EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Poder y Justicia
Hay Justicia para todos? O mejor dicho: ¿el servicio de Justicia se da
por igual al rico, al pobre y a la clase media? Si no hay paz sin Justicia,
la pregunta no es ociosa. Y la respuesta parece ser desalentadora: la manida
división de poderes no era tripartita, sino bipartita: Poder Legislativo,
por un lado, y Poder Ejecutivo por otro, este último abarcador del Poder
Judicial. Si admitimos que los que mandan son grandes propietarios, como surge
de la directa observación de la historia, vemos que la Justicia está
al servicio exclusivo de los poderosos. Así fue expresado por el apóstol
del liberalismo, Adam Smith: “la avaricia y la ambición en el rico,
y en el pobre el odio al trabajo y el amor a las comodidades y goces del momento,
son pasiones que impulsan a atropellar la propiedad, son pasiones que operan
con mucha mayor firmeza y cuya influencia es mucho más universal. Allí
donde existen grandes propiedades, existe gran desigualdad, y la abundancia
de que gozan unos pocos supone la indigencia de muchos. La abundancia de los
ricos despierta la indignación de los pobres, que con frecuencia se ven
arrastrados por la necesidad, o impulsado por la envidia, a atropellar las posesiones
de aquéllos. Sólo bajo el cobijo del magistrado civil puede dormir
una sola noche tranquilo el propietario de esas propiedades valiosas... Se encuentra
en todo momento rodeado de enemigos desconocidos a los que, aunque nunca haya
provocado, nunca tampoco puede apaciguar, y de cuya injusticia sólo puede
ser protegido por el brazo poderoso del magistrado civil alzado de una manera
continua para castigar aquélla... El gobierno civil, en tanto que tiene
por objeto la seguridad de las propiedades, es, en realidad, instituido para
defender a los ricos contra los pobres, o bien a los que tienen alguna propiedad
contra los que no tienen ninguna”. El autor de la Constitución
Nacional se identificó con esa idea (el pasaje en bastardilla es su propia
traducción de Smith). Hoy y aquí, detrás de varias figuras
gobernantes y sus respectivas justicias provinciales se recortan las siluetas
de los poderosos de cada localidad. Asimismo, crímenes espantosos contra
muchachas del pueblo señalan como autores a los hijos del poder. Es el
caso de Smith al revés, donde el exceso del rico atropella la vida del
pobre. ¿Actuará igual el magistrado civil? ¿O se limitará
a condenar a los empleados del poder?
W. W. Rostow (1916-2003)
Haber servido a la CIA y haber propiciado la invasión a un país
del Tercer Mundo, al que EE.UU. bombardeó desde el aire con armas químicas
y de destrucción masiva, no son débitos que puedan ignorarse al
trazar el balance final de una vida. Sus padres, inmigrantes rusos, quisieron
que sus hijos fueran los más americanos entre los americanos y les pusieron
Walt Whitman y Ralph Waldo, respectivamente. El primero, como muchos hijos de
inmigrantes, se destacó en el estudio y obtuvo su doctorado en la universidad
de Yale en 1939. En la guerra mundial sirvió en la Oficina de Servicios
Estratégicos (luego CIA) en la selección de blancos abombardear,
especialidad que años después le llevó a aconsejar al presidente
Johnson una política de intenso bombardeo en Asia sudoriental. Especializado
en historia económica, docente en Harvard, su fama entre economistas
estalló en 1956 con un artículo en Economic Journal sobre “El
despegue hacia un crecimiento autosostenido”, y su fama en el público
empezó en 1960 con el libro Las etapas del crecimiento económico.
Un manifiesto no comunista. Sostenía que el desarrollo económico
era una sucesión de cinco etapas: sociedad tradicional; formación
de condiciones previas para el impulso inicial; impulso inicial; marcha hacia
la madurez; era de alto consumo en masa. Todos hablaban de etapas y de take-off.
Esa teoría, sin embargo, pronto perdió adeptos. Rostow en 1961
urgió a Kennedy a lanzar la “operación Vietnam”. En
1964 y 1965 propuso a Johnson enviar fuerzas terrestres a Laos y Viet Nam del
Sur y el bloqueo naval de Viet Nam del Norte. En 1967 reclamó a McNamara
intensificar la guerra. En 1971 denunció al New York Times y al Washington
Post por publicar los “documentos del Pentágono” sobre maniobras
en Viet Nam. Su huella no faltó en la Argentina: en 1960 el actual secretario
de Cultura, Torcuato Di Tella, discutía su libro en su curso de Sociología
en la UBA, en tanto su hermano el ex canciller Guido Di Tella hacía su
tesis doctoral en el MIT siguiendo a Rostow, sobre las etapas del desarrollo
económico argentino. En 1965 –al rojo vivo el tema Viet Nam–
Rostow habló como embajador sin cartera en el Instituto Di Tella de Artes
Visuales, y al día siguiente debía disertar sobre Keynes en Económicas
(UBA) en compañía de Bernardo Grinspun, Roque Carranza y el decano
Honorio Passalacqua. Una lluvia de huevos y tomates le impidió hablar.
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