BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Los matemáticos y los físicos muestran su admiración por su ciencia por los misterios que aún encierra su objeto de estudio. Los psicólogos reiteran que la mente humana es un campo incierto y desconcertante. Los sociólogos responden que los comportamientos sociales son imprevisibles según las condiciones particulares de los diversos grupos humanos. Los antropólogos dicen que mucho o casi todo está por descubrirse. Y así se puede continuar con diferentes disciplinas hasta toparse con la medicina que para los pacientes los profesionales de la salud deberían contar con avances tecnológicos y palabras para salvar todas las angustias, para resignarse, finalmente, a que, en muchas ocasiones, no todo tiene arreglo. En el universo de la economía, en cambio, la mayoría no admite la duda o los problemas sin una única solución. Ese desvío dañino fue alimentado por muchos economistas que se ven a sí mismos como los portadores de verdades absolutas sobre cuál es el excluyente sendero posible que debe transitar un país para orientarse hacia el crecimiento. Esa negación sobre las propias limitaciones de esa ciencia es, en realidad, una reacción a la demanda insolente de la sociedad de recibir explicaciones contundentes sobre cómo alcanzar el esquivo éxito en la economía. La ciencia económica ha dado respuesta a muchos interrogantes pero no las ha encontrado para todos. Esta debería haber sido ya una enseñanza aprendida con las experiencias traumáticas de las últimas décadas, pero, lamentablemente, no lo ha sido.
Una de las mayores virtudes de un interesante documento de Daniel Chudnovsky (excelente economista que falleció hace pocos meses) y Diego Ubfal, La competitividad y las políticas para impulsarla (Boletín Informativo Techint Nº 321, septiembre-diciembre 2006), es que en las conclusiones reconocen que, luego de investigar los más relevantes y actuales textos, autores y literatura sobre la materia, “hemos notado que desde un enfoque agregado las causas del crecimiento económico siguen siendo, en esencia, un misterio”. Esa provocativa sentencia descoloca a la mayoría de los economistas, en especial a los mediáticos, que se dedican a recomendar recetas de imitación de experiencias exitosas de crecimiento como si fueran la panacea.
Ese dúo de investigadores destacan, obviamente, los consensos de que los marcos macroeconómicos inestables son perjudiciales para el crecimiento, que la tecnología, el uso y la acumulación de factores son aspectos relevantes y que el marco institucional es uno, si no el más importante, de los determinantes fundamentales del crecimiento. Sin embargo, esos expertos del Centro de Estudios para la Transformación (Cenit), definen que “ninguno de estos factores permiten delinear recomendaciones de política específica para fomentar la productividad e impulsar al mismo tiempo el crecimiento y la competitividad”. En ese trabajo de divulgación, Chudnovsky y Ubfal explican que la literatura de competitividad fue aproximándose a la de crecimiento económico. Y en la medida en que el concepto de competitividad es definido en términos de la productividad, el mismo deja de lado su vaguedad (al tiempo que pierde parte de su sentido original en términos del desempeño comercial) “y da lugar a que la literatura que lo trataba empiece a dialogar con los últimos avances en la teoría del crecimiento económico”.
Avanzando en esa idea, esos investigadores indican que un importante número de modelos ha sido desarrollado buscando explicar los determinantes del crecimiento económico. Sin embargo, emulando el título de un reconocido libro de Elhanan Helpman, podría decirse que “el misterio del crecimiento económico todavía no ha sido resuelto (Helpman, 2004)”. Ese autor destaca que “sólo alrededor de la mitad de las variaciones en el ingreso per cápita y en las tasas de crecimiento de dicho indicador en los países estudiados surgen de la acumulación de capital físico y humano y de los gastos de investigación y desarrollo”. Una vez alcanzada esa conclusión –señalan Chudnovsky y Ubfal–, “la pregunta siguiente es cómo se explica la otra mitad de las variaciones en el ingreso per cápita y, a su vez, por qué algunos países pueden acumular más capital y desarrollar más tecnología que otros”. Mencionan al economista Dani Rodrik, quien además de esas variables agrega como determinantes fundamentales los relacionados con “la capacidad social de una nación, entre ellos la geografía, las instituciones y la integración económica junto con la cultura (valores y normas de la sociedad) y las políticas. Por lo tanto, la interactuación entre cada uno de esos factores lleva a la conclusión que “el crecimiento no puede ser determinado por un único factor, sino que debe basarse en la interrelación exitosa entre los distintos determinantes”. Así, “comienza a recobrar cierto crédito la combinación de estos modelos con explicaciones históricas y estudios de caso”, afirman Chudnovsky y Ubfal.
Frente a ese encuadre teórico, en Argentina fue tanto lo que se destruyó, tanto lo que se ha recuperado y mucho más lo que aún falta construir que se presenta esa tarea como inacabable. En realidad, dejando de lado la crispación producida por la batalla política-electoral, no es muy distinto el contenido de “país normal” que esboza Néstor Kirchner que la “institucionalidad” que esgrime la oposición para señalar el camino a transitar para trabajar por el crecimiento sustentable. La diferencia de esas dos posiciones, que se presentan irreconciliables, se manifiesta en cómo se conduce a esa meta, en las formas para alcanzarla y en la definición de los actores de ese proceso. No es un tema menor –más bien, son claves– esos tres aspectos en la elaboración de una política económica. Más aún cuando se han convertido en los ejes del debate público sobre el rumbo económico. Puede ser, entonces, que para los economistas de la city el actual crecimiento de Argentina sea un misterio, precisamente, porque sus patrones no son los que están ejerciendo la hegemonía política del presente proceso. El misterio del crecimiento argentino de los últimos años y las perspectivas para los próximos reside en que tiene sus propios lineamientos, que no necesariamente sirven para otros países.
Como escribió Adrián Paenza en este diario, el jueves pasado, “la matemática anda por la vida como la mayoría de las ciencias: sabiendo algunas cosas, pocas, e ignorando otras, muchísimas”. En la ciencia económica pasa lo mismo.
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