Dom 14.08.2005
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BUENA MONEDA › BUENA MONEDA

Lucha de ganadores

› Por Alfredo Zaiat

Editor Jefe de Cash / Página/12

En general, se piensa que si una sociedad sufrió crisis devastadoras aprende de esos traumas e intenta no repetir ese camino que tanto daño le provocó. También es cierto que para reparar las heridas hay que asumir el pasado, con todas las miserias que ofrece. A veces la negación, por supervivencia o por evitar verse en un espejo desagradable, provoca comportamientos sociales que tienden a repetir el tránsito por senderos autodestructivos. En ese sentido, la discusión económica en la Argentina no deja de regalar sorpresas. Parece surrealista, fuera de todo sentido común, que con las traumáticas experiencias de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz y de la convertibilidad de Domingo Cavallo, exista en estos momentos un debate sobre el nivel del dólar. Una de las mentes más brillantes del pensamiento económico moderno, John Kenneth Galbraith, en su libro Breve historia de la euforia financiera escribió: “La memoria en asuntos financieros debería considerarse que dura, como máximo, veinte años. Este es el tiempo que suele precisarse para que los frutos de un desastre queden borrados y para que alguna variante de la demencia anterior rebrote a fin de cautivar la mente de los financieros”. En la Argentina, los plazos de la memoria colectiva fueron más cortos que los previstos por Galbraith, teniendo en cuenta el plazo que medió entre las dos peores experiencias de retraso cambiario. Fueron unos diez años. Pero nadie se podía haber imaginado, salvo mentes afiebradas o poderosos intereses financieros, que a menos de cuatro años del estallido incubado por el 1 a 1, una de las principales discusiones económicas sea hoy el tipo de cambio.

Ese no es el principal debate económico que la sociedad merece. Claudio Lozano apuntó con precisión que la discusión debería ser otra: “la de cuál es el esquema de precios (incluidos los salarios y los ingresos de la población) y cuáles las políticas que permitan ampliar el consumo popular y expandir el mercado interno, en simultáneo con la afirmación de un nuevo proyecto productivo”. Lo que sucede, y merece destacarse, es que los abanderados del dólar bajo tienen mucho poder, entre los que se destacan los vinculados con rentas financieras y los acreedores externos –por ejemplo, el FMI–, que pretenden que el país aumente aún más los extraordinarios pagos que ya realiza. También es cierto que aquellos que defienden el dólar alto no son bebés de pecho. Son los grandes exportadores que están contabilizando abultadas ganancias y compañías oligopólicas vinculadas con el mercado interno, que registran sobrerrentas hundiendo los ingresos de la mayoría de la población.

De algún modo es la reedición en otros términos de la ya histórica puja que se da al interior del bloque del poder económico desde hace treinta años: acreedores, el mundo financiero y organismos internacionales versus grupos locales (ahora los pocos que quedan), exportadores y compañías con posición dominante en sectores estratégicos. En la década del ’80, la pelea fue por la apropiación de los recursos del Estado, conflicto que tuvo como desenlace la hiperinflación de Alfonsín y luego la de Menem. A fines de los ‘90, luego de una lucrativa asociación para participar en el desguace del Estado, esa batalla se manifestó en cuál sería la puerta para salir del insostenible corsé de la convertibilidad. Por un lado se postulaba la dolarización y por otro la devaluación, y se sabe cuál de los dos triunfó. Ahora esa misma pelea se manifiesta entre los bandos del dólar bajo y el dólar alto.

En cada uno de esos combates los grandes perdedores han sido los trabajadores, el resto de los actores económicos con ingresos fijos y los vinculados con el mercado interno. El desafío del gobierno de Néstor Kirchner y de su ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien se ha erigido en el principal defensor de la subvaluación del tipo de cambio real, es evitar quedar atrapado en esa puja. Esto en caso de que aspiren a llevar a los hechos el varias veces repetido discurso de mejorar la distribución de ingresos, objetivo que en los últimos dos años tuvo más intenciones –en realidad, medidas reparadoras luego de la violenta sacudida a los presupuestos familiares ocasionada por la devaluación– que políticas públicas consistentes en esa orientación.

En los hechos, la dupla Kirchner-Lavagna está caminando por un estrecho desfiladero, más volcada hacia el equipo de los exportadores-devaluacionistas pero sin olvidarse de los acreedores-dólar barato. Esto es así porque el dólar alto viene acompañado de retenciones a las exportaciones, recursos que colaboran para crear un mullido superávit fiscal cuyo destino principal es pagar deudas y, en el caso del FMI, para realizar cancelaciones netas. Por esa política de dar y sacar un poco a cada uno recibe críticas de ambos, aunque las dos partes se benefician del actual esquema cambiario.

Ahora bien: no sólo por los desastrosos experimentos de la tablita y la convertibilidad, sino simplemente observando cuál fue la estrategia cambiaria de los países que son presentados como exitosos (Japón y Alemania, en la posguerra; Malasia, Corea, Taiwan, en las dos últimas décadas; y China, en la actualidad), el modelo del dólar alto es una condición necesaria para pretender un crecimiento sostenido. La cuestión que el Gobierno debe resolver no es la política para mantener el dólar alto, para la cual tiene suficientes instrumentos para sostenerla, sino ¿para qué quiere un tipo de cambio competitivo?

El dólar alto es un fuerte estímulo a las exportaciones, en un contexto internacional de precios de los commodities por las nubes y todavía con una tasa internacional reducida. También es una barrera al ingreso masivo de importaciones. De esa forma se asegura un sendero de crecimiento económico, que no es lo mismo que uno de desarrollo. Aldo Ferrer explica que “desarrollo” implica elevar el bienestar general, integrar el tejido social y afianzar la seguridad personal y la jurídica. Para ello, sostiene uno de los referentes del Plan Fénix, “son imprescindibles el aumento del empleo, la distribución equitativa del ingreso, el aumento de la oferta de bienes públicos (educación, salud, seguridad, viviendas) y la consolidación de las instituciones de la democracia”.

La disputa dólar alto-dólar bajo es propia de los ganadores del modelo, del anterior y de éste. La cuestión pasa por avanzar sobre ese debate y encontrar respuestas a por qué con el actual esquema, que no genera presiones explosivas por el lado cambiario y del endeudamiento externo como las que generaba la sobrevaloración del peso, la pobreza se mantiene en insultantes cifras con una economía que crece a un ritmo del 8 al 10 por ciento anual con descenso del índice de desocupación.

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