DEBATE
Subordinado a la tecnología
Por Veronica Gago
Las cosechas record que distinguen al campo argentino son un emergente emblemático del modelo de acumulación agrario conformado en la última década: durante esos años, el sector agropecuario nacional se convirtió en uno de los más desregulados y menos subsidiados del mundo, al mismo tiempo que se dolarizó y extranjerizó una parte significativa de sus costos”. Así lo señala la investigación del economista Sebastián Sztulwark, de la Universidad de General Sarmiento, presentada hace unas semanas en la Asociación Latinoamericana para el Desarrollo de la Industria, la Tecnología y el Empleo.
La pregunta podría hacerse de manera directa: si desde los ‘50 hasta mediados de los ‘70, Argentina utilizó las divisas obtenidas por el agro para financiar el desarrollo industrial, las retenciones que hoy hace el Gobierno, ¿adónde van a parar? ¿Es posible un modelo de acumulación con base agraria diferente al actual sin caer en una economía de subsistencia? Aquí hay que tener en cuenta –dice Sztulwark– que por cada dólar que ingresa al país por exportaciones una buena parte se fuga en intereses, giro de utilidades, importaciones de mercancías y pago de servicios reales. Y advierte: “Para ver estas fugas hay que mirar todos los componentes de la cuenta corriente que, para la totalidad de la economía argentina, es estructuralmente deficitaria”.
En la cadena internacional de acumulación, Argentina aporta lo tecnológicamente menos avanzado: los nutrientes del suelo, el procesamiento, el desarrollo de algunas variedades y almacenamiento, cuando la clave se sitúa en la provisión de insumos. Y esto remite, según esta investigación, a un cambio en las relaciones centro-periferia, ya que de la clásica dicotomía de los productos primarios por un lado y los industriales por otro se ha pasado a la asimetría por intensidad tecnológica. “Quien tiene el control de la tecnología es quien controla las características del mercado y las condiciones de apropiación”, enfatiza Sztulwark.
Un caso paradigmático pero no muy excepcional es el de los aceites y grasas: el 95 por ciento de la tecnología incorporada al sector es importada. El nuevo modelo de producción implementado a partir de los ‘90 introdujo la biotecnología (semillas transgénicas), nuevos manejos agroquímicos (siembra directa y mayor uso de fertilizantes), agroquímicos (herbicidas) y una capitalización (nueva generación de maquinaria agrícola) que obligó a los productores adoptar “paquetes tecnológicos completos” para no quedar fuera de una lógica de industrialización agrícola.