EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Unir continentes navegando por el aire ha sido la apasionante experiencia del siglo XX, inimaginable para la humanidad de los siglos anteriores. No tuvo lugar, empero, sin riesgos ni desenlaces fatales, que no respetaron investiduras, ni excelencias. Abraham Wald, por ejemplo, fue un excepcional matemático rumano que, vinculado con el seminario de Menger en Viena, en 1927, produjo la primera demostración de la existencia de solución en modelos económicos de equilibrio general, cuando los admiradores de tal enfoque ni sospechaban que esos modelos pudieran no tenerla. Emigrado en 1938 a los Estados Unidos por razones políticas, halló refugio en la Cowles Commission y luego en la Universidad de Columbia. Sus contribuciones a la teoría de la decisión estadística son consideradas fundamentales. En 1950, en un viaje por la India junto a su esposa, fallecieron al precipitarse el avión que los transportaba. Otro caso fue el de un miembro de la Escuela de Estocolmo, grupo de economistas que actuó en 1927-37, integrado por Gunnar Myrdal, Bertil Ohlin, Erik Lindahl, Erik Lundberg y Dag Hammarskjöld. Myrdal y Ohlin fueron premios Nobel en Economía. El grupo produjo los conceptos ex ante y ex post, y Hammarskjöld fue el primero en explicar los ajustes que conectan los planes ex ante con los resultados ex post. Hammarskjöld, hijo del primer ministro sueco Hjalmar Hammarskjöld, nació en 1905. Fue el alumno más destacado de la Universidad de Upsala, donde se recibió en 1925 en Humanidades, con énfasis en lingüística, literatura e historia. Además obtuvo diplomas en economía (1928) y en leyes (1930), y un doctorado en economía (1934). Sólo un año (1933) enseñó Economía en la Universidad de Estocolmo, oportunidad en la que publicó el libro Konjunkturspridningen (Transmisión del ciclo económico) y el artículo “Método algebraico para el análisis dinámico de los precios”. El acuñó el término “economía planificada”. Como subsecretario del Ministerio de Bienestar Social, produjo la legislación que permitió crear el “Estado de bienestar”. En 1953, por 57 votos sobre 60, fue designado secretario general de la ONU, renovado en 1957, que no llegó a completar. El avión en que realizaba su cuarto viaje al ex Congo Belga, para mediar en el conflicto con Katanga, se estrelló el 18 de septiembre de 1961. Poco después se le otorgó el Premio Nobel de la Paz póstumo.
No hay tanta unanimidad entre los economistas sobre qué son las leyes económicas, como la que hay entre los físicos acerca de qué son las leyes naturales. Y en este país nos contamos entre los que dicen “yo no creo en las leyes económicas”, mientras otros acotan “pero que las hay, las hay”. Y si uno no las respeta, ¿tiene un castigo? En un viejísimo libro, anterior y a la vez anticipador de la Fisiocracia, en Le détail de la France (1695), de Boisguilbert, que llevaba por subtítulo La cause de la diminution de ses biens, ha podido leerse por más de tres siglos, en su capítulo VI: “Las leyes del orden económico jamás se violan impunemente”. Pero en el país de los argentinos –conocidos transgresores de leyes– pareciera aceptarse la violación de las leyes como condición normal, tanto por creer en el no cumplimiento de sus efectos, como por creer en el cumplimiento de ciertos efectos que sólo están en alguna mente febril. Decía el inefable Silvio Gesell, en La anemida monetaria de 1898, que “no es raro decir aquí que el efecto de los procesos económicos es en este país siempre diametralmente opuesto a lo que se esperaba, que las leyes económicas, rígidas e inflexibles en otros países, se doblan ante la riqueza inexplotada de la República. Pero la explicación no está en una desviación de las leyes económicas a favor de la República sino en una desviación de nuestro criterio. Son ilusiones ópticas. Si nuestro sentido común no hubiese sido desviado de su dirección rectilinear por los sofismas económicos de que aún está acribillado el lenguaje popular, no habríamos encontrado ninguna contradicción entre las leyes económicas y sus efectos, al contrario, habríamos podido prever que todo lo que ha sucedido, y lo que sucede, debía necesariamente suceder”. La política económica deja un tendal de damnificados: las devaluaciones de Perón, la apertura cambiaria de Frondizi, la devaluación cambiaria de Pinedo, el Rodrigazo, etcétera. “Se ve, pues –decía Gesell–, que si las cosas toman el camino inverso de lo que esperábamos, no es porque aquí las leyes económicas se hincan delante de la inmensidad de la pampa sino porque esperamos cosechar peras del olmo. Vemos mal, somos ciegos –es todo lo que sucede de anómalo en este país con respecto a las leyes económicas–. Se pretenden soluciones desde un escritorio, cuando sólo vienen de invertir más, trabajar más y mejorar la tecnología.”
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