Sáb 30.04.2005
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EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

› Por Manuel Fernández López

Inseguridad y castigo

Lo que mueve a preocuparse por la seguridad no es su abundancia, sino su falta. Hay intranquilidad por su falta cuando no se está exento de todo peligro, daño o riesgo. El concepto, sin embargo, no queda dilucidado ahí, sin más. ¿A la seguridad de qué o de quién nos referimos? Esta semana me conmovió una persona, muy bien trajeada, bastante añosa, que en la calle me preguntó, temblando, para dónde quedaba Retiro. Quería salir de Buenos Aires. Había venido de Junín y cuatro energúmenos lo asaltaron, llevándose los 900 pesos con que había venido. El estaba intacto aunque mentalmente alterado. Su dinero había volado. Parecería natural que en las repúblicas burguesas, donde la riqueza consiste en bienes materiales, y los mismos no están repartidos con algún grado de equilibrio, la inseguridad que preocupa no es la de las personas, sino la de los bienes materiales. Si la desigualdad en la distribución es extrema, no sorprende que quienes nada tienen piensen todo el tiempo en arrebatarles algo a quienes parecen poseerlo todo. El temor de los poseedores sólo se mitiga con la promesa del castigo a los posibles intrusos de sus propiedades. Ya lo dijo Adam Smith: “Donde hay grandes propiedades, hay gran desigualdad. Por cada hombre muy rico, debe haber por lo menos quinientos pobres, que a menudo son impulsados por la necesidad y movidos por la envidia, a invadir sus posesiones. Sólo bajo el resguardo del magistrado civil el dueño de esa valiosa propiedad, adquirida con el trabajo de muchos años, o quizá de muchas generaciones sucesivas, puede dormir tranquilo una noche. En todo momento se ve rodeado de enemigos desconocidos, a quienes, aunque nunca provocó, jamás puede aquietar y de cuya amenaza sólo se ve protegido por el brazo poderoso del magistrado civil, constantemente levantado para castigarlo”. Lo que ocurre al poseedor individual también pasa con una república de poseedores. Los EE.UU. nacieron como primera república burguesa en 1776, año de la obra de Adam Smith. ¿Qué conmovió más a ese país, la destrucción de los dos edificios, emblema de poderío económico, o las personas fallecidas? Es natural que el terror por perder los propios bienes –la inseguridad– se aplaque levantando el brazo armado de la represión más brutal, que traslada la amenaza, el terror y la inseguridad a los millones de enemigos desconocidos que viven en torno a los grandes poseedores.

La desigualdad

Esta sociedad es desigualitaria, pero ¿en qué? Mi vecino es distinto ¿porque nació en cuna de oro?, ¿porque estudió en un colegio mejor?, ¿porque escogió una profesión mejor paga? La desigualdad es un bicho multiforme, difícil de caracterizar. Rústicamente, la desigualdad puede referirse a fortunas o a ingresos. Un contador diría que puede referirse a cuentas patrimoniales o de resultados, respectivamente. Un economista dirá que se trata de magnitudes stock y flujo, respectivamente. La desigualdad de que hablaba Smith era de patrimonios o posesión de bienes. La desigualdad que se suele referir en el país es de participación en el Producto o Ingreso nacionales, o masa de bienes y servicios producidos a lo largo de un período dado. Este concepto era el que manejaba Perón, en cuya primera presidencia logró que la remuneración a la propiedad del capital y de la empresa no superara la remuneración de los asalariados, lo que el viejo caudillo elevó al rango de principio de su pensamiento político: la mitad para cada uno. Era una igualdad aparente, que encubría una tremenda desigualdad, ya que si se tiene en cuenta el número de beneficiarios en uno y otro sector, es claro que hay muchísimos menos propietarios y empresarios que asalariados. Por tanto, el ingreso per cápita de los primeros era muchas veces superior al de los segundos. Sin embargo, aquella edad de oro se convirtió, por innumerables razones, en la edad de plomo actual, en la que la parte de los asalariados ha retrocedido hasta su nivel más bajo de la historia. Un problema es qué hacen los no asalariados con ese ingreso “excesivo”. Esta semana se conoció que los rubros que están impulsando la expansión del PBI son la producción automotriz y la de materiales de construcción. Si vemos quiénes compran automóviles o en qué edificios se emplean los materiales, observamos que en todos los casos se trata de producciones para grupos de gran poder adquisitivo, como las construcciones de Puerto Madero. En tanto la mitad de la población vive como puede, a veces sin vivienda. Una sociedad desigual sólo se justifica si el sobrante respecto del consumo necesario se destina a la formación de capital productivo, como describía Keynes su propia sociedad inglesa hacia fines del siglo XIX. Destinar ese sobrante a dilapidarlo en consumo suntuario no sólo es afrentoso al pobre, sino un freno al crecimiento del país todo.

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