Domingo, 16 de agosto de 2015 | Hoy
ENTREVISTA A MARK WEISBROT SOBRE BRASIL, A PARTIR DE UN INFORME DEL CENTER FOR ECONOMIC AND POLICY RESEARCH DE WASHINGTON
El ajuste ortodoxo derivó en caída del Producto y aumento de la inflación y el desempleo. Mark Weisbrot evalúa que es una crisis autoinfligida, porque no había indicadores preocupantes ni fiscales ni del sector externo.
Por Marcelo Justo
CASH En Gran Bretaña
Desde Londres
El último informe de la CEPAL sobre América latina es pesimista sobre la región (0,5 por ciento de crecimiento) y más aún sobre Brasil (una contracción del 1,5). El ajuste que impulsó el nuevo equipo económico de Dilma Rousseff desde su victoria electoral a fines del año pasado empeoró una situación complicada a nivel internacional por la caída del precio de los commodities, la desaceleración china y el pobre desempeño de la economía mundial, que sigue sin escapar de la sombra que proyecta el estallido financiero de 2008. Una investigación del Center for Economic and Policy Research (CEPR) de Washington muestra que este negativo panorama externo ha sido menos perjudicial que la política contractiva aplicada por el gobierno de Dilma Rousseff. El impacto de esta política es que la economía brasileña durante el primer período de gobierno de Roussefff, entre 2011 y 2014, creció un 2,1 por ciento de promedio, comparado con el 4,4 por ciento de 2004 y 2010, a pesar de que durante este período, con Lula en el gobierno, Brasil tuvo que lidiar con la recesión mundial de 2008-2009. Cash dialogó con el codirector del CEPR Mark Weisbrot sobre las perspectivas de la economía brasileña y su impacto en Argentina.
El equipo que encabeza el neoliberal ministro de Hacienda Joaquim Levy dice que se puede hacer un ajuste compatible con el crecimiento económico. No es lo que muestran los datos duros. La investigación del CEPR analiza las políticas contractivas que se pusieron en juego con la primera presidencia y su impacto negativo. Dado que en este segundo período gubernamental Rousseff profundizó mucho esta política ortodoxa, el panorama no es muy alentador para Brasil si no cambia de rumbo.
–En efecto, las cosas han empeorado. En 2010 la economía estaba desacelerándose y, en respuesta, el Banco Central inició un ciclo de aumentos de las tasas de interés. Hoy la tasa de interés se encuentra por encima del 14 por ciento anual, uno de los índices más altos en el mundo, y ha habido una contracción de la demanda agregada y una fuerte caída de la inversión privada. Este proceso de contracción de la demanda agregada ya se percibía en 2011. Pero había una diferencia respecto a lo que sucede hoy. En la primera presidencia de Dilma había una tensión entre una agenda económica más desarrollista y otra más neoliberal. Hoy el rumbo está mucho más definido hacia el ajuste. Si Dilma Rousseff quiere salir de esta crisis, va a tener que cambiar de política.
Si en el primer gobierno había una tensión irresuelta entre dos modelos, ¿por qué Rousseff terminó decantando por la variante neoliberal que había rechazado expresamente en la campaña electoral si, tal como dice su estudio, no había una crisis de la balanza de pagos, ni datos concretos que respaldaran un posible éxito de esa estrategia?
–Eso habría que preguntárselo a ella. La realidad es que no era necesario seguir ese rumbo. Las reservas son muy altas. El servicio de la deuda es del 6 por ciento del PIB, un nivel elevado, pero también autoinfligido: lo podrían cambiar variando las tasas de interés. Si se mira la evolución de la deuda externa total, pública y privada, en relación con las exportaciones, pasó de 4,7 por ciento en 1999 a 1,27 por ciento en 2010 y a 1,54 por ciento en 2014. Y la deuda nominada en dólares cayó de un 75 por ciento en el comienzo de Lula a un 35 por ciento en 2010 y a un 40 por ciento en 2014. Incluso teniendo en cuenta que hubo un ligero empeoramiento de ambos indicadores en 2014, la realidad es que se encuentra en niveles mucho más manejables que antes de que gobernara el PT. Nuestro estudio muestra además que la caída de la producción industrial no se explica por un proceso de desindustrialización vinculado al problemas de las tasas de cambio, como sostuvieron algunas voces, ya que la producción industrial creció en 2007-2008 y en 2010 con un tipo de cambio apreciado. La razón de fondo fue esta caída de la inversión total, privada y pública, a la que me refería antes. Como decía, no sé por qué Rousseff se inclinó por esta política a pesar de estos datos, pero sí conozco la teoría que hay detrás de esta decisión, que es crear confianza en los inversores a través de un alza de las tasas de interés que contendría la inflación y les daría a la larga espacio para liberar el gasto fiscal. Todo esto, insisto, a pesar de que Brasil no estaba en una situación como la de 2003, cuando había restricción externa que forzó una política más cautelosa. Una vez que se aplicó la teoría del ajuste sabemos lo que pasa: nunca o casi nunca funciona. Lo vemos en Brasil y también en Europa.
