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Domingo, 12 de noviembre de 2006

BUENA MONEDA › BUENA MONEDA

Carne de diván

 Por Alfredo Zaiat

El estado de ánimo del mundo empresario es reflejado en extensas y reiteradas coberturas generando una realidad que, por lo menos, es contradictoria. O, en algún sentido, paradójica. En una economía organizada bajo las reglas del capitalismo y que crece a un ritmo del 9 por ciento, con elevado grado de concentración y costos laborales que son bajos los balances no pueden tener otro saldo que el de fuertes ganancias. Y ése es el resultado. Las cuentas que son públicas en empresas que cotizan en la Bolsa e informan a sus accionistas la marcha de sus actividades muestran importantes niveles de rentabilidad. Incluso, en varios sectores, las utilidades contabilizadas están muy por encima de las que registraban en la añorada –por los hombres de negocios– década dorada del menemismo-convertibilidad. Es evidente que el dinero no es todo, aunque existe consenso de que el objetivo principal de la labor empresaria es hacer viable sus compañías. Indudablemente debe haber otros factores que influyen para generar ese clima de insatisfacción e incomodidad con un gobierno que sostiene un esquema macroeconómico que les ofrece atractivas rentas. No se trata de un caso para el diván de Freud, pero se aproxima bastante.

Varios pueden ser los motivos, siendo algunos complementarios, para comprender las reiteradas quejas del mundo empresario. A saber:

n La principal razón que exteriorizan es que se sienten maltratados por los funcionarios y que, en realidad, les molesta el modo de conducción de Kirchner en las negociaciones. Dicen que históricamente con los gobiernos existen conversaciones, intercambio de opiniones. Pero que con el actual sólo reciben órdenes. Parece un poco exagerada esa descripción y excesiva en cuanto al poder que se le asigna a una sola persona. Puede ser que el acostumbramiento a ser cortesanos del poder en las últimas décadas haya distorsionado un poco el lugar que deben tener los ejecutivos de compañías en la estructura política de un país. En todo caso, la presente es una experiencia de aprendizaje –o de disciplinamiento– para construir un país capitalista “en serio”, como varias veces el establishment ha proclamado, si ése es en realidad su objetivo.

n Una visión mezquina de la molestia que expresan los empresarios refiere a que se trata de una estrategia para obtener privilegios perdidos o para mantener utilidades elevadas amenazadas por el reclamo de recuperación de ingresos por parte de los trabajadores. Los insistentes pedidos por ajustes de las tarifas o las constantes críticas por los acuerdos de precios tienen esa lógica de comportamiento. Resulta igualmente extraño que, pese a esos criticados pactos, el índice de precios al consumidor en el sensible rubro de alimentos y bebidas siga aumentado. Es cierto que los acuerdos desaceleraron la inercia al alza de esos productos. Pero las políticas de nuevos lanzamientos o de alteración del packaging revelan que ese monitoreo puede ser eludido, como se observa recorriendo góndolas.

n Otra posición para comprender ese desagrado tiene su origen en una cuestión ideológica. El debate dogmático sobre los años setenta, el peronismo, el sindicalismo, Chávez, el Mercosur-ALCA, entre otros, distorsiona el análisis del actual proceso económico. La calificación de “populista” al gobierno resume esa concepción. Es una crítica clásica que está ligada a una concepción tecnocrática y reaccionaria del poder. Esta sostiene que sólo los expertos deben determinar las formas de organización de la comunidad. Por ese motivo, Chile es el modelo preferido debido a que, pese a tener gobiernos socialistas, son administraciones con cuadros políticos tecnocráticos. Lo que estaría en disputa, entonces, es la hegemonía del poder en un contexto donde la elite tradicional ha quedado desplazada. Al recorrer los pasillos de organismos públicos se detecta que el actual elenco de funcionarios con poder de decisión es distinto al que lo transitó en los últimos años. De otro origen, político más que tecnocrático, alejado de las instituciones y fundaciones de investigaciones de lobbies de intereses sectoriales. Es diferente, pero todavía tiene que demostrar que es mejor que los anteriores y habituales moradores del poder.

n Otro análisis menosprecia la capacidad de adaptación y de cosmovisión del empresariado apuntando a que ese malestar se debe a que ellos no entienden el actual proceso económico. El modelo del dólar alto beneficia a la industria –sustitutiva de importaciones y a la exportadora– y al campo, pese a las retenciones. También al comercio y al sector servicios alentando el ingreso de millones de turistas extranjeros. Para ello se requiere de una importante intervención estatal en el mercado para sostener el tipo de cambio competitivo. Y es lo que hace el Gobierno. O sea, con esa política la gestión Kirchner se constituye en el principal aliado de las empresas para que puedan seguir contabilizando fuertes ganancias. Sin embargo, al quedar atrapados en internas, mezquindades personales o en peleas de cartel los hombres de negocios, que se reúnen en IDEA, UIA o AEA, no pueden liderar el necesario salto cualitativo como dirigentes intérpretes de los fenómenos sociales-económicos que les interesa.

n Otra lectura, con tono sociológico-político, del disgusto e irritación se basa en que, fruto de los últimos treinta años y de la profunda extranjerización, se ha perdido o, en el mejor de los casos, ha quedado relegado en la marginalidad el empresariado con un proyecto de país. La apertura, globalización y negocios financieros rápidos y rentables provocaron que ellos no se reconozcan como un relevante sujeto social con compromiso nacional y con un indispensable protagonismo en un proceso de desarrollo. Al sentirse ajenos a ese papel en la sociedad, el territorio donde realizan su labor también lo es. Entonces asumen posiciones reactivas a cualquier intervención estatal que interfiera en la gerencia de sus negocios.

Cada uno de esos motivos de fastidio o todos juntos podrían ser carne de diván. Pero se sabe que en esos tratamientos, si se pretende avanzar sobre las propias debilidades, la negación es la principal barrera a vencer.

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