INTERNACIONALES › QUé HACER ECONóMICAMENTE CON LOS FUNDAMENTALISTAS
La corrupción llevó a la elección de un gobierno integrista en Palestina, y EE.UU. y Europa debaten los posibles méritos (o no) de un estrangulamiento económico.
› Por Claudio Uriarte
El primer acto de Yasser Arafat como presidente de la flamante Autoridad Palestina en 1993 fue abrir un casino en la ciudad cisjordana de Jericó. Teniendo en cuenta que la AP y el entorno de Arafat eran ampliamente contemplados como corruptos, y que esa percepción (sobre todo por parte de los palestinos) fue decisiva en la sísmica elección legislativa del miércoles pasado, en que la organización fundamentalista Hamas logró 76 de las 132 bancas del Parlamento (en gran parte gracias a su reputación de honestidad y asistencialismo social), Estados Unidos y la Unión Europea quedan ante una situación irónica: antes habían bloqueado el traspaso de fondos por la currupción; ahora tendrán que seguir haciéndolo para no financiar el terror de una organización que se ha cobrado las vidas de cientos de civiles inocentes en los últimos años, y tiene entre sus objetivos explícitos la destrucción del Estado de Israel.
El principal donante (algunos dirían el principal simpatizante) de la Autoridad Palestina en el mundo es la Unión Europea. La Comisión Europea había previsto para 2005 girar 70 millones de euros a través de un fondo especial creado por el Banco Mundial en 2004, lo que representa una cuarta parte de los 280 millones enviados en total por Bruselas a los palestinos. Pero el otorgamiento de las ayudas del fondo especial para la AP está condicionado a la aplicación de ciertas reformas (como transparencia de su utilización o creación de empleo), y por ello una parte del monto inicialmente previsto aún no fue desembolsado. En lo que concierne a la Comisión, sólo 35 de los 70 millones de euros fueron girados a la AP, mientras que el resto permanece congelado por el Banco Mundial. La vocera Emma Udwin dijo esta semana que por el momento no está prevista ninguna reunión para examinar un eventual descongelamiento de ese dinero, estimando que “no había urgencia particular” para ello. Adicionalmente, EE.UU. prometió hace poco el desembolso de 50 millones de dólares, pero condicionado también a esos criterios y al fin del terror. El viernes, por último, un vocero israelí anunció que su país podría congelar el traspaso de impuestos y de ayudas de Arabia Saudita (muchas de las cuales son en realidad fondos dirigidos a Hamas bajo la cobertura de ayudas de caridad) que recolecta en nombre de la AP. El flamante gobierno de Hamas podría verse estrangulado económicamente de un modo parecido al que ocurrió con el congelamiento de fondos iraníes tras la Revolución Islámica de 1979 (pero, esta vez, sin el petróleo ni los rehenes norteamericanos que constituían las palancas de negociación del régimen del ayatola Ruhola Jomeini). Inversamente, podría ser que Irán, bajo la nueva presidencia de línea dura de Mahmud Ahmadinejad, y gozando de precios del petróleo que se asoman a la bonanza en 1979, decida poner algunas fichas económicas en Hamas: aunque la economía iraní sufre un 30 por ciento de desocupación juvenil, sería una inversión rentable para un Estado cuyo presidente ha dicho hace poco que Israel debería ser “borrado del mapa”, y sus judíos expulsados a Europa o América del Norte.
Occidente está en un dilema. O mejor dicho, en una situación de perder o perder. ¿Podrá ser comprado Hamas para que deje las armas y reconozca a Israel? No parece. Bajo los primeros gobiernos de Al Fatah como Autoridad Palestina, Estados Unidos y Europa canalizaban ayuda bajo la falsa presunción de que eso ayudaría al desarrollo económico de los palestinos y bajaría el poder de atracción de los fundamentalistas. Eso no pasó: el dinero no sólo fue a engordar los bolsillos de los burócratas de la OLP sino que también halló su vía en las arcas de los terroristas, teniendo en cuenta la política de “puertas giratorias” que Arafat mantenía con los detenidos palestinos, bajo la cual uno entraba y el otro salía. La inauguración de la presidencia de Mahmud Abbas tras el deceso de Arafat pareció aminorar este mecanismo, en la medida en que el cese del fuego proclamado por el nuevo mandatario fue relativamente cumplido por las distintas facciones palestinas, e Israel se acorazó detrás de su muro de seguridad. Pero la corrupción y el hartazgo persistieron y el resultado ha sido catapultar al poder, por las razones equivocadas, a la facción que pone a todo Medio Oriente entre signos de pregunta.
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