Dom 27.04.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Originalidad

Nada nuevo hay bajo el sol, nos dicen las escrituras. Una y otra vez se corrobora esa afirmación. Si hablamos de un salario mínimo y vital, de extinción de contratos, o de interés usurario, podemos remontarnos a 40 siglos atrás, hasta el Código Hammurabi, y no podemos retroceder más porque antes no existía la escritura. Smith, el padre de la ciencia económica, era considerado por Alfred Marshall como una suerte de ladrón intelectual de la mayoría de sus teorías, a las que combinó muy hábilmente en un nuevo sistema. El más grande economista que dio Estados Unidos, Irving Fisher (1867-1947), luego de haber creado el equilibrio general, la ecuación del cambio, el índice de precios ideal, las tarjetas perforadas, etc., expresó que “en Economía es difícil lograr originalidad; pues el germen de cada idea nueva se hallará una y otra vez en escritores previos. De mi parte, quedaría satisfecho si viera que mis conclusiones son aceptadas como verdaderas, aunque su origen podrían los críticos acreditarlo completamente a escritores previos”. Eso decía en el prefacio de La teoría del interés, determinada por la impaciencia de gastar ingreso y la oportunidad de invertirlo, publicada en 1930. El mismo reconocía como precursores de su teoría de la “impaciencia y oportunidad” a John Rae y a Eugen von Böhm-Bawerk, a cuya memoria dedicó el libro. Sus otras creaciones tuvieron una historia similar: el descubrimiento de la interdependencia de los mercados ya había sido expuesto por Walras, quien a su vez había encontrado la clave del equilibrio general en la definición de la demanda (D) como una función (F) del precio (p), esto es, D = F(p), presentada décadas antes por Cournot. La formulación de su “ecuación del cambio”, como descomposición de una misma magnitud, el gasto total de la comunidad en un año, en factores reales (un indicador de cantidades, T, y uno de precios, P) y en factores monetarios (cantidad de dinero circulante, M, y velocidad de circulación del dinero, V), esto es, PT = MV, ya había sido presentada 25 años antes por el profesor Simon Newcomb, de Johns Hopkins, que a su vez fue precedido por Ricardo, Petty y otros. El “índice ideal”, que Fisher ideó buscando una respuesta al problema del “dólar estable” –con un contenido de oro constante– no era sino la raíz cuadrada del producto entre los índices de Laspeyres y de Paasche, que ya estaban inventados.


Fénix

Gustaba decir un economista contemporáneo que a altos funcionarios de un banco transnacional los traían a Buenos Aires para completar su formación: después de cierto tiempo aquí, ninguna experiencia en el mundo sería capaz de sorprenderles. El Plan Fénix, elaborado por profesores de la UBA, pero especialmente de la Facultad de Ciencias Económicas, es un ejemplo. Según la mitología, cada 500 años el ave se incineraba a sí misma, y luego renacía de sus propias cenizas. Como hace 500 años no se había aún formado la Argentina actual, parece que ésta era la primera vez que se incineraba a sí misma, con la diferencia de que el renacer no ocurría, por más rezos que elevaban los creyentes del dios Mercado, o sus fieles al dios FMI. Un grupo de profesores –entre los “emblemáticos” estaban los doctores Julio H.G. Olivera, Aldo Ferrer y Norberto González– con dilatadas trayectorias en la ciencia y en la función pública probaron unir sus saberes y andar el camino del conocimiento. No todas, pero sí algunas de sus propuestas, habían sido expuestas por eminentes profesores del pasado: se proponía salir de la Ley de Convertibilidad, y ya Raúl Prebisch (1932) demostró que tal régimen no se sostiene en tiempos de recesión y retiro de fondos. El mercado, librado a sus fuerzas lleva a que el fuerte aplaste al débil, y para evitarlo el Estado debe expandir sus funciones. Ese planteo está en Félix Martín y Herrera (1898) y en su alumno, Enrique Ruiz Guiñazú (el padre de Magdalena) en la UBA. En 1920, en el Congreso Argentino de la Habitación, señaló “las fallas del mercado, que no daba respuesta plena al problema y reclamaba del Estado participar en la contienda de intereses para corregir los defectos de la ley de la oferta y la demanda y regularlos en normas de equidad, asumiendo una función tutelar”. En el mercado de trabajo, la parte débil es el trabajador, que sin intervención del Estado acaba sometiéndose a la arbitrariedad patronal. Eso ya lo dijo Adam Smith, pero remediarlo fue obra, sobre todo, del profesor Alfredo L. Palacios. Una protección arancelaria débil condena a muerte a la industria nacional, y ella es la clave de la independencia económica, como expusieron Alejandro E. Bunge, Francisco García Olano y otros. Las pymes y las formas cooperativas de asociación son las formas empresariales que requieren amparo del Estado, como sostenían Martín y Herrera y Juan B. Justo.

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