Dom 18.05.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Con K de Keynes
El problema es hoy cambiar el país, sacarlo de la postración y lanzarlo a la actividad, donde todos tengan un lugar para participar. La esperanza del momento se deposita en las nuevas autoridades nacionales, es decir, en el Estado. ¿Qué Estado vendrá? La experiencia argentina al respecto es la desmesura, y va del Estado juárez-celmanista (1886-90), que se amputa a sí mismo en sus funciones sociales y se asocia a la corrupción de los intereses particulares, hasta el Estado videlista (1976-83), que planifica y ejecuta el asesinato, y recluye en campos de tortura y exterminio a parte significativa de la población. El tono medio, empero, ha sido una importante presencia del Estado, como lo observó Ortega y Gasset en 1929. Las doctrinas económicas acompañaron esa tendencia, con algunas excepciones, como la economía neoclásica, en la década de 1920, o la adopción del principio de la libre empresa como filosofía oficial a partir de noviembre de 1955, o el “retorno a la ortodoxia”, como se llamó a la adopción del neoliberalismo. Hoy por hoy, el Estado en sus diversos departamentos, parece un enorme mecanismo para agredir a la sociedad: los padres que quieran educación esmerada para sus hijos deben optar por institutos pagos; la Justicia es paga, y sus resultados parecen depender de la entidad económica del litigante; en los conflictos empresariolaborales, el Estado toma abiertamente partido por los primeros, permitiéndoles toda arbitrariedad, aun el privar de empleo a los trabajadores. Y podría seguirse con infinidad de casos. En los últimos doce años, al tiempo que la mitad de la población se vio reducida a la pobreza, no se conoce caso de funcionario público que no haya mejorado ostensiblemente su nivel de vida. No se ha visto el Estado aristotélico, suma de la perfección moral. Sí el Estado marxista-leninista, como instrumento del capital privado para explotar a los trabajadores. Parece llegado el turno del Estado keynesiano, que actúa donde los particulares dejan de hacerlo. Esa función supletoria es ineludible, en vista del estado de virtual guerra a que ha estado y está sometida la Argentina, donde media población es reducida a la pobreza, la infancia a la desnutrición y el analfabetismo, un tercio de la masa trabajadora, a la nada, y los ancianos a la desesperanza. Debe el Estado crear trabajo, sin aumentar la deuda externa ni las importaciones.

¿Fue?
Privados del festejo de hoy, y privados del previsible apoyo del 70-80 por ciento de los votantes, por decisión del ex presidente Menem de no presentarse al ballottage, la gente dice “Menem ya fue” y cosas por el estilo. Sin embargo, tomamos un mapa del país de 1990 y uno de hoy, y donde antes veíamos una maraña de líneas negras entrecruzadas, hoy sólo hay un gran claro: ha desaparecido la red ferroviaria, otrora la más importante de América latina. Yo he esperado largas horas en los aeropuertos de Roma, Frankfurt, Milán y Atenas, y entretanto miraba los ingresos y egresos en los tableros: Aerolíneas Argentinas ya no existe más. Uno, como economista, solía antes escrutar la lista de empresas con mayor volumen de ventas: YPF superaba, por amplio margen, a todas las demás, públicas y privadas. Hoy esa empresa ya no se sabe qué es, pero no es del Estado, con todo lo que el petróleo representa en el actual desarrollo tecnológico. Uno antes tenía una pequeña o mediana empresa -una fabriquita de guantes de descarne, una fábrica de molinos de agua– y podía conseguir un crédito en el Banco Industrial, luego Banco Nacional de Desarrollo, para producir más y exportar. Ya no existe un banco para la producción y la exportación. Hoy puede obtener un crédito bancario privado, pero si da como garantía una libra de su propia carne, tomada de donde elija el banquero, que es, desde ya, extranjero. En mi tiempo, laescuela pública hizo de este país el más instruido y culto de América latina. Hoy, si vive en Entre Ríos, olvídese de enviar a su hijo a la escuela pública, y si no puede pagar la privada, olvídese de que aprenda algo. La tierra del país en gran medida ha pasado a propietarios extranjeros, y no hay ley alguna que impida que esa proporción alcance al 100 por ciento y que alguien en el mundo, por ejemplo Soros, pueda decir, como en el cuento de Papini: “He comprado un país”. Decenas de casos así podrían señalarse, como la desaparición de la siderurgia nacional, de la marina mercante, de la fabricación de aviones, etc. etc. ¿En qué consiste la Patria? ¿En su tierra, que poco a poco pasa a manos foráneas? ¿En su infraestructura, virtualmente en manos extranjeras, sin que al menos se ocupen en mantenerla? ¿En su gente, pauperizada en un grado nunca antes visto? ¿En su cultura, que bien podría representarse por la “Academia Coca Cola”? Entonces, no “fue”, en tanto la Patria es la que él nos deja.

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