Dom 13.07.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

 

Paulo VI
Cuando se publicó la encíclica El desarrollo de los pueblos, en 1967, me daba la impresión de referirse a otros pueblos o a situaciones del pasado. Cuando hablaba del mundo y sus “recaídas en la barbarie” pensaba, por ejemplo, en la bárbara aniquilación de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, la “guerra preventiva” es una realidad actual, y la salvaje experiencia de invadir un territorio ajeno y matar al azar, es experiencia muy cercana. También decía que “son innumerables los hombres y mujeres torturados por el hambre, son innumerables los niños subalimentados hasta tal punto que un buen número de ellos muere en la tierna edad, el crecimiento físico y el desarrollo mental de muchos otros se ve con ello comprometido, y enteras regiones se ven así condenadas al más triste desaliento”. En noviembre pasado –no hace un año– la muerte infantil por desnutrición en Tucumán y el Litoral nos golpeó en el rostro, diciéndonos que ése es nuestro propio país. Se hablaba en 1968 de “las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos”. Hoy vemos que esas diferencias aparecen, muy profundas, en los sectores sociales y las regiones geográficas de la Argentina. A los poderes públicos, sin embargo, poco parece importarles la suerte de los pueblos, y sí la suerte de los capitales, sean titulares de depósitos estafados, bancos pesificados asimétricamente o tenedores de deuda pública. Dejan que la economía se siga entregando a “industriales, comerciantes, dirigentes, o representantes de las grandes empresas” del exterior, abriéndoles cauce a que apliquen aquí “los principios inhumanos del individualismo”, que no pueden o no se animan a aplicar en sus propios países. También dejan que las tierras pasen a empresas y capitales extranjeros, en lugar de repartirlas entre los pueblos del país, una tierra que “está hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia y los instrumentos de su progreso”, tierra destinada “para uso de todos los hombres y de todos los pueblos”. Se ha dado carta de ciudadanía a “un sistema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes”. Pasaron 36 años, y la Populorum Progressio cada día nos refleja mejor.

Oscuras golondrinas
El comercio exterior comprende exportaciones e importaciones, tanto de productos como de servicios. Cuando se exporta, un producto o servicio de un residente argentino “sale del país” o bien, pasa a manos de un residente extranjero. Lo contrario ocurre con las importaciones. Ambos movimientos o flujos se registran en la cuenta corriente del balance de pagos. Las salidas de bienes crean para el exportador local un crédito sobre el extranjero, que se salda con un pago en divisas, y una importación crea una deuda para el comprador local. Cuando se comenzó a comparar ambos flujos, los pagos internacionales solían efectuarse en oro o plata, bienes considerados más importantes que los productos mismos, y cederlos al extranjero se veía como un debilitamiento del propio país. Un exceso de exportación sobre importación era una entrada neta de oro y plata; luego, fortalecía al propio país y debilitaba al extranjero. Por ello se entendió que la balanza del comercio no era sino un aspecto de la balanza del poder internacional. En el Siglo 19 apareció como objeto de exportación el capital, abundante en Inglaterra y escaso en los países nuevos. Con ello nació la cuenta de capital del balance de pagos. Para hacer rendir a las tierras ganadas al indio en 1879, Argentina necesitó importar rieles y máquinas ferroviarias y construir puertos de ultramar.Esas importaciones de productos se pagaron con crédito externo: con emisión de títulos de deuda del Gobierno a rescatar al cabo de cierto número de años, o con maduración superior a un año. Los instrumentos financieros cuya maduración es mayor que un año son “capital de largo plazo” o “inversiones directas”, y aquellos con maduración inferior al año son “capital de corto plazo” o “inversiones de cartera”. Las inversiones directas se asocian con expandir la capacidad productiva, inducida por la expectativa de rendimientos a largo plazo; las inversiones de cartera se asocian con movimientos financieros, inducidos por posibles rendimientos inmediatos, y han causado innumerables efectos funestos en el mundo, ya que llegan atraídos por ganancias rápidas y levantan vuelo ante la menor expectativa de pérdida. Un caso fue la crisis del 2001. Someterlos a control es una legítima defensa de cada país. ¿A quién protegen los funcionarios del FMI cuando desaprueban que el país restrinja la libertad de tales movimientos?

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