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Domingo, 24 de julio de 2005

INTERNACIONALES › LA ECONOMIA TRAS LOS ATENTADOS

El encanto de una ciudad bajo ataque

Londres, y también Gran Bretaña, dependen en gran parte del turismo. Y hay preocupación por el impacto del terror.

 Por Claudio Uriarte


Este es el Big Ben, éste es el cambio de guardia del Palacio de Buckingham... y éste es un bobby. Esa imagen del buen, tradicional policía británico desarmado, que los cicerones solían ofrecer a los turistas en el Londres de un pasado que ya podemos considerar como plácido, debe haberse visto hecha añicos por la noticia de los cinco policías de civil que el viernes redujeron a un sospechoso en el subte de Londres (el “Tube”, otro tópico de las visitas de los turistas) y lo mataron a quemarropa de cinco tiros. Pero ya, para entonces, otro de los clásicos de las agencias de turismo, el double-decker bus u ómnibus de dos pisos, había sido abierto por el techo como por un abrelatas en los atentados del 7-J, y la industria del turismo tiene mucho para temer.

¿Cuánto? Con alguna exageración, el matutino The Independent tituló el viernes que Londres se había convertido en “la ciudad del miedo” (¿qué decir entonces de Bagdad, o de Medellín?). Pero puede ser que, al menos, sea la capital del miedo para la industria que vende a Londres a los extranjeros. Hay que entender que Londres es una típica ciudad posindustrial y posmoderna, donde los bienes ya no se hacen sino que solamente se administran y comercian, y donde la gente ya no tanto vive como la visita: vendría a ser como la reluciente y emperifollada cáscara vacía de la capital imperial que alguna vez fue, un poco al modo del proceso de “gentrification” (o remodelación socialmente ascendente) de antiguos barrios que antes carecían de mayor encanto o glamour (como nuestro Palermo Viejo o nuestro Abasto, con infinitos pedidos de perdón a Londres), y que son sometidos a una suerte de tratamiento de spa, embellecimiento y reenvejecimiento calculado para que el lugar se parezca a lo que el visitante, o el turista, espera del lugar (por caso, uno de los museos de Londres es la casa de Sherlock Holmes, personaje que notoriamente sólo existió en la imaginación de sir Arthur Conan Doyle, que lo inventó).

Pero, en este ejemplo lateral del paso de una economía industrial a otra de servicios, el turismo se vuelve una actividad económica de gran importancia. Unos 30 millones de turistas pasan sus vacaciones cada año en el Reino Unido, de los cuales 15 millones se quedan en Londres, según datos de la Asociación de Agencias de Viajes Británicas (ABTA, en sus siglas inglesas). Los turistas aportaron en 2004 más de 18.000 millones de euros a la economía británica. Los principales actores del turismo de Reino Unido celebraron el viernes, por tercera vez en dos semanas, un Comité de Reacción Urgente. Formado, entre otros, por ABTA, VisitBritain (la oficina de turismo de Reino Unido), el Ministerio Británico de Cultura y British Airways, el comité encargó a un centro de análisis económico una evaluación del impacto de los atentados. El temor en el sector del turismo es lógico en un contexto de desaceleración del crecimiento económico en el Reino Unido, que avanzó durante el primer trimestre de este año al ritmo más bajo de los 12 últimos años. Pero parece difícil que vayan a ceder los encantos de este viejo Museo de Cera.

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Un paisaje que no era habitual para propios y extraños.

El mundo

La empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) reanudó por completo el viernes su producción de crudo en las plataformas del Golfo de México, que habían sido evacuadas por el paso del huracán Emily. Pemex había suspendido durante dos días la producción diaria de 2,9 millones de barriles de crudo, así como de 1600 millones de pies cúbicos de gas.

El ministro brasileño de Telecomunicaciones, Helio Costa, anunció que a partir de enero se establecerán nuevas normas en el sector, que incluyen la reducción del cobro de la renta básica y un nuevo modelo de cálculo de las tarifas, con la intención de abaratarlas. La renta mínima telefónica en Brasil es de unos 40 reales (unos 16 dólares), valor que, según el ministro, se adecua más a un país desarrollado.

 
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