La credibilidad de los analistas de Wall Street cayó más o menos tan bajo como la de los políticos argentinos. Unos y otros fueron durísimamente tratados en los medios. Pero si acá es asombroso ver cómo siguen tallando, con vistas al 2003, los dirigentes más quemados, por incompetentes y corruptos, no lo es menos la fe que el inversor bursátil sigue depositando, en Nueva York, en los mismos gurúes cuyos optimistas vaticinios en medio de la burbuja contribuyeron a arruinarlo. Zacks Investment Research determinó que, ya avanzado el año 2000, cuando seguía el auge, de 8000 recomendaciones emitidas por los analistas, sólo 29 aconsejaban vender.
El “que se vayan todos” nunca funciona fácilmente, como si los peores políticos y la información más contaminada fuesen males necesarios. “Algo de información es siempre mejor que nada”, según la filosofía de Ned Riley, estratega jefe de inversiones de State Street Global Advisors, citado por Charles Stein en un artículo del Boston Globe. Sin embargo, en muchos casos los análisis sólo representan constataciones tardías. Es lo que pasó la semana pasada con Intel, a la que muchos informes le bajaron la nota un día después de que la empresa difundiera malos resultados para el tercer trimestre y no predijera mejoras para el cuarto. Es más: hasta vaticinaron como precio de la acción el que ésta mostraba ya en las pizarras.
No obstante, quizá porque los inversores institucionales no pueden evitar conceder atención a los augures, su palabra sigue siendo determinante. El 11 de este mes, por ejemplo, Dan Niles, de Lehman Brothers, le otorgó una nota favorable a IBM. Acto seguido, la acción subió 9,8 por ciento. Una semana antes un colega suyo de Lehman había provocado un bajón de 9,1 por ciento en los papeles de Energizer Holdings. La inagotable sed de información de los apostadores sólo puede ser saciada por quienes, con mejores o peores artes, se dedican a fabricarla en grandes cantidades. Son gente de oficio, como los políticos.