INTERNACIONALES
Otra cuenta regresiva: Turquía, de la crisis de 2001 a lo desconocido
La crisis del sistema político turco puede ser el próximo foco de inestabilidad del mundo de las finanzas internacionales.
› Por Claudio Uriarte
Después del default argentino, del contagio uruguayo y de la incertidumbre brasileña. El próximo punto de quiebre del continuo financiero internacional puede darse en el mismo lugar donde en marzo de 2001 comenzó el actual ciclo de inestabilidad: Turquía. Siempre se asume que Turquía, que como aliado militar estratégico estadounidense tiene hoy más valor para Washington que el resto de la OTAN sumada, no podrá caer porque Estados Unidos no lo permitirá; el diagnóstico es generalmente cierto –como lo probó el rápido paquete de salvamento del FMI por 16.000 millones de dólares del que todavía depende Turquía para salir del tembladeral–, pero tiende a pasar por alto los muy serios problemas políticos que el país tiene por delante, en medio de una economía de terror.
“Turquía es un puente entre civilizaciones”, dicen los folletos de las agencias de turismo. Es cierto, pero es un puente fuertemente artillado y minado. Mantener el carácter secular de la república fundada por Kemal Ataturk tras la Primera Guerra Mundial ha requerido de una intervención intermitente del Ejército en la vida política (la última fue un golpe de Estado blanco contra el primer ministro Necmettin Erbakan en 1997) y de una persistente violación a los derechos humanos, notoriamente los de la minoría kurda. Pero la economía se encuentra en un agujero desde hace dos años, y el vasto consenso político nacional señala que la entrada a la Unión Europea es imprescindible para zafar. Algunos datos son horrorosos: se está luchando para que este año la inflación baje a la mitad del 70 por ciento de 2001, el déficit público es del 16 por ciento y las tasas de interés sobre la deuda interna fueron del 30 por ciento el año pasado, todo esto para no empezar a hablar de un sector bancario corrupto y de pesados monopolios estatales que terminan de constituir el paisaje de la reforma. Porque estos resultados vienen después de que el apartidario economista del Banco Mundial Kemal Dervis fuera traído de urgencia a Ankara para resolver la crisis de 2001; antes la situación era peor.
La Unión Europea, entonces. Está todo bien, pero sucede que la membresía de la Unión Europea requiere una drástica reforma política destinada a desmontar precisamente los mismos mecanismos represivos que hasta ahora mantuvieron al Estado laico en su lugar, en momentos que la coalición laica del desfalleciente gobierno de Bulent Ecevit ha estallado en mil pedazos y un partido islámico aunque moderado –Justicia y Desarrollo, cuyas iniciales turcas AK significan “blanco” o “puro”– comanda un 20-28 por ciento de intención de voto rumbo a unas elecciones que nadie sabe bien si finalmente se realizarán el 3 de noviembre como se había prometido, o deberán ser postergadas ante la deriva de las fuerzas políticas laicas.
Y la entrada a la Unión Europea no será fácil, por el horror de los países chicos al recorte del poder de voto que van a sufrir cuando entre el gigante. Nada casualmente, algunas de las denuncias más calculadamente insolentes contra Ankara ha provenido del liliputiense Principado de Luxemburgo, cuyo primer ministro no se cansó de decir en los últimos tres años que jamás se sentaría a la misma mesa que los torturadores. (Más delicado, lo que hace Luxemburgo suele ser reciclar las ganancias de los jefes de los torturadores, y no sólo los turcos.) Y nadie sabe si un triunfo del islamismo moderado no abrirá la grieta por la que estalle una polarización anteriormente reprimida (Argelia es un escenario particularmente oscuro).