INTERNACIONALES › LAS PARADOJAS DE LA RECESION INTERNACIONAL
Bush, el globalifóbico
Estados Unidos se ha puesto a la cabeza de una tendencia mundial deflacionaria que detiene la globalización económica.
Por Claudio Uriarte
Por fin surge una verdadera alternativa a la globalización; lástima que sea la recesión –y posiblemente la deflación– internacional. Desde este punto de vista, y aunque seguramente no sería bienvenido en las manifestaciones contra el FMI, la OMC o el Banco Mundial, George W. Bush aparece como el globalifóbico número 1. El presidente norteamericano se las ha arreglado para convertir un superávit de 300.000 millones de dólares en un déficit por el mismo monto, y para convertir el desinfle de la burbuja de las acciones tecnológicas y la crisis por los escándalos corporativos en una recesión. Bajo estas condiciones, todo lo que define a la dinámica del mundo globalizado –los movimientos de personas, mercancías y capitales– se para, y en su lugar aparecen las amenazas del proteccionismo y –aún peor– las guerras comerciales. Hay cierta justicia poética en todo esto: Bush empezó su presidencia como el mandatario del aislacionismo por excelencia, y ahora lleva esa condición a la macroeconomía. Los globalifóbicos pueden respirar tranquilos: menos zapatos producidos mediante el trabajo desregulado en China irán a parar a los pies de los norteamericanos, especialmente si se corrobora la tendencia a la caída del dólar –o la sobrevaloración del euro–. El reverso inevitable es que la pobreza en China aumentará, sin que por eso aumente la prosperidad de los estadounidenses.
La situación en Europa no es menos preocupante, y puede llegar a serlo más si el alza del euro mella aún más la competitividad exterior de sus empresas. Michael Dappler, director para Europa del FMI, ha sugerido la posibilidad de que la recesión alemana se convierta en deflación, luego que créditos y beneficios retrocedieran en los últimos años, y de que Gerhard Schroeder girara en descubierto sobre su promesa electoral de bajar la desocupación de la marca de 4 millones de trabajadores. Esta cifra, con todo, es engañosa, ya que no incluye el desempleo oculto: los desocupados que están en cursos de reinserción laboral, con lo cual las cifras serían de entre seis y ocho millones de personas de un total de 38 millones de población activa.
En última instancia económica, la globalifobia fue poco más que una sublimación del instinto proteccionista de los ciudadanos de los países más industrializados, el oxímoron apenas aparente de una Internacional nacionalista. El sueño está a punto de cumplirse, pero para despertar en una pesadilla.