Dom 13.05.2007
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BUENA MONEDA

La experiencia coreana

› Por Alfredo Zaiat

Aunque los consensos entre economistas deben ser relativizados teniendo en cuenta la experiencia reciente, la preocupación que tienen por la marcha de la inversión para sostener un sendero sólido de crecimiento merece atención. Como en todo debate económico la realidad es bastante más matizada que el optimismo exagerado del oficialismo que sostiene que la inversión sigue a buen ritmo, o que el alarmismo desmesurado afirmando que se está agotando el período de la inversión con capital propio. Resulta evidente que, más allá de esas posiciones extremas, se está registrando un proceso de inversión intenso que se refleja en el aumento del Producto Interno Bruto. Pero también es cierto que se requiere de proyectos de mediano y largo plazo, superadores de los coyunturales para satisfacer una demanda creciente, para definir un horizonte previsible. No son los mejores meses para pensar o exigir planes de ese tipo debido a la incertidumbre y los nervios crispados que implica una campaña electoral. Sin embargo, al margen de las urnas, los funcionarios con responsabilidad en la gestión deben ocuparse de despejar dudas del escenario para facilitar decisiones de inversión, así como también el sector privado abandonar el cortoplacismo y asumir un papel más activo como emprendedor y partícipe de una sociedad que aspira a no repetir crisis dramáticas.

La inversión en el actual período ha sido financiada con ahorro interno a diferencia del proceso verificado en la década anterior. En los noventa la economía se endeudaba de manera insostenible para financiar el aumento del consumo privado, la expansión de los sectores no transables y la formación de activos externos. Ahora, los recursos se generan a nivel local y se destinan tanto a sectores de exportación como a los de servicios. Este proceso de inversión está favorecido por un muy favorable contexto externo, como el crecimiento de la demanda de producción argentina en los principales mercados de destino (por caso, soja para China) y por los elevados precios de las commodities. Y también por condiciones internas positivas, que incluyen el mantenimiento de un tipo de cambio competitivo, el crecimiento del consumo, el predominio de bajas tasas de interés en términos reales y un esquema de alta rentabilidad. A la vez, el superávit fiscal, realimentado por el alza del nivel de actividad y de las exportaciones, facilita la recuperación de la inversión pública en infraestructura necesaria para el desarrollo de la actividad privada.

Esa dinámica virtuosa es la que se impuso en el período que comenzó en 2003 y se extiende hasta este año. El interrogante que se presenta es si será suficiente esa estrategia para los próximos años, que fue exitosa hasta el momento pese a la incomprensión de esa realidad por parte de los consultores de la city. Como toda política que ha dado resultados se puede extender hasta su propio agotamiento –la convertibilidad es un ejemplo– o se puede ir adaptando dentro de sus propios lineamientos para dar respuestas a las demandas de una economía que va presentando nuevos desafíos. La experiencia de Corea del Sur brinda interesantes enseñanzas, no para imitarla porque los países tienen que buscar su propia receta tomando algunos aspectos de ese tipo de modelos exitosos conjugados con su particular idiosincrasia. La Cepal, en su más reciente informe sobre la inversión extranjera en América latina y el Caribe, destina un capítulo especial al caso coreano.

En ese documento se explica que a comienzos de los años sesenta, cuando era un país pobre dedicado fundamentalmente a la agricultura, Corea empezó a tomar audaces medidas para convertirse en una economía independiente sobre la base de un “capitalismo dirigido”. Las políticas públicas se centraron expresamente en el desarrollo de capacidad industrial y tecnología nacional, con el fin de adquirir competitividad internacional. De hecho, la idea era fortalecer los conglomerados nacionales (chaebolds) y la recepción de inversión extranjera directa no influyó en esa etapa de la estrategia de desarrollo del país. El notable aumento del PIB que se produjo en ese período respondió a un proceso de industrialización orientado al exterior, que convirtió a Corea en la décima economía mundial.

“A pesar de este crecimiento sideral, a fines del siglo XX el país se vio afectado por una crisis financiera que lo obligó a reconsiderar su estrategia de desarrollo”, se precisa en la investigación de la Cepal. Se destaca que Corea había quedado acorralada entre Japón, que se encontraba a la vanguardia del desarrollo tecnológico, y varios países asiáticos que lo seguían muy de cerca, sobre todo China, y ponían en peligro su competitividad internacional. En concreto, Corea iba perdiendo competitividad en materia salarial sin avanzar desde el punto de vista tecnológico.

En ese punto es donde se definen la suerte de los países en el tren del desarrollo del capitalismo moderno. En qué vagón se decide viajar en ese convoy global. La economía argentina no es la coreana ni se enfrenta a ese mismo conflicto, pero sí a una instancia similar referida a qué rumbo inversor privilegiar según qué tipo de integración social doméstica e inserción internacional se pretenda. La dinámica inversora para el período de recuperación y posterior despegue ha demostrado su efectividad. Puede ser que todavía haya suficiente cordel en ese carretel para sostener un ritmo de crecimiento intenso o puede ser que se necesite una adaptación de esa estrategia. Volviendo a la experiencia coreana, esto último es lo que pasó cuando después de la crisis financiera de 1997 y la pérdida de competitividad el gobierno optó por fomentar el desarrollo de una “economía del conocimiento”, más adecuada para sustentar el incremento del PIB y, simultáneamente, dejar de ser un “seguidor” en materia de tecnología para convertirse en un “innovador”.

El documento de la Cepal resalta que Corea comenzó a centrarse en una reestructuración sostenida de la economía basada en la innovación y el perfeccionamiento tecnológicos en ramas de actividad de alto valor agregado y sofisticadas desde el punto de vista tecnológico. “En ese contexto, la economía coreana inició un esfuerzo de investigación y desarrollo cuyo costo equivalía a más de la mitad del gasto realizado por el sector privado del mundo en desarrollo en esa área”, se elogia en el informe de la Cepal. En definitiva, la importancia del caso coreano radica en la capacidad del país para hacer frente a importantes desafíos mediante la decisión de reorientar la estrategia de desarrollo en difíciles circunstancias.

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