INTERNACIONALES › DINERO, ENCUESTAS Y POLITICA EN LA ELECCION DE EE.UU.
Señores, hagan sus apuestas
Las encuestas de George W. Bush tienden a la baja, pero retiene la mayor recaudación de fondos para las elecciones, aunque John Kerry se le acerca a pasos de gigante. Cómo se mezclan tres variables clave de la economía y la política.
› Por Claudio Uriarte
Dejando de lado los modales suaves, el proceso que lleva a las elecciones norteamericanas podría ser comparado con un gigantesco casino. Eso es así porque el dinero es el piso necesario y excluyente de cualquier campaña, más allá de sus méritos y los de sus candidatos: la carrera electoral funciona casi exclusivamente a base de publicidad televisiva y ésta es cara.
De aquí se deduce que, por lo general, el que más dinero tiene, más posibilidades tiene de ganar, lo que convierte a los donantes de fondos en apostadores que 1) aspiran a recibir un tratamiento especial cuando el candidato que favorecen sea gobierno y 2) favorecen la lógica del conservadorismo electoral, ya que los candidatos tienen que pasar por el filtro y por la prueba de su “financialidad” antes de proyectarse como alternativas de poder, y ninguna gran empresa o particular (salvo que sea un excéntrico) pondrá su dinero en un candidato exógeno al sistema. Esto, desde luego, no implica una preferencia excluyente por uno u otro partido: hay muchas corporaciones que reparten su dinero juiciosamente entre ambos casilleros, porque no les conviene apostar a un solo caballo y quieren retener influencia tanto dentro del próximo gobierno como dentro de la próxima oposición. Esto favorece ciertas tendencias plutocráticas de la democracia estadounidense: las generosas donaciones de dinero de Halliburton, la empresa que supo dirigir el vicepresidente Dick Cheney, tuvieron una devolución multiplicada cuando el gobierno de George W. Bush la privilegió antes mismo de completar su invasión a Irak con licitaciones cerradas para los multimillonarios contratos de reconstrucción; aportes similares jugaron en su momento un papel a la hora de frenar las acciones de la Comisión de Valores en los escándalos financieros que se iniciaron con el desplome de Enron en diciembre de 2001.
La actual campaña electoral es un ejemplo inesperado del funcionamiento de esta lógica: la campaña de reelección de Bush rompió la barrera de los 200 millones de dólares recaudados hasta fines de abril, al mismo tiempo que sus tasas de aprobación popular empezaban a decaer, mientras su rival demócrata y progresista John Kerry, que en las encuestas oscilaba entre el estancamiento y el alza, batió el record entre los aspirantes que no ocupan la Casa Blanca al lograr ingresos totales de 105 millones para la misma fecha. La paradoja se ve enriquecida por la anomalía de que los números de popularidad de Bush empezaron a decaer justo mientras los números de la economía real empezaban a subir en serio, con alrededor de 300.000 empleos agregados a la economía en cada uno de los meses de marzo y abril. Y para complicar el diagnóstico todavía más, está el hecho de que Kerry ya no disfruta de la publicidad televisiva gratuita que le garantizó la temporada de primarias, que en términos reales duró desde el caucus de Iowa del 19 de enero hasta el Supermartes 2 de marzo. El gran dinero debería estar apostando a ganador y no lo está haciendo del todo; el ganador debería ser inequívocamente el que trae a la economía de vuelta a la vida y no alguien a quien la recuperación de los empleos tiende a dejar sin argumentos, y así sucesivamente. En cambio, las posiciones se están acercando: como señaló en un comunicado la campaña de Kerry, su diferencia en recaudación de fondos con la de Bush era de 55 a 1 mientras que a finales de abril la diferencia era de sólo 2,5 a 1 (aunque Bush cuenta con la ventaja de que tendrá más dinero que gastar en la recta final de las elecciones del 2 de noviembre).
Pueden ensayarse varias explicaciones. El escándalo de las fotos de las torturas a prisioneros en Irak puede haber mellado la popularidad presidencial, pero eso contradice el hecho de que sólo 3 de cada 10 estadounidenses piensa que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa y responsable de las operaciones, deba renunciar por la crisis. Más probable es pensar que la “sensación económica” todavía no ha llegado a la alturade la temperatura real, y que el pandemonium general de la guerra está erosionando la imagen de Bush. En este punto, la superioridad de sus arcas de campaña no es difícil de explicar: los peces gordos de la economía, los Halliburtons y los nuevos Enron, apuestan a sus hombres en Washington D.C., precisamente porque esto se parece a una plutocracia (gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos). Pero el surgimiento de la campaña de Kerry muestra la magnitud de los sectores alienados por la política del presidente y la cantidad de grandes intereses que están dispuestos a poner sus fichas en los números de la oposición.