Sáb 30.04.2005
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INTERNACIONALES

¡Es la economía, estúpido!

› Por Claudio Uriarte

George W. Bush parece estar perdiendo aceleradamente el capital político que se jactó de haber ganado con su arrasadora reelección en noviembre pasado. Y no por “gastarlo” (como prometió que haría) sino por despilfarrarlo. Después de una serie de bloopers políticos que terminaron por dividir la mayoría que tenía en las dos cámaras del Congreso (notablemente su reforma del sistema de pensiones y su defensa del “derecho a la vida” de Terri Schiavo, a lo que ahora se ha unido su nominación del irritativo John Bolton como embajador a las Naciones Unidas), el centro de ese deterioro puede estar en la economía. Contrastando su optimista imagen pública con su baja en las encuestas (el presidente ahora tiene un 47 por ciento de aprobación general, y un 59 por ciento cree que la economía está marchando en la dirección equivocada), el economista Paul Krugman señaló esta semana que “lo que está pasando es bastante simple: Bush y su partido hablan solamente con sus bases –los empresarios y la derecha religiosa– y son indiferentes a las preocupaciones de todos los demás”.

Un demonio que parecía vencido hace mucho está volviendo a Estados Unidos: la inflación. Por cierto, el 3 por ciento oficial no sugiere gran cosa, como tampoco los módicos aumentos de un cuarto de punto porcentual de la tasa de interés cada vez que se reúne la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal. Pero los economistas están empezando a hablar de inflación encubierta. Por ejemplo, y en contraste con las tasas de interés más bajas en décadas, las cuotas mensuales para el pago de viviendas están en alturas sin precedentes y muestran todos los signos de seguir creciendo, así como los precios generales de la vivienda (pese a un boom de la construcción que algunos sospechan que es una burbuja). En las cifras oficiales, y de nuevo, esto no se muestra, pero es porque el componente pertinente del Indice de Precios al Consumidor se basa en los alquileres, que están bajos y que en algunos lugares han llegado a depreciarse. Paralelamente, grandes cadenas como Wal Mart y Home Depot están cambiando las versiones más comunes de sus ofertas con variantes más caras, y el precio de los automóviles ha subido debido a las mejoras incorporadas en frenos, bolsas de aire y tecnología antirrobo.

En términos macroeconómicos las cosas no son mucho mejores. Pese a que las ganancias empresarias crecieron en los últimos tres años a una tasa anual del 14,5 por ciento tras descontarse la inflación, el aumento más rápido desde la Segunda Guerra Mundial, los salarios sólo aumentaron menos de un décimo de ese porcentaje y están bajando, y el aumento de la productividad ha garantizado que la creación de empleos sea mínima. El resultado ha sido una desaceleración del consumo (que creció un 3,5 por ciento en el primer trimestre del año contra un 4,2 en el anterior), que parece el principal responsable de la baja del ritmo de crecimiento general de la economía (3,1 contra 3,8 en las mismas fechas). Además, las empresas redujeron el ritmo de sus inversiones (4,7 contra 14,5) y el vertiginoso déficit comercial, con una progresión de las importaciones dos veces más rápida que de las exportaciones, le quitó 1,49 punto de base al crecimiento.

Este fenómeno fue anunciado por varios indicadores en las últimas semanas: caída de la confianza de los consumidores y de la demanda de bienes duraderos, poca creación de empleo y decepcionantes ventas minoristas. A esto se agrega un aumento masivo del stock de las empresas, que podría actuar como un freno para la actividad del segundo y tercer trimestres. Y a largo plazo la situación no es más brillante, con un déficit fiscal fuera de control, aumento de los gastos en jubilaciones y salud y un crecimiento de las tasas de interés que puede pinchar la burbuja inmobiliaria.

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