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Domingo, 12 de diciembre de 2004

EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

 Por Manuel Fernández López

Multiplicador y tiempo

El más célebre mecanismo transmisor de un incremento en la inversión (creación de nuevos bienes de producción) al conjunto de la actividad económica es el multiplicador keynesiano. Este depende de la “propensión a consumir”. Si de cada 100 pesos que gana (Y) el país gasta 80 en bienes y servicios de consumo (C), la propensión a consumir es 0,8 o 4/5. La fórmula del multiplicador (k) es la inversa de 1 - C/Y, es decir, la inversa de 1 - 4/5 = 1/5, o sea k = 5. El buen keynesiano razonaría así: “si hay alto desempleo, de modo que la expansión sea posible sin sustraer mano de obra de empleos ya existentes, y el Estado invierte 100 pesos en obras públicas, la expansión que se genera en toda la economía es de k.100 = 500”, en las cifras supuestas al principio. ¿Verdadero o falso? Para usted y yo, poco importa. Pero para el responsable de la política económica, la respuesta equivale al éxito o al fracaso de una gestión. Para ser más precisos, el resultado indicado, ¿se alcanzará en un lapso razonable (por ej. un año) o “cuando meen las gallinas”, como castizamente expresa el diccionario de la R.A.E.? Raúl Prebisch, vinculado con la política económica argentina desde 1930 a 1943, dijo “falso”: el resultado se alcanza al cabo de infinitos pasos, y por ello no es significativo para la política económica. Cada paso tiene una duración media, que puede medirse por la velocidad-ingreso del dinero. Por ejemplo, si el ingreso nacional de un año es de 400 pesos, y la cantidad media de dinero en la economía en ese mismo año es de 100 pesos, en promedio el dinero tiene que cambiar de manos 4 veces para movilizar ese ingreso nacional. Entonces, en promedio, en un año se verifican cuatro pasos del multiplicador. En el primer paso se generan 100 de ingreso, de los que 80 regresan al mercado como compras de consumo, que a su vez son ingresos de quienes reciben tales compras; por lo tanto, en el segundo paso, 80 de ingresos generan 64 de consumo; en el tercero, 64 de ingresos generan 51,2 de consumo; y en el cuarto paso, 51,2 de ingresos generan 40,96 de consumos. El total de ingresos creados en el año es: 100 + 80 + 64 + 51,2 = 295,2, bastante menos que los 500 que se alcanzarían en infinitos pasos. Prebisch llamó coeficiente de expansión a este multiplicador acotado en el tiempo, y su fórmula es la de una progresión geométrica de un número finito de términos, en tanto k expresa una progresión de infinitos términos.

Protección: ¿sí o no?

Esa es la cuestión, que José A. Terry (1846-1910) –de cuya muerte este 8 de diciembre se cumplió un nuevo aniversario– contestó con un “depende”. Los aranceles aduaneros son parte de las finanzas públicas, por integrar los recursos del Estado (hasta 1932, de hecho fueron el principal rubro de ingresos públicos), pero también cumplen un papel protector de la industria nacional. Para el célebre hacendista argentino, ministro de Luis Sáenz Peña, Julio A. Roca y Manuel Quintana, implantar o no un arancel protector, y de tal o cual magnitud, no era cuestión para resolver a priori, sino luego de considerar el estado del país. Los trabajos de List y Wagner le llevaban a considerar la historia del país, e identificar cada “edad” o etapa de desarrollo. En una primera etapa, en que el país era agroexportador y debía importar todas sus manufacturas, el librecambio o arancel nulo era lo que más favorecía al consumo: “En los primeros tiempos de la vida civilizada, decía, el librecambio se impone, no como principio científico, sino como síntoma o manifestación del estado económico. Unicamente se producen materias primas, como son: cueros, lanas, carne, maderas, etc., que se exportan una vez llenadas las necesidades del consumo interno. No hay industria manufacturera alguna que proteger y, en consecuencia, la protección no existe. En esta primera edad se necesita del artículo manufacturado extranjero, porque no se fabrica, ni se pretende fabricar en el país, y se le permite su entrada sin otros gravámenes que los puramente fiscales. En estas condiciones, el interés del consumidor domina por entero”. Al desarrollarse el país y poder manufacturar sus propias materias primas, pero con una industria todavía débil, el gobierno debe acudir en su auxilio para que pueda competir en pie de igualdad con fabricantes extranjeros con larga experiencia. En cuanto a la magnitud del arancel, se distinguió de la posición del gobernador de Entre Ríos Pedro Ferré, quien había expresado que, una vez decidida la protección de algún producto argentino, la misma debía llegar al punto de impedir la entrada del producto extranjero similar. El doctor Terry decía que el arancel no debe ser desmedido, que prohíba el producto extranjero, sino el necesario para que el producto nacional pueda competir con el importado. La competencia, no la falta de ella, beneficiará al consumidor.

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