socialdemocracia europea en su conjunto) se inscribe en estas coordenadas. Escribió en Crisoles de la resistencia: Grecia, la eurozona y la crisis económica mundial (2013): “Su creencia [del socialdemócrata PASOK] en que era un partido pro europeo no le permitió incorporar ninguna visión, ya no digamos ninguna intervención, acerca del sentido de esta evolución europea: temas como la unión monetaria o la política de empleo fueron vistos como aquellos en los que se debía dejar operar a las tendencias naturales de la economía que harían su trabajo de integración y modernización. Hubo muy poco espacio para abordar el déficit democrático europeo por no decir acerca de la tarea imprescindible de crear un espacio público europeo de debate. No hubo ninguna visión europea, solo provincialismo, apenas una estrategia nacional en Europa”.

En los años 70, Grecia tuvo que optar por su incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE). De hecho, fue el país (1979) que anticipó el posterior ingreso de España y Portugal. En este debate el impulsor del ingreso, el conservador Konstantinos Karamanlis pronunció su famosa “Grecia pertenece a Occidente”. Andreas Papandreou, por ese entonces opuesto a ese ingreso, retrucó con el mítico “Grecia pertenece a los griegos”. El triunfo de la primera de estas opciones fue arrolladora. Grecia asumió el conjunto de las etapas y políticas europeas, incluyendo el euro, sin matices y pagando los costos que se le exigieron: la desarticulación de un tejido industrial potente por la eliminación de las políticas proteccionistas e industriales; el desmantelamiento de su agricultura debido a las políticas comunitarias favorables a agriculturas más sofisticadas (Francia, Holanda) y a la reducción inducida por los propios programas europeos de la producción lo que dio una impensable dependencia alimentaria; la especialización en servicios de mano de obra poco calificada y escaso valor agregado (turismo que representa el 18 por ciento del PBI); las sucesivas olas de flexibilización laboral; y desde 2010, el inicio del ciclo del régimen de economía política de la austeridad. Por otro lado, lo cierto es que entre 1979 y 2010 la integración le permitió consolidar su democracia, incrementar su PBI y niveles de vida, modernizar su infraestructura, reconvertir a algunos sectores productivos e internacionalizar a su empresariado. En este balance complejo lo que es difícil de percibir son los beneficios económicos, sociales o políticos que después de la adopción de la moneda común (2001) y la adopción del régimen de la austeridad (2010) obtiene Grecia.

Las razones por las que el pasado fin de semana, el gobierno de izquierda griego decidió aceptar el nuevo plan de ajuste son materia de especulación. Negoció en un terreno desigual, en el contexto de un sistema bancario al borde del colapso y en una gran soledad. El propio Tsipras lo reconoció en la entrevista que le concedió a la televisión pública helénica. Pero no se puede soslayar el valor asignado a Europa, la imposibilidad de pensarse fuera de ella, en un contexto en el que la pertenencia a Europa, la Unión Europea o la Unión Monetaria Europea se superponen y en el que el euro fetichizado trasciende la dimensión económica y se entrelaza con la política y simbólica en el imaginario social, así como la convertibilidad argentina implicaba la pertenencia a un Primer Mundo imaginario.

En esa entrevista, Alexis Tsipras señaló que Europa traicionó sus valores en el fatídico fin de semana previo, unos valores sobre los que el gobierno de Syriza cree ser el intérprete más fiel. Este mismo empeño europeísta imposibilita, como reconoció el ex ministro Varoufakis, jugar la que es probablemente la única carta que Atenas tiene hoy sobre la mesa: el Grexit cuyas consecuencias, no obstante las coberturas que el sistema financiero y los gobiernos hayan hecho, sigue siendo imprevisibles.

La sobreactuación de Tsipras y Varoufakis la semana del referéndum en el sentido de que el OXI no implicaba bajo ningún concepto esta opción se inscribe en esta misma línea. El gobierno de Grecia apuesta todo por acumular fuerzas en pos de la otra Europa. En el camino queda el riesgo de Europa a cualquier costo.

* Sociólogo (UBA), Magister en Relaciones Internacionales (Universidad de Bologna), especializado en Grecia contemporánea.

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