En julio el gobierno anunció una reducción de la meta del superávit fiscal primario del 1,1 a 0,15 por ciento del PIB. Unos días antes de que se anunciara, el ministro de Hacienda Joaquim Levy señaló en una entrevista con Folha de Sao Paulo que no debía haber una reducción en las metas. En otras palabras, la política se terminó anunciando a pesar de su oposición. ¿Cree que hay un cambio en la relación de fuerzas internas?
–Como mínimo es un reconocimiento de que las cosas no están marchando como se esperaba. Es un avance porque hasta ahora había una negación de lo que estaba sucediendo. Es posible que sea el comienzo de un cambio, pero es prematuro para afirmarlo. A mi juicio, el cambio es crucial para la supervivencia política de Rousseff. Si no hay cambios va a haber más desempleo y se profundizará la recesión. Pero además el ajuste tiene consecuencias menos inmediatas, más a largo plazo. Brasil necesita mucha inversión en infraestructura. Y esta política está afectando esta inversión.
La situación se ha complicado más porque el dólar se ha apreciado este año hasta llegar a 3,51 reales, su mayor valor en 12 años. En este marco un aumento de las tasas de interés en Estados Unidos, que algunos predicen para septiembre, podría provocar una salida de capitales adicional que aumentaría más la presión sobre la economía brasileña.
–Es muy difícil predecir qué pasará con las tasas de interés en Estados Unidos. No veo que haya una justificación para elevar las tasas porque no hay inflación y no es que la actividad económica sea descollante. Pero aún así es difícil predecir si el impacto que generaría una suba de las tasas sería una salida de capitales de Brasil a Estados Unidos. Depende de cuándo sucede, si es una subida muy pronunciada o no. Si, por ejemplo, sube 0,25 por ciento el año próximo es una cosa. Si los inversores la ven como una política sostenida y más profunda de elevación de las tasas, el impacto puede ser mayor. El riesgo existe. A mi juicio, en caso de suceder, la suba de la tasa de interés será muy gradual.
¿Qué efecto puede tener una profundización de la crisis en Argentina y la región?
–Brasil es la más grande economía de la región y para Argentina es su primer socio comercial. Argentina tiene sus propios problemas por la restricción externa y los problemas que puede generar en términos de balanza de pagos. Pero creo que tanto Argentina como América latina se recuperarán. Lo que está sucediendo es una desaceleración que comenzó con una caída del comercio mundial y del crecimiento económico global y que en algunos países se ha visto agravada por las políticas procíclicas que se aplicaron, diferentes a la respuesta que se dio a la crisis financiera mundial y recesión de 2008-2009, durante la cual la mayor parte de la región respondió con políticas macroeconómicas contracíclicas, junto a otras políticas económicas apropiadas y de importancia. Pero no veremos otra “década perdida”, como la que tuvo América latina en la década de 1980, cuando los acreedores extranjeros llevaron a cabo una transferencia masiva de recursos de la región, equivalente a más del 6 por ciento del PBI al año durante 7 años. Tampoco es probable que se repita una situación tan mala como la de la década de 1990, previa a la elección de gobiernos de izquierda. Algunos gobiernos tendrán que cambiar sus políticas con el fin de volver a un crecimiento sólido, y es muy probable que lo hagan, entre otras cosas porque habrá una creciente presión política para que actúen y porque el FMI ha perdido mucho del poder que tenía para determinar qué política deben adoptar.
* El informe completo (en inglés) en http://www.cepr.net/documents/publications/Brazil201508.pdf
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