EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
“El agua para beber en un país, el agua que le da energía y sus rutas acuáticas ejercen tan grande influencia en su destino, que puede decirse que el agua es un importante elemento de la riqueza nacional.” Así se expresó en 1879 en la Universidad de Bristol el economista británico Alfred Marshall (1842-1924), en una conferencia titulada “el agua como elemento de la riqueza nacional”. En su visión tripartita de la utilidad del agua para el individuo y la sociedad, presentaba al agua como fuente de vida: “El agua, o al menos algún fluido, es, hasta donde puede decirse, una condición necesaria de la vida, y por lo tanto de la riqueza, no sólo en nuestro planeta, sino en cualquier otro. Un mundo sin agua puede no estar desprovisto de movimiento, ya que el viento puede soplar sobre el polvo del mismo. Pero no puede tener, nos parece, vida orgánica alguna”. La referencia a otro planeta fue recientemente confirmada por el envío de una sonda a Marte y las indagaciones sobre la existencia de agua, actual o pretérita, en el planeta rojo. En segundo lugar, la “industrialización” del agua, para generar energía eléctrica: “Con respecto a la energía hidráulica. El fundamento de la grandeza manufacturera de Inglaterra fue establecido por la energía del agua; y el tiempo puede llegar, probablemente, en menos de mil años, en que las fábricas se muevan más por energía hidráulica que por vapor”. Y tercero, el agua como medio de transporte y comunicación, no sólo de mercancías, sino de “nuevas ideas y nuevas sugerencias desde más allá del mar; resta considerar al agua como medio de transporte. Los canales se computan en 20 millones en el inventario de la riqueza de Inglaterra. Pero el inventario de la riqueza de Inglaterra no dice nada de sus ríos ni tampoco de sus mares. Y sin embargo muchas de las más grandes naciones del mundo debieron más a sus ríos y a sus mares que a su tierra. Una sólida industria y una férrea disciplina han existido en lugares alejados del mar. Pero yo creo que lo principal del genio y empresa del mundo deben su origen directamente al mar”. Marshall, que era un liberal y vivía en una sociedad liberal, ponía en segundo plano la acción del Estado. Sin embargo, aun limitando la perspectiva a sólo esos tres usos del agua, es difícil que ellos lleguen a cumplirse eficientemente si no median obras previas de gran magnitud, que los individuos por sí solos no podrían encarar.
El factor tiempo en el análisis económico fue encarado por Marshall al distinguir entre corto plazo, plazo de mercado, largo plazo y plazo secular. “Los mercados –decía– varían respecto del período de tiempo en que se permite que se equilibren las fuerzas de la demanda y la oferta, una con otra; si el período es corto, la oferta se limita a las existencias disponibles; si el período es más largo, la oferta estará influida por el costo de producir la mercancía en cuestión; y si el período es muy largo, dicho costo estará influido a su vez por el costo de producir el trabajo y las cosas materiales para producir la mercancía.” “En cada una, el precio es gobernado por las relaciones entre demanda y oferta. Respecto de los precios de mercado, se entiende a la Oferta como la existencia de la mercancía en cuestión que está a la mano, o en todo caso a la vista. Respecto de los precios normales, cuando el término Normal se entiende referido a períodos cortos de unos pocos meses o un año, Oferta significa en general lo que en el tiempo dado puede producirse a dicho precio con la cantidad existente de planta, personal e impersonal. Respecto de los precios normales, cuando el término Normal se refiere a períodos largos de varios años, Oferta significa lo que puede ser producido por una planta, la que a su vez puede volver a producirse y poner en actividad dentro del tiempo dado; y finalmente, los muy graduales movimientos seculares del precio normal, provocados por el gradual crecimiento del conocimiento, la población y el capital, y las cambiantes condiciones de la demanda y la oferta de una generación a otra.” En el corto plazo, el tiempo no permite cambiar la estructura de los bienes de capital fijo. En el largo plazo hay tiempo para adaptar la estructura de los bienes de capital fijo. En el plazo secular el tiempo permite cambiar las dotaciones de factores. La distinción también vale si en lugar de una industria consideramos un país. Por caso: ocurre una inundación, con miles de anegados, pérdida de ganado, viviendas y enseres. Los hombres públicos pueden tener dos actitudes: la del político, cuya mira es tomar el poder en el corto plazo; o la del estadista, que mira el futuro de la nación. El político se limita a transferir bienes existentes –colchones, frazadas– sin cambiar la infraestructura. El estadista modifica la infraestructura, para evitar que los daños se repitan.
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