Lula afirmó durante su breve visita a Buenos Aires que el real nunca valió un dólar, y que el peso tampoco. Sus palabras fueron muy bien acogidas, ¿pero qué habrá querido decir? Tomadas en sentido estricto, fueron un pronunciamiento contra el 1 a 1, aludiendo tanto al Plan Real como al de Convertibilidad. Pero, en verdad, lo que sostuvo respecto de esa paridad podría igualmente haberlo sostenido respecto de cualquier otra, incluso la actual. Así, el día de mañana podrá él afirmar que ni el peso ni el real valieron jamás 28 centavos de dólar, que es aproximadamente su paridad actual. Sin embargo, es el valor al que efectivamente se transan en el mercado.
Cabe deducir que al presidente electo de Brasil le interesó marcar su oposición al tipo de cambio fijo, o a la pretensión de atar la moneda de estos países al dólar. Con ello estaría defendiendo la flotación cambiaria e, implícitamente, una gradual devaluación respecto del dólar. Es más: precisó que el real y el peso deberían depreciarse juntos para no alterar la competitividad intrabloque. ¿Pero por qué particularizó en el 1 a 1? Quizá Da Silva sea víctima, a su manera, de cierto error nominalista, porque la verdad es que tan malo como el 1 a 1 puede ser el 3,60 a 1 si se lo convierte en una relación fija, dicho esto desde el punto de vista de los adictos a la flotación.
Puede no ser el caso de Luiz Inácio, pero muchas personas creen por ejemplo que la libra esterlina es más “fuerte” que el yen porque “vale” más, cuando la fortaleza de una moneda depende en realidad de su capacidad de preservar su valor de cambio y elevarlo en el tiempo. Así, el 1 a 1 suscita la impresión de que una moneda que así cotice en relación al dólar es “tan fuerte” como éste, no siendo ésa la sensación si cotiza a sólo 28 centavos. No obstante, mientras entre abril de 1991 y enero de 2002 el peso fue igual de fuerte que el dólar porque evolucionó a la par de éste, en estos meses se mostró incluso más fuerte que el dólar, ya que pudo subir de 25 a 28 centavos.