EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Neoclasicismo
argentino
La economía clásica (iniciada por Petty en el siglo XVII
y coronada por John Stuart Mill en el siglo XIX) consideraba que el mercado
era el gran juez de los problemas económicos, que el Estado no intervenía
en ellos, y que la empresa tenía como único fin la ganancia. La
economía neoclásica (iniciada en 1871 en Inglaterra y Austria),
sin oponerse a esos postulados, cambió la base del conocimiento: en lugar
de fundarlo en la teoría del valor-trabajo, como habían hecho
Ricardo y Marx, lo hizo en la teoría subjetiva del valor, y además
añadió el empleo de la matemática como técnica para
la derivación de nuevos resultados. En la Argentina, ese movimiento no
halló eco positivo, aunque sí negativo, a través del catedrático
Emilio Lamarca, quien en 1874 consideró inútiles las formulaciones
matemáticas de Walras. Dos décadas después, en 1895, el
método marginalista comenzó a utilizarse en la Facultad de Ingeniería
de la UBA, para fijar la traza de los ferrocarriles y establecer sus tarifas.
El introductor era Alberto Schneidewind, quien había traducido al walrasiano
alemán Launhardt. Algunos de sus alumnos, que enseñarían
Economía de los Transportes y Tarifas, llevaron esas técnicas
a la Facultad de Ciencias Económicas, creada en 1913. Uno de ellos, Carlos
M. Ramallo, cordobés, enseñó en la FCE la teoría
económica espacial de Launhardt. Otro, Teodoro Sánchez de Bustamante,
publicó en 1919 un libro (escrito en 1918) de “Economía
Matemática”, donde representaba gráficamente el ingreso
marginal de un monopolista o “curva de ingreso marginal”, así
llamada por J. Robinson en 1932. La economía neoclásica argentina
aparece en 1918, cuando se publica la versión castellana de los “Principios
de Economía Política Pura” de Pantaleoni, realizada por
L. R. Gondra. Este profesor de la UBA, con la colaboración de Hugo Broggi,
ofreció un curso libre de “economía pura”, en junio
de 1918. A éste siguieron dos aportes neoclásicos de Broggi: demostrar
la existencia de la función de utilidad a partir de las curvas de indiferencia
(1919) y refutar la prueba de existencia de solución en el modelo de
equilibrio general (1923) según Walras. A estos trabajos se sumaron los
de Ludovico Cavándoli (1926), de Paraná, y de Raúl Prebisch
(1926) como traductor del libro de Enrico Barone. En 1933 Gondra reunió
sus estudios en un libro, que no halló reconocimiento a raíz de
la Gran Depresión.
Keynesianismo
argentino
El “keynesianismo” (de J. M. Keynes, 1883-1946) fue uno de los frutos
de la Gran Depresión. En alguna medida nació como respuesta al
fracaso de la política económica del gobierno de EE.UU. de no
interferir en el mercado laboral, y esperar que el mismo condujese por sí
mismo a la plena ocupación y la prosperidad. Respecto de la economía
neoclásica, pues, fue una crítica al postulado de la economía
de mercado y la no intervención estatal. Al introducir un Estado intervencionista,
en cierto modo puso en la escena a un actor no guiado por el motivo de ganancia.
El keynesianismo integró diversos elementos, algunos ya conocidos desde
tiempos remotos, como las obras públicas encaradas por el Estado y el
mecanismo multiplicador. Keynes ya habló de las obras públicas
en 1924 y del multiplicador en 1933. Otro elemento fue el principio de la demanda
efectiva, o punto de la economía donde coinciden los planes de gasto
de todos los agentes (familias, empresas, gobierno) con los planes de ingresos
esperados por los dadores de puestos de trabajo (empresas), que no necesariamente
es un punto de pleno empleo de la fuerza de trabajo. En abril de 1933 Keynes
publicó cuatro artículos en The Times, donde se pronunciaba por
una política expansiva y deficitaria del gobierno, y en otro periódico
publicaba un artículo sobre “El multiplicador”. Raúl
Prebisch, que se hallaba circunstancialmente en Londres (por ser perito financiero
en la misión Roca, que firmó el convenio de carnes conocidocomo
Pacto Roca-Runciman), los leyó con gran admiración, y tuvo ocasión
de aplicar esas ideas en noviembre de 1933, cuando el gobierno, a través
de los ministerios de Hacienda (Pinedo) y Agricultura (Duhau), lanzó
el “Plan de Acción Económica Nacional”, un plan –según
el mismo Prebisch– keynesiano, ajustado a las condiciones argentinas,
con control de cambios y un control muy selectivo de las importaciones. Prebisch
en 1934 diseñó el Banco Central y fue, de 1935 a 1943, su gerente
general. En el primer quinquenio teorizó sobre el ciclo económico
argentino con categorías keynesianas, y sobre esa base en 1936-37 encaró
una política anticíclica exitosa. Pero en 1939 abandonó
ese enfoque de grandes agregados, para diseñar un plan de reactivación
económica que no produjese grandes fugas de divisas a través de
mayores importaciones, plan que se llamó, paradójicamente, “Plan
Pinedo”.
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