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Domingo, 4 de mayo de 2003

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

 Por Manuel Fernández López

Neoclasicismo argentino
La economía clásica (iniciada por Petty en el siglo XVII y coronada por John Stuart Mill en el siglo XIX) consideraba que el mercado era el gran juez de los problemas económicos, que el Estado no intervenía en ellos, y que la empresa tenía como único fin la ganancia. La economía neoclásica (iniciada en 1871 en Inglaterra y Austria), sin oponerse a esos postulados, cambió la base del conocimiento: en lugar de fundarlo en la teoría del valor-trabajo, como habían hecho Ricardo y Marx, lo hizo en la teoría subjetiva del valor, y además añadió el empleo de la matemática como técnica para la derivación de nuevos resultados. En la Argentina, ese movimiento no halló eco positivo, aunque sí negativo, a través del catedrático Emilio Lamarca, quien en 1874 consideró inútiles las formulaciones matemáticas de Walras. Dos décadas después, en 1895, el método marginalista comenzó a utilizarse en la Facultad de Ingeniería de la UBA, para fijar la traza de los ferrocarriles y establecer sus tarifas. El introductor era Alberto Schneidewind, quien había traducido al walrasiano alemán Launhardt. Algunos de sus alumnos, que enseñarían Economía de los Transportes y Tarifas, llevaron esas técnicas a la Facultad de Ciencias Económicas, creada en 1913. Uno de ellos, Carlos M. Ramallo, cordobés, enseñó en la FCE la teoría económica espacial de Launhardt. Otro, Teodoro Sánchez de Bustamante, publicó en 1919 un libro (escrito en 1918) de “Economía Matemática”, donde representaba gráficamente el ingreso marginal de un monopolista o “curva de ingreso marginal”, así llamada por J. Robinson en 1932. La economía neoclásica argentina aparece en 1918, cuando se publica la versión castellana de los “Principios de Economía Política Pura” de Pantaleoni, realizada por L. R. Gondra. Este profesor de la UBA, con la colaboración de Hugo Broggi, ofreció un curso libre de “economía pura”, en junio de 1918. A éste siguieron dos aportes neoclásicos de Broggi: demostrar la existencia de la función de utilidad a partir de las curvas de indiferencia (1919) y refutar la prueba de existencia de solución en el modelo de equilibrio general (1923) según Walras. A estos trabajos se sumaron los de Ludovico Cavándoli (1926), de Paraná, y de Raúl Prebisch (1926) como traductor del libro de Enrico Barone. En 1933 Gondra reunió sus estudios en un libro, que no halló reconocimiento a raíz de la Gran Depresión.

Keynesianismo argentino
El “keynesianismo” (de J. M. Keynes, 1883-1946) fue uno de los frutos de la Gran Depresión. En alguna medida nació como respuesta al fracaso de la política económica del gobierno de EE.UU. de no interferir en el mercado laboral, y esperar que el mismo condujese por sí mismo a la plena ocupación y la prosperidad. Respecto de la economía neoclásica, pues, fue una crítica al postulado de la economía de mercado y la no intervención estatal. Al introducir un Estado intervencionista, en cierto modo puso en la escena a un actor no guiado por el motivo de ganancia. El keynesianismo integró diversos elementos, algunos ya conocidos desde tiempos remotos, como las obras públicas encaradas por el Estado y el mecanismo multiplicador. Keynes ya habló de las obras públicas en 1924 y del multiplicador en 1933. Otro elemento fue el principio de la demanda efectiva, o punto de la economía donde coinciden los planes de gasto de todos los agentes (familias, empresas, gobierno) con los planes de ingresos esperados por los dadores de puestos de trabajo (empresas), que no necesariamente es un punto de pleno empleo de la fuerza de trabajo. En abril de 1933 Keynes publicó cuatro artículos en The Times, donde se pronunciaba por una política expansiva y deficitaria del gobierno, y en otro periódico publicaba un artículo sobre “El multiplicador”. Raúl Prebisch, que se hallaba circunstancialmente en Londres (por ser perito financiero en la misión Roca, que firmó el convenio de carnes conocidocomo Pacto Roca-Runciman), los leyó con gran admiración, y tuvo ocasión de aplicar esas ideas en noviembre de 1933, cuando el gobierno, a través de los ministerios de Hacienda (Pinedo) y Agricultura (Duhau), lanzó el “Plan de Acción Económica Nacional”, un plan –según el mismo Prebisch– keynesiano, ajustado a las condiciones argentinas, con control de cambios y un control muy selectivo de las importaciones. Prebisch en 1934 diseñó el Banco Central y fue, de 1935 a 1943, su gerente general. En el primer quinquenio teorizó sobre el ciclo económico argentino con categorías keynesianas, y sobre esa base en 1936-37 encaró una política anticíclica exitosa. Pero en 1939 abandonó ese enfoque de grandes agregados, para diseñar un plan de reactivación económica que no produjese grandes fugas de divisas a través de mayores importaciones, plan que se llamó, paradójicamente, “Plan Pinedo”.

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