INTERNACIONALES › EL DEPARTAMENTO DEL TESORO, DE BENTSEN A SNOW
El Secretario de la Nada
El Secretario del Tesoro norteamericano solía ser un funcionario tan temido como admirado, pero el cargo se ha devaluado debido al ideologismo electoral de la Administración Bush, y John Snow es un mero emisario de la Casa Blanca
Por Claudio Uriarte
El Departamento del Tesoro –y su oblicuo titular, John Snow– reciben una inmerecida atención en estos días. De hecho, esa atención inmerecida se remonta a los tiempos del explosivo Paul O’Neill, el predecesor de Snow, quien por lo menos se la merecía un poco más debido a sus pintorescos desplantes de tosco self-made-man, que infartaban a los inversionistas extranjeros en Brasil o precipitaban el colapso de la economía argentina. Pero el Departamento del Tesoro es una pálida sombra de lo que fue en los años de Bill Clinton, y de secretarios absolutamente estelares como Lloyd Bentsen, Robert Rubin y Larry Summers. De hecho, también el rol de la Reserva Federal se ha devaluado (a una tasa de interés del uno por ciento, y en baja) y Alan Greenspan, el antiguo “maestro”, ha perdido la magia de sus viejos movimientos de varita mágica, que estabilizaban la economía y hacían sintonía fina de su crecimiento. Ambas cosas se deben en parte a la crisis de la economía norteamericana, pero sobre todo al cambio de prioridades ideológicas de la Casa Blanca: George W. Bush, el falso antiintervencionista de la economía, se ha ocupado de erosionar consistentemente el poder del Departamento, de modo de hacerlo un mero apéndice técnico de las políticas de redistribución hacia arriba que son palabra santa en 1600 Pennsylvania Avenue. Como el mismo Snow lo dijo con toda franqueza al Wall Street Journal: “Nuestro trabajo es construir los mejores argumentos posibles para la propuesta del presidente, discutir en su favor, transmitir el mensaje”.
Eso explica que Snow se parezca cada menos a Snow, o por lo menos a lo que era Snow antes de ser secretario del Tesoro de Bush. Como lo señala “Buried Treasury” (Tesoro enterrado), un importante artículo de Noam Scheiber publicado este mes en The New Republic (y luego plagiado en el New York Times por el ex economista Paul Krugman, que ahora se dedica a escribir columnas sobre política exterior, Fuerzas Armadas y otros temas de los que no sabe nada), las reuniones entre Snow y Karl Rove, el todopoderoso jefe de campaña de Bush, se hacen en la oficina de Rove, y no la de Snow. El artículo recuerda otros datos interesantes, como la súbita conversión de Snow, previamente un halcón en materia de déficits, a las políticas de irresponsabilidad fiscal de George W. En sus audiencias de confirmación en el Congreso, por ejemplo, Snow argumentó en enero de este año: “Déjenme decirles, los déficit que estamos viendo son relativamente modestos comparados con el PBI, y los niveles de deuda son relativamente modestos en comparación con el PBI (...). Fortalecer la economía norteamericana es la mejor forma de pagar esa deuda. Reducir los impuestos nos pone en una mejor posición para hacerlo”. Scheiber recuerda entonces que en 1995 “Snow públicamente se abrumaba de que déficits de esa magnitud pondrían en peligro el crecimiento agregando dos puntos porcentuales a las tasas de interés de largo plazo”. Y convendría agregar que Snow dijo eso cuando el déficit oficial estimado era de 250.000 millones de dólares y no de 445.000 millones, como es ahora. De hecho, esos déficits, esas deudas y la ideología económica de la administración son factores que conspiran todos juntos para inhibir la posibilidad de una política económica de recuperación. Y, al poner al Departamento del Tesoro en piloto automático, enderezan cada vez más irreductiblemente a la economía de Estados Unidos hacia un colapso deflacionario.