BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
En estos días de relación turbulenta entre el campo y el Gobierno, de cruces y chicanas varias, la expresión más cristalina del discurso anacrónico de la dirigencia que conduce a los “castigados” productores estuvo en boca del vicepresidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcatti. Con desconocimiento de las condiciones del acuerdo, el tambero manifestó su preferencia por Soros para la cooperativa SanCor. Textual, dijo: “A priori entre Soros y Chávez, me quedo con Soros. Produce con alta eficiencia, no es un capital que viene a hacer negocios y se va. No me gusta ideológicamente Chávez, no me gusta su actitud, no me interesa”. Esas pocas palabras reúnen todos los condimentos que, en general, tienen las conducciones de la mayoría de las corporaciones en el país: prejuicios, ignorancia y un exagerado ideologismo que no les permite pensar un proyecto de desarrollo integrado. Sintéticamente, para SanCor la opción no fue Soros o Chávez, sino la extranjerización o seguir como cooperativa; la cesión del capital o el salvataje financiero. Y Soros es precisamente el inversor que viene a hacer negocios y se va, actitud que Biolcatti cuestiona hablando de Chávez.
La experiencia de los ’90 de Soros en Argentina revela que la base de su actividad consiste en invertir capital para obtener una elevada renta para luego irse. Así fue su participación en IRSA (propiedades y shopping), Cresud (campos) y el Banco Hipotecario, activos de los que se fue desprendiendo antes del estallido de la gran crisis de 2001. Chávez no se queda con SanCor. A través del banco de desarrollo venezolano otorga un crédito a una tasa atractiva para la cooperativa a cambio de leche y, fundamentalmente, de transferencia de tecnología para lograr la autosustentabilidad en la producción de leche. Se trata de una decisión estratégica del venezolano pensada para su propio país. Si ese crédito será positivo para la cooperativa no dependerá de Chávez sino de la cuestionada gestión de esa asociación de tamberos de la cuenca lechera de Córdoba y Santa Fe.
Ese desenlace será, en última instancia, un aspecto relevante pero superficial de la concepción profunda que expresó Biolcatti. Esa preferencia por Soros del vicepresidente de la Rural habla de una dirigencia empresaria, en general, pobre de contenidos y de la carencia que tienen de un modelo de crecimiento integrador. Sus conducciones –no sólo la de la Rural– apoyaron entusiastas la apertura, desregulación y privatizaciones, políticas que desplazaron a quienes ellos decían representar. Se empecinan en bailar en la cubierta del “Titanic” dando cátedra de lo bueno que será para el país el hundimiento. Se trata de una posición difícil de encontrar en otras partes del planeta. Es improbable que industriales de San Pablo festejen el desembarco del capital extranjero que los retiraría del centro de la escena. Incluso los ultraliberales chilenos son celosos de su territorio.
Existe variada literatura que estudia la conducta empresaria como un factor clave para entender mejor el funcionamiento de los mercados y la dinámica de la competencia de un país. Ese abordaje es central para comprender los diferentes estilos y alcances de los procesos de desarrollo económico a nivel nacional. Al respecto, Aldo Ferrer incorporó el concepto de “densidad nacional” para determinar el conjunto de circunstancias que determinan la calidad de las respuestas de cada nación a los desafíos y oportunidades de la globalización. Y –sostiene– que es determinante de su desarrollo o atraso, de su autonomía o subordinación. También apunta que el análisis comparado revela que en todos los casos de países exitosos se verificaron condiciones vinculadas a la cohesión y movilidad social, los liderazgos y sus estrategias de acumulación de poder, la estabilidad institucional, el pensamiento crítico y la política económica. “Todas esas condiciones son mutuamente interdependientes en procesos circulares virtuosos que ampliaron las fronteras del desarrollo”, afirma Ferrer.
En ese esquema, los empresarios del campo y de la industria siguen exponiendo un escaso compromiso a esa densidad nacional que propone Ferrer. La estrategia de acumulación de la mayoría de los grupos privados responden a la lógica de sálvese quien pueda, en lugar de participar de espacios difundidos de rentabilidad en los cuales aplicar la iniciativa y los recursos disponibles. El investigador Andrés López, en el documento Empresas, instituciones y desarrollo económico: un análisis general con reflexiones para el caso argentino (Boletín Techint 320), señala que “sin dudas, en tanto clase social poderosa, los empresarios argentinos han contribuido decisivamente a que la Argentina haya sido y sea lo que hoy es, pero sus conductas han sido un ingrediente más en una compleja trama de factores y casualidades que, ni más ni menos, están detrás de la larga serie de frustraciones que ha venido experimentando el país desde varias décadas atrás”.
La evidente deficiencia de verse como parte integrante de un destino común es la característica más visible, más allá de los discursos, de gran parte de la dirigencia empresaria local, aunque no sólo de ella. No es ni Soros ni Chávez el dilema que deberían plantearse, porque de ese modo depositan en el afuera la solución a debilidades internas. Esa fue la salida fácil que han encontrado en las últimas décadas ante dificultades complejas: por ejemplo, los trenes no funcionan, cerrarlos; no hay líneas disponibles, privatizar la telefónica; no hay financiamiento público, vender al mejor postor. Y así se puede seguir con una larga lista de políticas de coyuntura, de ocasión, que alejan la posibilidad de construir un proyecto de desarrollo. Como dice el prestigioso investigador brasileño Helio Jaguaribe, “el empresario es un optimizador de circunstancias”. Los liderazgos de los actores económicos influyentes en el país, como el expresado por Biolcatti con SanCor, responden a esa definición.
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