EL BAúL DE MANUEL
Homeopatía
El análisis de cierto problema económico exige, por una parte, plantear las grandes restricciones que condicionan una situación, y por otra explicitar qué cambio se desea alcanzar. Por ejemplo: “Alcanzar altos niveles de ocupación y mantenerlos, en un contexto de escasez de dólares y de ausencia de oferta local de numerosos bienes terminados”. Este era el escenario que preveían las autoridades económicas (Federico Pinedo en el Ministerio de Hacienda y Raúl Prebisch en el Banco Central) cuando estalla la Segunda Guerra Mundial; y en gran medida es el escenario actual. La mayor diferencia era que en 1939-40 el país no había desarrollado aún una estructura industrial, y en el 2002, luego de desarrollarla, en gran parte la ha perdido. La idea central era que la guerra, como se recordaba desde 1914-18, crearía escasez de bodegas, imposibilitando exportar. Al no vender, el ingreso de divisas caería y con ello el gasto global y el empleo. Si, por cualquier vía, se pudiera poner en manos de cada habitante una suma de dinero para gastar, ésta, en una proporción determinable, se filtraría al exterior como demanda de bienes importados, y el posible efecto reactivador en realidad iría a favorecer a las industrias extranjeras que nos vendían bienes terminados. La solución que se encontró se basaba en un examen, sector por sector, de la estructura productiva: la industria de la construcción de viviendas modestas tenía muy bajo componente de insumos importados y alta proporción de mano de obra de mediana calificación, cuyos salarios se gastarían en gran medida en alimentos y otros productos terminados de origen nacional. En esas condiciones, una expansión del sector crearía un impacto expansivo que no se filtraría de inmediato en demanda de importaciones, imposibles de sostener por la falta de ingreso de divisas. Si vale el principio homeopático similia similibus curántur (cosas semejantes se curan con remedios semejantes), he ahí un camino para el problema actual, que podría implementar el Banco de la Nación Argentina con un amplio programa de créditos para construcción de viviendas populares con tecnologías trabajo-intensivas, complementable con estímulos al consumo de productos locales, suprimiendo el IVA a los productos de consumo popular de origen nacional y elevando transitoriamente el arancel externo a los productos de consumo importados.
Gasto
El problema económico radica en que los recursos son limitados, y no siempre alcanzan para los fines que se desean. El sagaz y prudente Adam Smith (1776) distinguía entre aquello que se necesita o desea y lo que se puede efectivamente lograr. Parafraseándolo, podría decirse que un hombre pobre, como cualquier otro hombre, tiene la necesidad de alimentarse cada día, pero si carece de los pesos, patacones, Lecops u otro instrumento que el comerciante le acepte en pago de mercaderías, su necesidad no tendrá eficacia alguna sobre la producción, y no hará que un productor mueva un dedo para abastecerle de comida. El maestro de Smith, David Hume (1752), completaba el caso con la hipótesis contraria: cualquier circunstancia que ponga en los bolsillos de la gente una cantidad adicional de dinero, es una invitación a gastar más. Si al verdulero se le compra más fruta y verdura, y esa compra es sostenida, sus cajones se vaciarán más rápido, y su pedido de reposición al distribuidor aumentará. Este último, a su vez, requerirá más unidades al productor. Los tres, comerciante, mayorista y productor, si sus ventas siguen, casi seguro tomarán ayudantes, y si hay mucha mano de obra desocupada, el incremento de empleo no se reflejará inicialmente en los salarios. Esta secuencia fue corroborada y generalizada por J.M. Keynes (1936): todo gasto que eleva los ingresos de los habitantes (gastos de empresas en bienes de capital, o inversión; gastos del Estado en compras y en personal, o gasto público; gastos delexterior en productos del país, o exportación) provoca un efecto de estímulo y expansión en el empleo y el ingreso nacional. Y lo contrario no es menos cierto: cualquier reducción en la inversión de las empresas, en el gasto público o en las exportaciones, tiene un efecto depresivo y de achicamiento de la economía del país. El caso no sería dramático si no reflejase el de la Argentina de hoy –con la mitad de la población debajo de la línea de pobreza, que crece a un millón por mes, en no poca medida por efecto del desempleo, cuya tasa se proyecta en 30 por ciento–, donde el Fondo Monetario Internacional exige, antes de sentarse a conversar, que el Estado –además de otorgar impunidad a los banqueros internacionales y poner a los deudores hipotecarios quebrados a merced de sus acreedores– reduzca su gasto y eche a 400 mil de sus empleados. Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?
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