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Domingo, 23 de enero de 2005

EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

Una mancha más

El domingo pasado celebraba el mundo otro aniversario del Quijote de la Mancha, cuando una explosión solar, generadora de una gigantesca mancha en el astro, amenazó con descargar sobre la tierra una tormenta magnética, con su previsible efecto en la actividad humana, y nos hizo rememorar a otro Quijote, pero de las manchas ... ¡solares!, a saber, William Stanley Jevons (1835-82), uno de los padres fundadores de la economía neoclásica. Alrededor de 1874, y basado sobre numerosas observaciones astronómicas que establecían un período solar de unos 11 años, lapso más o menos coincidente con un ciclo de negocios completo, según lo había descubierto Clément Juglar en 1860 para Francia, Inglaterra y EE.UU. La hipótesis de Jevons era que la variación en el número de manchas solares producía variaciones correspondientes en las cosechas y por esa vía se originaban ciclos económicos. En 1875 Jevons presentó su hipótesis ante la Asociación Británica: “el éxito de la cosecha en cada año depende ciertamente del clima, en especial el de los meses de verano y otoño. Ahora bien, si este clima depende en alguna medida del período solar, síguese que la cosecha y el precio del grano dependerán más o menos del período solar, y atravesarán fluctuaciones periódicas durante períodos de tiempo iguales a los de las manchas solares” (W.S. Jevons, El período solar y el precio de los cereales, 1875). Dada la duración del ciclo de las manchas solares, calculado por los astrónomos en 11,11 años, Jevons intentó descubrir una periodicidad de igual longitud en la fluctuación de los precios agrícolas, aunque no tuvo éxito. El fracaso desacreditó la hipótesis de Jevons, pero ésta, retomada 60 años después por un economista argentino, Carlos García Mata, del grupo de Alejandro E. Bunge, quien utilizó técnicas estadísticas más avanzadas que las de Jevons y efectuó la correlación de las manchas solares, no con precios agrícolas sino con indicadores más generales –como los índices de precios de las Bolsas de Londres y de Nueva York– estableció una correlación casi perfecta con las manchas solares de la zona central del sol. Su estudio, “Relaciones solares y económicas: un informe preliminar”, se publicó en la muy prestigiosa Quarterly Journal of Economics, de la Universidad de Harvard, en noviembre de 1934, con la colaboración del profesor de esa universidad, Felix I. Shaffner.

Cromañón

La tragedia de Cromañón es demasiado reciente, demasiado tremenda, como para que pensemos siquiera rozar el dolor de los afectados. Pero también sería irresponsable no intentar sacar alguna enseñanza de tamaña desgracia. Sin entrar en el hecho en sí, antes del desastre, nos encontramos con un acto mercantil más, en el que uno o más particulares reúnen capitales y los colocan en determinada empresa con el fin de recuperar el monto invertido más cierto lucro, o sea, obtener una ganancia. Si el horizonte temporal de este plan empresario se limita a ese único acto, seguramente se tratará de obtener la mayor ganancia posible. Lograrlo supone, o elevar los ingresos o recaudación al máximo, o reducir al mínimo los costos, o ambas cosas a la vez. Lo primero nos explica por qué se vendió entradas a cuatro o cinco veces más personas que la capacidad del local. Lo segundo explica por qué no se gastó en trabajadores especializados o en implementos necesarios para enfrentar situaciones límite. Vender más y gastar menos es inherente a la lógica de la maximización de la ganancia. La empresa particular funciona a base de esta lógica y sólo ella. La empresa del Estado funciona con otra lógica, como es la recuperación de los costos y la prestación del servicio al mayor número de usuarios o, si se quiere, a todos los que tengan necesidad de él. Esta abismal diferencia de criterios se clarificó en la esfera de las finanzas públicas alemanas, a fines del siglo XIX, cuando se discutía si los ferrocarriles debían ser explotados por el Estado o porparticulares. En opinión del mayor tratadista de Finanzas, Adolph Wagner, la explotación por el Estado era compatible con una tarifa menor, la prestación a un mayor número de usuarios y una inversión de capital más cuantiosa que la explotación por particulares. El Estado incluso puede proveer el servicio (es decir, subsidiar su costo) a quienes no puedan pagarlo (por ejemplo, los desocupados). Pensemos qué suerte tendrían las víctimas de Cromañón si las ambulancias sólo transportasen a los suscriptos a ese servicio, o pagasen el importe del acarreo. O si los hospitales donde fueron internados sólo recibiesen a afiliados a una obra social o a suscriptores de una prepaga. El costado reconfortante del caso –si puede hablarse así– es el magnífico desempeño del sistema público de salud, tanto por su infraestructura como por sus profesionales.

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