Domingo, 24 de diciembre de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Obreros de la construcción caen de andamios. Escolares en viaje de estudios perecen en micro de dos pisos, al ser embestidos por un vehículo conducido por un ebrio. Vecinos de una subestación transformadora perecen por leucemia. Ancianos mueren en un geriátrico en llamas. Escolares mueren acribillados por un compañero. Decenas de miles desaparecen. Miles mueren de cáncer por fumar. Centenares mueren en un recital de rock. Miles mueren en accidentes de tránsito. Secuestrados, violadas, asaltados, y asesinados para que no puedan identificar a sus secuestradores-violadores-asaltantes. Fotógrafos, periodistas, testigos en juicios, secuestrados y asesinados por aportar pruebas contra acusados. Muertos por intoxicación con bebidas y alimentos adulterados. Viajeros estrellados en vehículos aéreos en malas condiciones. Viajeros ahogados en vehículos acuáticos en malas condiciones. Pasajeros de ferrocarriles caídos a las vías. Usuarios de artefactos de gas en mal estado. Ciudadanos infartados por el corralito y la pesificación. Automovilistas chocados de frente por autos-chatarra sin luces. Vecinos muertos por balas perdidas de otros vecinos que festejan Navidad disparando al aire. Son todas muertes no naturales, que se repiten una y otra vez, que hacen pensar que este país mata a sus hijos, que sufren el riesgo-país de perecer por hechos externos que ninguna autoridad controla o limita. Cada vez aparecen nuevas formas de sesgar vidas antes de su término normal, sin que se intenten nuevas formas de resarcir a los perjudicados. Hace muy poco, dos muertes que se suele indemnizar con 55.000 pesos, en el caso de un menor que había interrumpido su escolaridad y otro con síndrome de Down, se tasaron en 5000 pesos. El valor de cada vida se estimó como la pérdida para la economía por su deceso: el ingreso futuro esperado, calculado a valor actual. Hay otros métodos: segundo, el valor actual descontado de las pérdidas a lo largo del tiempo inferidas sólo a otros como resultado de la muerte de la persona a determinada edad. Tercero, el valor de la vida implícito en gastos públicos que ocasionalmente reducen o aumentan el número de muertes. Y cuarto, la prima que una persona paga ante la probabilidad de morir desempeñando cierta actividad. Los cuatro métodos, dice el profesor E. J. Mishan –que enseñó en la UBA en los sesenta– son insatisfactorios.
En los días que corren se ha dado amplia difusión a ciertos datos estadísticos que no cabe sino calificar de optimistas: crecimiento del ingreso nacional, del producto industrial, de las exportaciones. También se ha conocido, aunque no de fuentes oficiales, que la brecha entre el ingreso del 10 por ciento más rico y el del 10 por ciento más pobre fue, en el segundo trimestre de 2006, de 31 veces, igual que en 1997. Ambos datos parecerían contradecirse entre sí. Sin embargo, no lo son tanto si los interpretamos a la manera de los economistas clásicos. La agregación, a la manera de J. M. Keynes, de todos los bienes y servicios en una única cifra, el Producto Interno Bruto, hace pensar que todos obtenemos cierta parte de esa magnitud global, y no es así. Ciertos bienes, como las viviendas de cierta calidad y ubicación, o camionetas 4x4 cero kilómetro, sólo están al alcance de los más ricos, en tanto la variación en un peso del precio del pan, la carne o el colectivo, sacuden violentamente los presupuestos de los más pobres. Un retrato de la situación la ofrecen los countries, refugio aislado de sectores pudientes, custodiados por vigilantes armados. Adentro del country es Bélgica. Afuera, Burkina-Faso: el barro, la falta de agua corriente y de cloacas. Lo que le pasa al 10 por ciento más rico –el crecimiento del PIB, “gloriarse de Beethoven, Mill, Marx o Einstein” (como decía W. Arthur Lewis)– pasa adentro del country. Lo que le pasa al 10 por ciento más pobre –la insuficiencia del poder adquisitivo y la inexistencia de mejora material y educacional– pasa afuera del country. No hay un solo caso de miembros del 10 por ciento superior que habiten en Villa 31 o Villa 20, ni uno solo de miembros del 10 por ciento inferior que sea admitido en Puerto Madero. Son dos países dentro de un mismo límite geográfico, pero con pocos o especiales vínculos entre sí. En la Bélgica argentina falta mano de obra, pero la que hay de sobra en la Burkina-Faso argentina no le es útil. Hay un sector moderno o capitalista, donde la producción acontece a base de trabajo contratado y el fin es obtener ganancias y acumular capital. Separado, un sector “de subsistencia” o tradicional, con autoempleo de trabajo, en el que la producción tiene por fin mantener el consumo. Es una economía dual, noción presentada en 1954 por el citado Lewis, oriundo de la isla de Santa Lucía, Premio Nobel en Ciencias Económicas 1980.
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