La fruticultura de peras y manzanas, cuya producción se concentra en el Alto Valle del Río Negro, aparece como involuntario ejemplo de algunas deficiencias de la estructura productiva argentina y su inserción en el mundo. Si bien la producción local crece junto con las exportaciones y los mercados de destino se diversifican, los buenos resultados ocultan limitaciones estructurales. En las últimas décadas, antiguos compradores, como Brasil, sustituyeron importaciones e, incluso, se volvieron competidores en terceros mercados. Otros, como Chile, también destino de exportaciones en el pasado, se hicieron fuertes en las plazas de mayor precio y calidad, como la Unión Europea. En ambos países, la sustitución de importaciones primero, sobre todo en Brasil, y la estrategia exportadora fueron consensuadas entre los sectores privado y público, y apoyadas desde el Estado.
La Argentina también está perdiendo la carrera de la región por los mercados orientales. Chile, que exporta más de 700 mil toneladas de manzanas y peras, ya posee acuerdos fitosanitarios con China, India y algunos países del sudeste asiático. En tanto, el destino estrella de las exportaciones argentinas de pomáceas en los últimos años fue Rusia, donde los menores requerimientos de calidad se traducen en precios un 30 por ciento menores. En la última campaña se destinaron allí 100 mil de las 460 mil toneladas exportadas. Rusia tiene además una característica especial: es el único destino donde las ventas de manzanas argentinas no caen.
En un reciente estudio del Ieral, las economistas Anahí de Tapattá y Rosana Castro sostienen un dato aun más preocupante, también extensivo a otras áreas productivas. En los primeros años tras la devaluación, las ventajas cambiarias no se reflejaron en aumento de los volúmenes exportados. No obstante, consideran que el ciclo de expansión de la producción está lejos de ser instantáneo y que las inversiones necesitan madurar. Según las especialistas, los empresarios habrían invertido las ganancias extraordinarias conseguidas desde el 2002 y, a partir del 2007, podrían esperarse aumentos de las ventas al exterior. Aunque no lo diga el Ieral, esto sólo sería cierto para los grandes productores y exportadores, ya que los pequeños que sobrevivieron y los medianos habrían dedicado los buenos resultados de las campañas recientes a un proceso de “desendeudamiento”.
En conjunto, el cuadro de largo plazo, a pesar de los aumentos absolutos de la producción total y las exportaciones, no deja de ser un poco sombrío. La Argentina fue en la década del ‘70 uno de los principales exportadores mundiales de manzanas. En la década del ‘80 fue desplazada por Chile y en los ‘90 por Brasil. En lo que va del siglo XXI, el país va por detrás de sus competidores principales en el desarrollo de nuevos mercados. La pérdida de peso en manzanas fue compensada por la producción de peras. En los últimos años, alrededor del 40 por ciento de las 44 mil hectáreas cubiertas por pomáceas en Neuquén y Río Negro correspondió a peras, y el resto a manzanas. No obstante, dado que los cultivos de peras son más modernos, con superior tecnología y mayor cantidad de plantas por hectárea, su producción total fue mayor, reconversión que se refleja en las exportaciones. En los últimos cuatro años se vendieron al exterior un promedio anual de 293 mil toneladas de peras, versus 167 mil de manzanas.
Mientras que, en la década del ‘70, el 84 por ciento de las exportaciones de pomáceas eran manzanas, en los últimos cuatro años la proporción se redujo al 36 por ciento. La caída no fue sólo relativa sino también absoluta ya que, en los ‘70, las ventas externas de manzanas eran de 231 mil toneladas promedio anual. El gran crecimiento de la pera fue así la estrategia alternativa de las empresas, lo que convirtió a la Argentina en el primer exportador mundial hasta el año pasado, cuando fue superada por China.