BUENA MONEDA
Autos y empanadas
› Por Alfredo Zaiat
Con esa sabiduría de observar lo simple, una mujer dedicada a las medios de comunicación planteó lo siguiente: “¿Cómo puede ser que una importante terminal automotriz tenga un plantel de no más de 400 empleados, menos que los que reúne con sus franquicias la cadena de empanadas el Noble Repulgue?”. Los economistas profesionales le saltarán sin pestañear a la yugular para esclarecerla. Explicarán que cada uno de los trabajadores de la fábrica de autos produce muchísimo más valor por unidad que el que se labora en los locales de venta de empanadas. Además, esos empleados forman parte de un eslabón de una cadena de valor, desde autopartistas hasta la red de comercialización, bastante más importante que la que compone la de masa y carne picada. Además, apuntarán que los servicios son, en general, mano de obra intensiva de salarios bajos, mientras que en la mayoría de las industrias, con el avance tecnológico, la plantilla es reducida, calificada y con ingresos por encima del promedio. Sin embargo, esa sorpresa por el escaso dinamismo en la generación de empleo de compañías grandes no es para menospreciar. En todo caso, sirve para revelar cómo ha quedado distorsionada la economía real luego del lamentable experimento de la convertibilidad.
Un interesante documento del Observatorio Pymi, dirigido por Vicente Donato, de la Università di Bologna, permite acercarse a una de las tantas falacias que se construyeron durante la década pasada, que por ahora han quedado al desnudo, pero todavía no han sido enterradas. En este caso, se trata de la idea de que las pequeñas y medianas industrias son unidades de más riesgo para los bancos y, por ese motivo, el acceso al crédito es más caro. Y que se manejan en el mundo informal, lo que las hace merecedoras del escarnio. Más allá del repetido discurso que desciende de cualquier gobierno, referido a la importancia que tienen las pymes para el desarrollo, lo cierto es que, ante su menor capacidad de lobby, no ocupan un lugar destacado en la agenda económica.
En ese mencionado trabajo se analiza la situación de las pymi antes y después de la devaluación, a partir del estudio de una encuesta a un panel de alrededor de 1000 empresas monitoreadas durante un quinquenio de investigación. Una de las conclusiones más relevantes consiste en verificar que las pequeñas unidades productivas se anticipan tanto a las crisis como a la recuperación, tal como quedó probado con la recesión de 1998 y el rebote de 2002. Además, que la devaluación, pese a la mala fama por sus efectos sobre el patrimonio financiero, ha significado una sustancial mejora de los precios relativos que derivaron en un sustancial aumento de las ventas y de incorporación de personal.
En esa encuesta, el porcentaje de pymi en situación de “estancamiento-achicamiento” que en el bienio 2000-2001 había alcanzado un máximo del 76 por ciento en las empresas disminuyó al 60 por ciento en 2002-2003. Ese nivel es similar al que se registró en 1998, cuando comenzó la recesión, aún lejos de las proporciones observadas en 1996-1997, cuando sólo el 40 por ciento de esas compañías se encontraba en esa situación. “Para comprender mejor el verdadero alcance de los cambios ocurridos en el sector de las pymi luego del abandono de la Ley de Convertibilidad –se señala en el informe–, es conveniente recapitular cómo fue la evolución de las empresas durante la segunda mitad de los años ’90.”
La rápida recuperación de las pymi que se produjo luego de la crisis del Tequila, tanto en términos de ocupados como de ventas, comenzó a desacelerarse ya a principios de 1998. Así, detectó tempranamente el Observatorio, los síntomas recesivos en el sector pymi se anticiparon a los de las empresas más grandes de la economía. Se demuestra así, una vez más, “la mayor sensibilidad de esas empresas a la coyuntura económica, en comparación con las más grandes”, se puntualiza en el documento. Esa mayor sensibilidad convierte a las pymi en un importante termómetro para anticipar lo que ocurrirá con el resto de la industria. Ahora las pymi afrontan precios relativos favorables, totalmente distintos a los vigentes en la segunda mitad de los ‘90. De todos modos, continúa la falta de crédito tal como se verificó en ese último período de la convertibilidad. Pese a ello, esas compañías lograron cambiar su perspectiva de crecimiento: la tradicional desventaja financiera fue compensada con creces por la ventaja comercial dada por la mejora de precios relativos derivada de la devaluación.
Ante ese nuevo escenario, con la persistente falta de crédito, el objetivo de un tipo de cambio real elevado, tal como quiere Roberto Lavagna, aparece indispensable para amortiguar el escaso acceso a financiamiento bancario de esas compañías. A medida que el crédito se haga presente, se supone que disminuirán las presiones industriales por mantener un dólar alto. Actualmente, el nivel de endeudamiento de las pymi se estima de 4 a 7 por ciento del activo del sistema financiero. Ese indicador había alcanzado el 17 por ciento, en el mejor momento de los ’90, por lo que recuperar ese nivel implicaría unos 2200 millones de pesos en nuevos créditos.
Pero la mayoría de los bancos muestran todavía reflejos de la convertibilidad. Pese a que las pymes se han revelado en la crisis mejores pagadoras que las grandes, no abren el grifo. Si los banqueros les prestan a los que no pagan y si no dan créditos a los que cumplen, la pregunta existencial, entonces, es: ¿los banqueros saben hacer su trabajo?