BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Una de las particularidades de la realidad argentina es que se va construyendo en gran medida con una sucesión de falacias, que de tanto repetirlas se van incorporando al saber convencional como verdades. No se trata sólo de referir a que la historia la escriben los que ganan, sino que en este caso además el relato de los ganadores está estructurado sobre pilares que no tienen bases ciertas. Así se va moldeando un estilo de hacer política, de emprender negocios y de definición de prioridades económicas que acompañan esa realidad “ficticia”. Es sencillo suponer que ese camino no tiene otro destino que el fracaso. Ese fatalismo, tan propio de la opinión pública mediatizada, tiene su raíz en ese vicio originario. Uno de los latiguillos más difundidos en estos años colabora para comprender con más claridad esa construcción perversa de la realidad: “Argentina le da la espalda al mundo”.
Si se hubiera asumido como verdadera esa sentencia, el recorrido siguiente no habría sido otro que el de la sumisión. El mínimo sentido común concluiría que esa admonición era ridícula, porque el default no interrumpió el comercio exterior, no provocó ruptura de relaciones internacionales ni incumplimientos de otros compromisos financieros. Sin embargo, se sigue insistiendo con esa idea de país incorregible, que se va alimentando con esa misma arrogancia de considerarse el centro del universo, de pensarse como un país especial, elegido por el Señor por sus vastas riquezas y por destacarse por sus sacudidas violentas. La Argentina fue en los setenta el país de la dictadura más sangrienta, en los ochenta el de la hiperinflación más devastadora, en los noventa el del alumno más riguroso en aplicar la receta del Consenso de Washington, y en el comienzo del nuevo siglo el que declaró el default más grande de la historia del período moderno de la globalización.
Uno de los senderos –no el único– para comenzar a edificar un destino menos turbulento es tener en claro qué fue lo que sucedió, para evitar que vayan creciendo falsedades que terminarán distorsionando la historia. En ese sentido un reciente documento sobre la deuda, el default y su reestructuración, de los economistas del Cedes Mario Damill, Roberto Frenkel y Martín Repetti, es una herramienta valiosa. “El país suele utilizarse como ejemplo en la presentación de argumentos generales que suponen contar con la Argentina como llamativo caso particular. El poder retórico del ejemplo reside precisamente en su notoriedad, que a veces parece eximir la cita de pruebas más sólidas. Muchas de esas referencias son de segunda mano y en algunos casos ni siquiera esto, sino la mera mención de una imagen consensual”, advierten. Para luego exponer una declaración de principios: “Este trabajo está guiado en parte por la polémica con algunas de esas referencias que consideramos falaces”.
Para continuar con la tarea emprendida la semana pasada en esta columna (“Descontaminación”), y con el objetivo de que la confusión no se generalice, se presentan tres de las falacias que logran desmontar esa troika de economistas.
1. Argentina es el ejemplo de “intolerancia a la deuda”, categoría creada por economistas vinculados al FMI (Reinhart, Rogoff y Savastano). Según esa teoría, a ese estadio llegan los países que “cargan con el pecado original de ser incumplidores reiterativos”. Entonces, el default reciente se explicaría –de acuerdo con esos especialistas– por un lado por “una característica inherente de la economía adquirida a lo largo de sus casi dos siglos de existencia como nación. Y por otro, en la conducta irresponsable de gobiernos que insisten en contraer deuda externa por arriba del bajo límite de intolerancia propio del país”. Damill-Frenkel-Repetti (DFR) consideran irrelevante analizar la cesación de pagos en función del pasado remoto. Y si ése fuera el análisis, recuerdan que la Argentina saldría airosa, dado que en los años treinta pagó sus obligaciones financieras mientras otras trece economías latinoamericanas declararon el default total o parcial de sus respectivas deudas. Y destacan que la “carga intolerable” de deuda fue adquirida desde fines de los setenta. DFR concluyen que “en el origen del problema de deuda externa no hay un remoto pecado original sino un más reciente error de política original, esencialmente la combinación de apertura de la cuenta capital, tipo de cambio nominal fijo y tipo de cambio real apreciado. La Argentina repitió en forma acentuada ese error de política original en los años noventa”.
2. El caso argentino es el ejemplo de que el gasto público descontrolado es el factor principal de las crisis y defaults. DFR señalan que la irresponsable política fiscal “es probablemente la más difundida falsa imagen del caso argentino”. Para desenterrar la imagen oculta sobre esa cuestión, explican que “la dinámica ascendente de la deuda pública en el último cuarto de la década del noventa fue principalmente consecuencia de la suba de la tasa de interés –empujada, a su vez, por el incremento de la prima de riesgo país– luego de las crisis asiáticas y rusa”. Al respecto, precisan que el pago de intereses fue el factor dominante para comprender el aumento del déficit fiscal entre 1998 y 2001. Y agregan que el déficit del sistema de pensión (causado por AFJP, recesión y suba del desempleo) también contribuyó a ese resultado. DFR concluyen: “la fuente original no fue una equivocada política fiscal, sino el efecto conjunto de la inherente fragilidad externa y la consecuente predisposición al contagio”.
3. El default es el principal factor responsable de la profunda crisis sufrida por Argentina y de su alto costo social. Los economistas del Cedes afirman, en cambio, que “la violenta contracción de la actividad y el empleo se presentaron en gran medida antes del default” generados por la crisis financiera, la corrida hacia activos externos y la iliquidez, que derivaron en la devaluación. Y con la saludable vocación de provocar al consenso dominante, DFR sostienen que “el default de la deuda resultó en realidad una de las condiciones de la recuperación que tuvo lugar rápidamente después, no tanto por el efecto fiscal de la suspensión de pagos, sino principalmente porque liberó a la política económica de la necesidad de emitir señales para facilitar el roll-over (refinanciación) de los pagos de deuda”. La conclusión de Damill-Frenkel-Rapetti, que también se puede leer como consejo, es que “frente a una crisis motivada por una firme expectativa de un futuro default, lo altamente costoso no es el default sino su postergación”.
A esta altura se revela que los difusores de las falacias no son inocentes. Llegó el momento de que la imagen en el espejo se refleje tal como es, con sus defectos y virtudes, pero ya no una que no sea la real.
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