BUENA MONEDA
Jarabe del olvido
› Por Alfredo Zaiat
Muchas son las habilidades que muestran los banqueros para hacer negocios con el dinero ajeno. Pero la principal, que ellos ocultan y que funcionarios de turno minimizan y que la mayoría ignora, es la capacidad que tienen para anular la historia. Esto es borrar de la conciencia colectiva las recurrentes estafas, las irresponsables políticas de crédito a los países periféricos y la corrupción asociada a esas operaciones. No es una característica particular para la Argentina, sino que forma parte de la propia lógica del negocio financiero a nivel mundial. Desde la manía de los tulipanes de 1634, la especulación en Inglaterra con los valores de la South Sea Company, en 1720, la crisis de la Baring por el default de bonos latinoamericanos, entre ellos los argentinos, en 1825, el crac bursátil del ‘29 hasta el estallido de la burbuja de las puntocom en el 2000 y las mentiras contables de Enron y WorldCom, los desfalcos no son hechos aislados sino la constante en el desarrollo de las sociedades modernas. Si las esquirlas de esos estallidos quedasen delimitadas a los participantes de ese juego serían simples anécdotas de casinos. Pero sus ondas expansivas se extienden por fuera de esas fronteras provocando colapsos económicos con destrucción de riquezas y extensión de la pobreza.
El diario estadounidense The Washington Post, en una nota elaborada por su corresponsal Paul Blustein, describe con precisión la responsabilidad de bancos y operadores de Wall Street, con la complicidad de funcionarios, en el desastre de los ‘90. Recomendaciones falseadas sobre la salud de la economía argentina, comisiones abultadas por colocación de bonos y relaciones incestuosas entre ministros y secretarios de Estado con banqueros de primer nivel integran el libreto de esa crónica. Desenlace que no podía ser de otra manera que catastrófico, con la peor depresión, un quinto de la población desempleada y millones lanzados a la pobreza junto a la declaración de la cesación de pagos.
Muchos pretenden evaluar ese capítulo como parte del destino de un país incorregible y no como una parte de la propia naturaleza de la actividad financiera mundial. No entenderlo de esa manera llevará irremediablemente a caer otra vez en una nueva crisis que, de tanto repetirse, termina desgarrando a una sociedad exhausta.
En el atractivo libro que acaba de publicarse, Citibank vs. Argentina. Historia de un país en bancarrota, de Marcelo Zlotogwiazda y Luis Balaguer, se transcribe el siguiente párrafo: “Los bancos no sólo son culpables de haber especulado y de haber fallado en las evaluaciones crediticias, sino también por haber cometido errores a sabiendas. La conclusión de este Comité es que el default de gobiernos extranjeros referido a bonos que han sido colocados entre el público estadounidense contribuyó a empeorar la depresión, y además esos bonos han sido vendidos por personas que sabían que nunca iban a poder ser cancelados”. Cualquier semejanza con la actual realidad argentina no es pura coincidencia. Un lector atento apostaría a que se trata de una cita de un informe referido a la presente crisis, en línea con lo publicado por The Washington Post la semana pasada. Sin embargo, esa exposición fue realizada por el senador Hiram Johnson, en marzo de 1932, cuando resumió los resultados de la investigación del Comité de Finanzas sobre las transacciones realizadas por el Citi con bonos de deuda pública del Perú.
La historia de ese default peruano, como el de otros antes y después, muestra que lo que pasó con el endeudamiento en la Argentina no es novedoso. El imprescindible antídoto para el jarabe del olvido resulta fundamental para que la renegociación de la deuda en default no se convierta en otra etapa de ese tránsito de saqueo financiero. Que esa negociación sea manejada en secreto por el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, con la misma lógica de los banqueros, resumida en el regateo persa sobre el nivel de la quita, no adelanta resultados alentadores. Comprender cómo funcionó históricamente la dinámica de colocación alegre de deuda, posterior default y epílogo con la renegociación de esos pasivos evitaría caer en la misma trampa.