Domingo, 27 de enero de 2008 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Corre 1929. El republicano Herbert Hoover asume la presidencia de los EE.UU. En octubre se desploma Wall Street, el mercado de valores más grande del mundo. Rápidamente la caída se traslada a las Bolsas europeas. La crisis financiera perfora la separación entre el mundo monetario y el de las cosas tangibles. Las cuentas de resultados se tiñen de rojo y pagar salarios se convierte en un gasto innecesario. En las ciudades aparecen las filas en las ollas populares. Los campos son atravesados por caravanas de campesinos expulsados de sus tierras. Algunos grupos, como los veteranos de la guerra del ’14, acampan en Washington reclamando el pago anticipado de sus premios. El gobierno los echa con la policía montada, porque piensa que la crisis ha de durar poco. La salida está cerca, a la vuelta de la esquina, se dice. Pero Hoover se equivoca. También se equivoca el mayor economista americano, Irving Fisher, quien no sólo ve esfumarse su patrimonio personal –constituido en acciones– sino también su reputación como analista y consejero. Años después, Schumpeter explicará la inusitada duración de la crisis por la conjunción de tres ciclos: el Jitchin (corto), el Juglar (medio) y el Kondratief (largo). El mercado no resuelve por sí solo el problema, y Hoover no quiere intervenir en él. No consigue su reelección en 1932, y cede su puesto a los demócratas, a Franklin Roosevelt. FDR propone el New Deal y apela a la obra pública en gran escala: autopistas, represas, energía eléctrica. El desempleo cede, pero el New Deal no consigue quebrar la tendencia cíclica del capitalismo liberal. FDR es reelecto en 1936, pero otra crisis aparece en 1937. Las políticas exteriores beligerantes de los totalitarismos disparan la demanda de armas por los aliados, y a partir de 1941 la entrada en la guerra libera puestos masculinos que deben ocupar las mujeres. Por primera vez, la Unión alcanza niveles de empleo más que pleno. La posguerra deja un saldo de centenares de miles de nuevos puestos de “trabajo” en las bases creadas en los países derrotados. Pero, ¿qué hacer con el resto del aparato bélico desplegado en dos continentes? ¿Reconvertir la economía de guerra en una de paz? Los desfiles del regreso victorioso de combatientes y jefes no son desfiles por la paz recobrada sino por el triunfo militar; halagan el orgullo nacional y prometen prosperidad económica y seguridad exterior.
Bien es cierto que entre los sucesos de 1929 y los de 2008 pueden hallarse analogías, como el iniciarse la crisis con un derrumbe bursátil, el hallarse en el Ejecutivo un presidente republicano, el transmitirse el derrumbe a las principales Bolsas del mundo, el posible reemplazo del presidente por otro de las filas demócratas, la caída en los precios mundiales de las materias primas, etcétera. Pero una crisis –y el ciclo económico que la contiene– depende más de la estructura económica total que de sucesos circunstanciales. Y no puede decirse que la estructura económica de los EE.UU. de hoy sea igual o parecida a la de los años ’20. Sin embargo, el funcionamiento de la estructura de ayer, el de la de hoy y el de la de mañana tienen una ecuación en común, que procuraré explicar en sencillos términos: el producto-ingreso total de un país (Y) cuyo comercio exterior es muy bajo con relación al total de Y, visto como el gasto de todos los sectores sociales, es la suma del consumo (C) de todas las familias, la inversión de todas las empresas (I) y el gasto del gobierno por todo concepto (G) [a]Y = C+I+G. Los tres “gastos” no se relacionan de igual modo con el ingreso nacional. Una suba de actividad económica (+Y) provoca un mayor consumo (+C). En cambio, una suba de la inversión (+I) o una suba del gasto público (+G) provocan, siempre que haya recursos desempleados, un aumento del ingreso nacional (+Y). O sea: mientras C es componente pasiva de Y (C responde a lo que ocurre con Y), I y G son componentes activas de Y (sus cambios determinan cambios en Y). Si el consumo varía en proporción directa con Y, se tiene C= c.Y (donde c es la fracción consumida del ingreso, por ejemplo c= 0,8). La igualdad [a] se escribe Y=c.Y+I+G=(I+G)/(1-c). Un cambio en G, sin cambiar I(+I=0), provoca un cambio en Y igual a:+Y=+G/(1-c). Si c= 0,8= 4/5, (1-c)=1- 0,8= 1- 4/5=1/5. Como +G dividido 1/5 es +G.5, el cambio en Y es cinco veces el cambio en G. Si el gobierno incrementa en 100 su gasto, ello provoca un incremento cinco veces mayor en el ingreso nacional, o sea +Y=500. Esta propiedad expansiva del gasto (el multiplicador) se empleó para cambiar una situación recesiva en otra expansiva. El problema es cómo llenar G. A los EE.UU. llenar G con “Guerra” (Guerra de Corea, Guerra de Vietnam, etc.) le permitió prosperidad continua y hegemonía mundial. Más que las Bolsas europeas o asiáticas, es Irán la que debe temblar.
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