EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Con K de Keynes
El problema
es hoy cambiar el país, sacarlo de la postración y lanzarlo a
la actividad, donde todos tengan un lugar para participar. La esperanza del
momento se deposita en las nuevas autoridades nacionales, es decir, en el Estado.
¿Qué Estado vendrá? La experiencia argentina al respecto
es la desmesura, y va del Estado juárez-celmanista (1886-90), que se
amputa a sí mismo en sus funciones sociales y se asocia a la corrupción
de los intereses particulares, hasta el Estado videlista (1976-83), que planifica
y ejecuta el asesinato, y recluye en campos de tortura y exterminio a parte
significativa de la población. El tono medio, empero, ha sido una importante
presencia del Estado, como lo observó Ortega y Gasset en 1929. Las doctrinas
económicas acompañaron esa tendencia, con algunas excepciones,
como la economía neoclásica, en la década de 1920, o la
adopción del principio de la libre empresa como filosofía oficial
a partir de noviembre de 1955, o el “retorno a la ortodoxia”, como
se llamó a la adopción del neoliberalismo. Hoy por hoy, el Estado
en sus diversos departamentos, parece un enorme mecanismo para agredir a la
sociedad: los padres que quieran educación esmerada para sus hijos deben
optar por institutos pagos; la Justicia es paga, y sus resultados parecen depender
de la entidad económica del litigante; en los conflictos empresariolaborales,
el Estado toma abiertamente partido por los primeros, permitiéndoles
toda arbitrariedad, aun el privar de empleo a los trabajadores. Y podría
seguirse con infinidad de casos. En los últimos doce años, al
tiempo que la mitad de la población se vio reducida a la pobreza, no
se conoce caso de funcionario público que no haya mejorado ostensiblemente
su nivel de vida. No se ha visto el Estado aristotélico, suma de la perfección
moral. Sí el Estado marxista-leninista, como instrumento del capital
privado para explotar a los trabajadores. Parece llegado el turno del Estado
keynesiano, que actúa donde los particulares dejan de hacerlo. Esa función
supletoria es ineludible, en vista del estado de virtual guerra a que ha estado
y está sometida la Argentina, donde media población es reducida
a la pobreza, la infancia a la desnutrición y el analfabetismo, un tercio
de la masa trabajadora, a la nada, y los ancianos a la desesperanza. Debe el
Estado crear trabajo, sin aumentar la deuda externa ni las importaciones.
¿Fue?
Privados
del festejo de hoy, y privados del previsible apoyo del 70-80 por ciento de
los votantes, por decisión del ex presidente Menem de no presentarse
al ballottage, la gente dice “Menem ya fue” y cosas por el estilo.
Sin embargo, tomamos un mapa del país de 1990 y uno de hoy, y donde antes
veíamos una maraña de líneas negras entrecruzadas, hoy
sólo hay un gran claro: ha desaparecido la red ferroviaria, otrora la
más importante de América latina. Yo he esperado largas horas
en los aeropuertos de Roma, Frankfurt, Milán y Atenas, y entretanto miraba
los ingresos y egresos en los tableros: Aerolíneas Argentinas ya no existe
más. Uno, como economista, solía antes escrutar la lista de empresas
con mayor volumen de ventas: YPF superaba, por amplio margen, a todas las demás,
públicas y privadas. Hoy esa empresa ya no se sabe qué es, pero
no es del Estado, con todo lo que el petróleo representa en el actual
desarrollo tecnológico. Uno antes tenía una pequeña o mediana
empresa -una fabriquita de guantes de descarne, una fábrica de molinos
de agua– y podía conseguir un crédito en el Banco Industrial,
luego Banco Nacional de Desarrollo, para producir más y exportar. Ya
no existe un banco para la producción y la exportación. Hoy puede
obtener un crédito bancario privado, pero si da como garantía
una libra de su propia carne, tomada de donde elija el banquero, que es, desde
ya, extranjero. En mi tiempo, laescuela pública hizo de este país
el más instruido y culto de América latina. Hoy, si vive en Entre
Ríos, olvídese de enviar a su hijo a la escuela pública,
y si no puede pagar la privada, olvídese de que aprenda algo. La tierra
del país en gran medida ha pasado a propietarios extranjeros, y no hay
ley alguna que impida que esa proporción alcance al 100 por ciento y
que alguien en el mundo, por ejemplo Soros, pueda decir, como en el cuento de
Papini: “He comprado un país”. Decenas de casos así
podrían señalarse, como la desaparición de la siderurgia
nacional, de la marina mercante, de la fabricación de aviones, etc. etc.
¿En qué consiste la Patria? ¿En su tierra, que poco a poco
pasa a manos foráneas? ¿En su infraestructura, virtualmente en
manos extranjeras, sin que al menos se ocupen en mantenerla? ¿En su gente,
pauperizada en un grado nunca antes visto? ¿En su cultura, que bien podría
representarse por la “Academia Coca Cola”? Entonces, no “fue”,
en tanto la Patria es la que él nos deja.
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