Dom 20.03.2005
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EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

“Ahí no compro”

Cualquier empresa privada para operar, producir, vender y obtener ganancias, debe invertir algún capital en los distintos requisitos de la producción. Estos pueden dividirse en capital fijo –los bienes de producción duraderos, que no se consumen en un solo período– y capital circulante –materias primas y salarios–. Todos son desembolsos o “costos”, que se comparan con las ventas brutas, y de tal comparación nace la ganancia o utilidad. Si las ventas caen abruptamente, por debajo de los costos, algún rubro de los costos debe reducirse: el capital fijo es propiedad de la empresa y todavía puede tirar muchos períodos. Lo natural, si se achica la escala de producción, es achicar aquellos rubros cuya demanda varía según la escala de producción, a saber, la compra de materia prima y la contratación de trabajadores. La materia prima, hasta donde esté formada por bienes no perecederos, una vez comprada es una propiedad que puede almacenarse y de la que puede disponerse en el momento más oportuno. El trabajo, en cambio, si no se emplea en producir algo, no puede ser retenido por la empresa. Por lo tanto, el hilo más delgado es el empleo de trabajadores. Ante una baja pronunciada de ventas, las empresas no reducen sus precios, sino que despiden personal. Sus precios se reducirían si actuasen en competencia pura –es decir, si cada empresa tuviese un tamaño mínimo en relación al conjunto de oferentes– pero hace rato que la competencia pura está muerta y enterrada. Este resultado sencillo, y que se encuentra en cualquier manual de administración de empresas, fue obtenido en 1939 por los investigadores R.L. Hall y C.J. Hitch de la Universidad de Oxford, y explica el rasgo más dramático de la depresión de los años treinta: el altísimo nivel de desempleo. Aquí, en estos días, nos enteramos que los escraches contra una treintena de bocas de expendio de la filial argentina de la Royal Dutch Shell habían bajado sus ventas en un 70 por ciento. No es por cierto una empresa que actúe en competencia pura, sino que ella misma forma su propio precio. Por lo tanto, lo que cabe esperar de tales escraches –realizados por piqueteros, es decir, por desempleados– no es que bajen los precios de Shell, sino el número de sus empleados, y aumenten las cifras de desempleo, que no son bajas. En esto, como en otras cosas, deberíamos aprender que las leyes económicas también valen para la Argentina.

El día después

Inflación es el incremento del nivel general de precios. Si tal cosa no se da en la Argentina y por tanto no hay motivo para hablar de ello, como al parecer afirmó un alto funcionario, entonces ¿para qué mandar piqueteros a escrachar surtidores, o negociar la reducción de precios de los cortes de carne más berretas? Veamos la cosa de otro modo: la inflación puede controlarse merced a una gran sabiduría y un amplio consenso social, o mediante políticas impiadosas, verdaderos genocidios sociales, que excluyan de la división social del trabajo a millones de compatriotas. La estabilidad de precios que hemos vivido se basó en el segundo camino, abriendo alegremente el país a importaciones de cualquier cosa y dejando morir a la industria, “flexibilizando” el mercado laboral y suprimiendo el salario mínimo, echando irresponsablemente gente de las empresas del Estado, etc. El desempleo, la caída en la demanda global, es el gran disciplinador de los precios. Por suerte ese camino comienza a desandarse. De modo que no seamos necios y reconozcamos que la carne es más cara, que el pollo y el pescado subieron, etc. Admitido que hay inflación, digamos un 10 por ciento al cabo del año, ¿qué se hará el día después con el salario? ¿Dejar que caiga aún más el salario real, profundizando la enorme desigualdad ya existente? Veamos qué hace un país normal. España a comienzos del 2004 previó para ese año una suba de precios del 2 por ciento. Entonces, para los jubilados, el Parlamento, a propuesta del gobierno, fijó una subida general de las jubilaciones de un 2 por ciento, “para asegurar que todos los pensionistas mantienen su poder adquisitivo”. Los hechos determinaron un alza de precios mayor que el 2 por ciento previsto. Por ello el Parlamento aprobó una subida mayor de las jubilaciones, en especial de las jubilaciones mínimas, considerando “que la sociedad debe hacer un esfuerzo de solidaridad mayor con las pensiones más bajas”. En la Argentina, al más alto nivel del Gobierno, se habla de “defender el bolsillo de los trabajadores”, un eufemismo por el ingreso nominal, o cantidad de dinero percibida en el mes. Pero el dinero no se come, ni sirve para librarnos de la lluvia o el frío, o para vestirnos. Se trata de mantener el poder adquisitivo, vale decir, seguir comprando la misma cantidad y calidad de comida, de indumentaria, de vivienda, de atención médica, de recreación, etc.

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