BUENA MONEDA
La base de la fortuna
› Por Alfredo Zaiat
Las cuentas públicas muestran una saludable vitalidad si se toman como ciertos, y no esconden compromisos debajo de la alfombra, los números fiscales. El superávit primario, o sea previo al pago de obligaciones de la deuda en no default, crece mes a mes a un ritmo que sorprende a los economistas de la city dedicados a realizar pronósticos errados. Esos profesionales junto al omnipresente Fondo Monetario Internacional están inquietos reclamando un paso acelerado en la reestructuración de la deuda impaga, ante el temor de que ese dinero excedente sea desviado a financiar aventuras “populistas”. Los voceros de los desamparados tenedores de bonos de una Argentina que le dio vuelta la espalda al mundo no sólo quieren apurar esa negociación sino que sostienen que ese superávit debe ampliarse. Un país que aspira a recuperar cierta normalidad luego de un costosísimo colapso merece debatir para qué busca con obsesión superávit fiscales crecientes. Y desconfiar de aquellos que rezan el Padre Nuestro del ajuste fiscal en silencio.
El ahorro es la base de la fortuna es el lugar común al que arriban los economistas que tratan, en forma didáctica, de equiparar el presupuesto de una familia con el del Estado. En cualquier curso de iniciados de economía no promocionarían con esa equivalencia. Pero siguiendo ese razonamiento elemental, remitido a las cuentas de un hogar, ¿cuál sería la política de gastos y egresos recomendada con el supuesto de un grupo familiar que no le alcanza el dinero para comer? En este caso, el ahorro, que traducido a la jerga de esos economistas se lee superávit, es la base de la miseria. Desdicha que se profundiza en un círculo de degradación si no se rompe esa perversa trampa del ajuste permanente.
Un Gobierno que se esfuerza por conseguir excedentes fiscales exclusivamente para, sostienen algunos estrategas de la negociación de la deuda, conseguir mejores condiciones en la mesa con los acreedores transita un camino de cornisa. Y si, además, esa política es para ganarse la simpatía de los burócratas del FMI resulta una ingenuidad con elevados costos sociales.
El entusiasmo de la población con los vientos del sur que reflejan las encuestas no debe impulsar al olvido o, en una forma sofisticada, a la negación de que Argentina ha sufrido un terremoto económico y social. La reconstrucción desde esas ruinas no se podrá hacer pensando que los pilares serán construidos satisfaciendo en primer lugar a los acreedores de la deuda externa. No es cuestión de ignorarlos sino que se trata de una cuestión de prioridades.
Por caso, un aumento de las vergonzosas jubilaciones mínimas de 200 pesos absorberían ese superávit de las cuentas públicas. O un programa de obras públicas más ambicioso. Incluso una mejora de los salarios públicos para que, esta vez, actúe de espejo positivo para el sector privado. Esa inyección de dinero en el consumo doméstico, puesto que nadie puede dudar que esos jubilados destinarían ese dinero adicional al consumo y no al ahorro, alentaría la reactivación, con el consiguiente aumento de la recaudación y, en definitiva, en la recuperación de ese superávit fiscal “gastado”.
Se trata, en última instancia, de invertir el orden de cómo se consigue la tan proclamada “sustentabilidad” fiscal. Si más allá de declamaciones de anunciar el entierro de los absurdos consensos económicos que dominaron la década del ‘90, se avanza en la dirección opuesta o se convalida con el discurso esquizofrénico de decir una cosa y hacer otra.