BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
A esta altura, si la economía de Estados Unidos está en recesión, si lo estará en los próximos meses o si la terminará evitando forma parte de la competencia de pronósticos de economistas, consultoras y departamentos de análisis de bancos de inversión. Se sabe que el origen de la crisis de la potencia hegemónica mundial tiene que ver con sus profundos desequilibrios, que nacen de su doble déficit (fiscal y comercial) y que se exteriorizaron con la debacle de los créditos hipotecarios subprime y el consiguiente problema de solvencia del sistema financiero. Las características de la inestabilidad de la primera economía mundial son similares a las que evidenciaron los denominados mercados emergentes en la década pasada, desde el estallido de México en diciembre de 1994 hasta el derrumbe de Argentina en 2001. En términos generales, esas economías registraban saldos negativos en el intercambio comercial y en las cuentas públicas, que eran financiados con un creciente endeudamiento que les permitía mantener un ritmo de actividad y consumo por encima del equilibrio. Se alimentaba así una bonanza artificial sin la correspondiente vinculación con una base sólida de la estructura productiva. Esos procesos han tenido como desenlace un violento ajuste con una masiva destrucción de riquezas y efectos sociales devastadores. Estados Unidos pudo manejar por años esa situación por representar casi un cuarto del Producto mundial y, fundamentalmente, por emitir la moneda de aceptación universal. Ahora le llegó el momento del ajuste como antes lo tuvieron que padecer economías del Tercer Mundo. Alcanzaron ese estado por no respetar normas básicas del funcionamiento de la economía, con la curiosidad de que han sido los conservadores que con un discurso inicial de cuentas ordenadas las han dejado desquiciadas, hoy en Estados Unidos y en otro momento en países no tan poderosos. En esta instancia aparece una interesante situación que permite visualizar, como pocas veces, el doble estándar en el debate económico. La receta que ahora es aplaudida y elogiada para evitar o hacer más suave la probable recesión en Estados Unidos es exactamente la opuesta a la que fue exigida y aplicada durante crisis de economías en desarrollo, entre ellas la argentina.
“Sé que muchos están preocupados por las recientes fluctuaciones en los mercados financieros... pero la economía es resistente, su estructura es sólida y sus fundamentos económicos a largo plazo están sanos”. Esa convocatoria a la esperanza y a persuadir a los incrédulos tiene un parecido notable con las apelaciones mesiánicas de Domingo Cavallo. En esta oportunidad esas palabras no fueron pronunciadas por él, sino por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, quien en Davos ha imitado con destreza las virtudes discursivas de Cavallo como de tantos otros ministros con el agua al cuello.
¿Cuál era la respuesta de la city ante semejante diagnóstico autista, como los varios que se conocieron en estas playas?
–Apostar al milagro de Cavallo o de cualquier otro ministro, como Alvaro Alsogaray en los ’60, José Alfredo Martínez de Hoz en los ’70, Roberto Alemann en los ’80. En cambio, el mundo financiero y económico reunido en los Alpes suizos ignoró con sensatez ese llamamiento de buena voluntad de Rice y planteó un cuadro dramático de la economía estadounidense.
¿Cómo calificarían hoy en Estados Unidos al secretario del Tesoro, Henry Paulson, si hubiera realizado un discurso y aplicado un plan de ajuste fiscal similar al presentado por Ricardo López Murphy cuando desembarcó con su equipo de Fiel en el barco averiado del gobierno de Fernando de la Rúa?
–Lo definiría como un funcionario que desconoce la gravedad de la situación y, por lo tanto, las medidas para enfrentarla. Paulson estaría buscando entonces otro trabajo.
¿Cuántas críticas recibiría del conservador The Wall Street Journal un programa monetario restrictivo de suba de la tasa de interés, como en forma recurrente instrumentaron las sucesivas conducciones del Banco Central para ordenar las cuentas?
–El sistema financiero en su conjunto pediría la cabeza de Ben Bernanke, titular de la Reserva Federal (banca central estadounidense). En realidad, lo estuvieron haciendo como presión para una inmediata baja de la tasa, medida desesperada que fue anunciada por la Fed a comienzos de la semana pasada. Disminución que continuará en las próximas semanas.
¿Qué informe lapidario habría emitido el Fondo Monetario Internacional si el camino elegido por Argentina para evitar el descenso del nivel de actividad hubiese sido establecer una baja de impuestos?
–En esta oportunidad, en cambio, el FMI expresó su apoyo al paquete de estímulo fiscal y monetario, que consiste en devolución de impuestos a la población y una agresiva baja de la tasa de interés. Con ese plan, el Fondo se anima a pronosticar que Estados Unidos podrá evitar la recesión.
Resulta muy ilustrativo y una excelente enseñanza de economía básica la reacción de la administración Bush para eludir la recesión, aunque la mayoría piensa que es tarde e insuficiente debido a los profundos desequilibrios que se fueron acumulando. Más que evaluar cuáles serán los efectos de esas medidas en Estados Unidos importa su sentido, puesto que deja en ridículo a todos los que no se cansaron de insistir con la estrategia del ajuste ortodoxo para economías en crisis. Sirve además, si existe capacidad de aprender de errores propios y de experiencias ajenas, para archivar ese camino del fracaso. Sendero que ha dejado como balance desestructuración productiva, deterioro en la calidad de vida de la población y años de atraso.
Una de las peculiaridades de la crisis de Estados Unidos es que los más ortodoxos, con medidas ofensivas al sentido común, como por ejemplo iniciar su gestión con una baja de impuestos a los ricos, son los que terminan apelando a instrumentos de expansión keynesianos para intentar salvarse del precipicio. Esa respuesta también constituye un factor a considerar en relación al escenario doméstico: los ortodoxos argentinos son perseverantes con sus ideas y no se entregan fácil ante las evidencias de una inminente colisión por culpa de sus recetas. Por eso mismo, son de temer.
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