Los economistas dedicados al horóscopo macroeconómico están inquietos. Sus pronósticos de tormenta cuando aseguraban que el dólar superaría los 10 pesos a fines del 2002 no se verificaron. La catástrofe de vientos huracanados por el pequeño default, en noviembre del año pasado, con los organismos financieros internacionales no se produjo. Ahora, cuando se han quemado sus manuales del apocalipsis, levantan el dedo desde el olimpo para señalar la ausencia de un “programa económico global”. Puede ser que Roberto Lavagna vaya a una velocidad con uno o dos cambios más lentos que la que está imprimiendo a su gestión Néstor Kirchner. Pero de esa diferencia de ritmos no es correcto deducir la ausencia de un plan, con el cual se puede acordar o disentir, no negar.
La convicción de Duhalde, que ante las presiones se transformaba en ambigüedad, ahora no convoca a dudas. Por caso, la Ley de Emergencia Económica congeló y pesificó las tarifas de las privatizadas hasta la renegociación de los contratos. El exagerado apriete del FMI y del Grupo de los Siete países más poderosos sobre el gobierno de Duhalde le arrancó a éste el compromiso de ajustes a cuenta en luz y gas, frenados oportunamente por la Justicia. Kirchner definió con claridad, sin margen para otra interpretación, que antes de subir las tarifas se debe evaluar si las empresas cumplieron con sus planes de inversión y de calidad de servicios, para luego considerar si les corresponde un aumento. Al regreso de su periplo por Europa será una prueba para verificar si esa voluntad fue domesticada como le pasó a Duhalde, no sin reconocer que este último corría con una devaluada legitimidad política. En ese sentido, Lavagna debería tomar nota de ese cambio de hombres y de contexto político para no quedar en otra sintonía con respecto a sus colegas del gabinete, por ejemplo con el ministro de Planificación, Julio De Vido, cuando hablan, precisamente, de tarifas.
Volviendo a los falsos profetas, una de sus observaciones para apuntar la ausencia de un programa económico se refiere a la incertidumbre que tienen las privatizadas. En realidad, la revisión de los contratos, no de las tarifas, forma parte del plan de Kirchner. La situación es sencilla de entender. Después si bajo el ropaje de modelo económico se quiere trasvestir intereses de las privatizadas, se está hablando de otra cosa. Los argumentos para justificar la necesidad de transferir ingresos de la población a las privatizadas son variados. Pero uno se ha ganado el podio del disparate. Por esas traviesas jugadas que a veces produce el inconsciente, en este caso fruto del colonialismo intelectual que afecta a algunos, El Cronista tituló: “Las telefónicas, otra vez con ganancias inoportunas”. ¿Desde cuándo ganar plata no es positivo para las empresas? ¿Será que personajes anticapitalistas se infiltraron en esa redacción? La desazón por registrar utilidades se debe, se explica con honestidad brutal en el referido artículo, a que a las telefónicas se les complica su posición frente al Gobierno para reclamar aumentos de tarifas. En el segundo trimestre de este año, debido a la baja del dólar, Telefónica y Telecom contabilizarán una ganancia de unos 500 millones cada una.
A medida que pasan los meses se comprueba que hubiese sido un despropósito subir las tarifas en un contexto de inestabilidad. Las pérdidas millonarias del año pasado (8000 millones, las telefónicas) fueron, en gran medida, por el descalabro cambiario. Del mismo modo, las ganancias actuales (2000 millones, en el primer semestre, esas mismas compañías) tienen que ver con el retroceso del dólar. Entonces, la mejor forma de abordar la situación de cada una de las compañías es aislando la deuda dolarizada para no distorsionar la evaluación. Con sus actuales ingresos cubren sus costos operativos para brindar el servicio, e incluso varias registran excedentes. La clave con las privatizadas pasa por la abultada deuda que contrajeron, compromiso que es responsabilidad de los accionistas, quienes quieren trasladarla a los usuarios vía ajuste del precio de los servicios que prestan.