EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Todo empezó en 1578. España, con entusiasmo digno de mejor causa, transportaba metal precioso americano hacia Europa. Mucho quedaba en el camino, en manos de piratas. El que llegaba pronto empezaba a circular como moneda, con gran regocijo de Francia, que proveía al resto de Europa con manufacturas suntuarias. No tardaron en encarecerse las cosas, orientando las importaciones de España hacia la producción extranjera, con visible retroceso de las industrias locales. Examinó el tema del encarecimiento, en la fecha indicada, Jean Bodin, en su escrito Respuesta a las paradojas del señor de Malestroit, donde concluía que los precios (P) guardaban una relación fija con la cantidad de dinero (M) en la economía. Algo así: P = xM, donde x era un coeficiente más o menos fijo. Era un primer modelo sobre la inflación. Pero ¿qué era x? Algo más tarde comenzó a compararse la función que cumple el dinero con la que realiza un vehículo que transporta mercaderías: las lleva de un lugar a otro, y cumple esa tarea varias veces en determinado lapso. El filósofo y economista Hume expuso tal analogía. Cuántos viajes (V) sean necesarios depende de la cantidad de carga que haya que transportar (T). Por lo tanto, x era directamente proporcional al número de viajes e inversamente proporcional a la cantidad de carga. Es decir, x = V/T. De donde la simple relación de Bodin se convirtió en P = (V/T).M, o pasando términos: PT = MV. En esta forma la presentó Simon Newcomb, astrónomo norteamericano, en sus Principios de economía política (1885), con el nombre de “ecuación de la circulación societaria”. Newcomb murió en 1909, pero su “ecuación” se hizo famosa con el libro de Irving Fisher, El poder adquisitivo del dinero (1911) y el nombre de “ecuación del cambio”. Los estudiosos durante décadas llamaron a esta relación “ecuación del cambio de Fisher”, aunque no era una ecuación sino una identidad, entre dos formas alternativas de expresar un mismo gasto monetario de la colectividad; tampoco era de Fisher, sino de Newcomb, como Fisher se encargó de dejar bien en claro. Y seguía siendo P = xM, si V y T eran constantes. Y por entonces se creía que lo eran: V, por reflejar hábitos permanentes de la sociedad; y T, si se toma sólo el nivel de pleno empleo. Pero V depende de múltiples factores, y, en particular, tiende a subir bajo expectativas inflacionarias. Y T varía con el nivel de actividad.
La expresión MV = PT alcanzó enorme aceptación, tal vez porque con ella podían justificarse varias teorías. En particular, la posición conservadora o neoclásica, según la cual toda expansión de la cantidad de dinero causa una inflación por el lado de la demanda global, por ejemplo, otorgando salarios más altos a los trabajadores. Ello no necesariamente es así: más cantidad de dinero puede hacer bajar la tasa de interés, crear un aliciente para invertir y con ello elevar la cantidad de T, especialmente si hay mano de obra capacitada y desocupada. Cuanto más se acerca la economía a niveles de actividad de plena ocupación, mayor es el riesgo inflacionario, pues expandir un sector puede requerir desplazar mano de obra ya ocupada hacia ese sector, y eso sólo es viable ofreciendo mejores salarios. Pero en tanto haya gran desocupación, los empresarios pueden dormir sin temor a ver disminuidas sus ganancias. Pero la inflación puede producirse por otros caminos, al incrementarse de modo autónomo los costos de producción: puede ser una materia prima de producción local, como en la agroindustria, a raíz de una mala cosecha, o una materia importada, como el barril de petróleo, una devaluación cambiaria, o un reajuste salarial. A menos que de algún modo se expanda la demanda global, el traslado de estos incrementos de costos al precio de oferta global lleva a un menor nivel de ocupación. Frente a la inflación de demanda y la inflación de costos, que dependen de una expansión de la cantidad de dinero, se sostuvoque la inflación podía ocurrir por causas no monetarias, por ejemplo, por una baja respuesta de la oferta agropecuaria a estímulos de precios, o por una flexibilidad distinta de los precios al alza o a la baja. Bajo estas condiciones, una expansión de la demanda en un sector provoca el aumento del precio de cierto producto, que no tiene por qué ir acompañada por una reducción del precio de los productos que dejan de demandarse, dejando así un saldo de suba del nivel general de precios. También se ha sostenido que el déficit fiscal era causa principal de inflación. Las diversas teorías, aun tomadas en conjunto, no dan cuenta de por qué ha renacido la inflación: hay altísimo desempleo, los salarios están congelados desde hace una década y media, la expansión monetaria ocurre más por la acumulación de reservas en el Banco Central y el superávit fiscal es cada vez mayor.
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